Gabriela Vega Franco

De la política peruana puede esperarse muchas cosas, pero uno puede fiarse de que cada 28 de julio quien ocupa la presidencia de la República dará un. Año a año, presidentes y gabinetes se preparan para ese momento, por lo que es inverosímil pensar que tener a la presidenta leyendo durante tres horas un documento de 72 páginas no fue intencional.

La presidenta, cuya gestión desaprueban cuatro de cada cinco peruanos, tomó la decisión de darle a la nación un mensaje que no fuera capaz de digerirse: cifras actuales y citas históricas, programas, obras y bonos, logros y promesas, pasado, presente y futuro mezclados en un solo discurso. Tal cantidad de información aturde y quien busca recuperar la confianza de su interlocutor no debiera decidir desconcertarlo.

Tal vez le parezca mejor ser recordada por dar el discurso presidencial más largo de la historia que por compartir la pantalla con imágenes de manifestantes recibiendo gases lacrimógenos, mientras se ofrece un perdón carente de consecuencias políticas. La ruptura entre relato y realidad resultaba chocante.

Parece que hubiera que salir del aturdimiento para recordar que Dina Boluarte fue la vicepresidenta –y ministra de Desarrollo e Inclusión Social– de inicio a fin del de Pedro Castillo. Y son casi ocho meses desde que tomó el poder tras el fallido intento de golpe de Estado de Castillo, aún llevando consigo más de 40 muertes por el uso desproporcionado de la fuerza (CIDH, 2023). Si bien existen fuerzas desestabilizadoras y autoritarias en nuestro país, su renuncia y el llamado a elecciones anticipadas son apoyados por más del 80% de la ciudadanía (IEP, 2023). Veinte mil palabras leídas en un hemiciclo no silencian la voz de 20 mil personas manifestándose en la última semana (Ministerio del Interior, 2023).

Así como los hechos van diluyéndose en narrativas que buscan reescribirlos, también lo hacen las oportunidades para reconstruir la relación con la ciudadanía. Pudiendo elegir tomar acciones para hacer justicia, impedir que vuelvan a repetirse los atropellos, cambiar de Gabinete o hacer una consulta ciudadana, la jefa del Estado y quien personifica la nación eligió la inercia.

La historia que estamos presenciando no es la de una presidenta justificando su permanencia en el cargo, sino la de una clase política y una ciudadanía viendo cómo se vacía de significado el ejercicio del poder democrático.

Gabriela Vega Franco es politóloga