(Foto: El Comercio)
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María Angélica Correa

Estas líneas las escribo desde donde vivo, Caracas. La capital de mi país sumergido en una extraña guerra que traté de describir en junio del 2016 en un artículo para “El Tiempo” de Bogotá: “Es la guerra que pasa frente a tus ojos, aunque no escuches bombas, no veas humo, ni edificaciones destruidas, ni cadáveres en la calle ni oigas gritos. La diferencia de esta guerra es que el grito de los venezolanos no los escuchas, los ves en las filas, interminables filas para buscar algún alimento, y al final regresar con las manos vacías… O cuando mujeres te responden con el llanto que no pueden contener, ¡que tienen hambre!, ¡que hay hambre! …”. Y agregaba: “Nuestros jóvenes ahorran para comprarse un pasaje, ¡pero se van para no regresar! Se van en busca de un futuro que ya no les brinda su país. Huyendo del hampa, del hambre, de todos los visos de inseguridad que fueron sembrados, como si se hubiese consagrado como política de Estado acorralar a los venezolanos para que abandonen su país, o aniquilarlos. No necesitaron los paredones de fusilamiento de La Habana de 1959”.

Ahora en el 2018, todo se ha profundizado, y nada pasa, a pesar de que la comunidad internacional ahora sí está clara. Aunque todavía falta mucha podredumbre por descubrir. Hoy, más que ayer, miles de venezolanos huyen de la muerte. Nuestro acento llena cantidades de autobuses que salen rumbo al sur, aviones rumbo al norte y otras latitudes. Y otros mueren tratando de cruzar el mar… “balseros venezolanos”. Nunca imaginé que la barbarie hundiría a Venezuela en este indescriptible caos.

Al salir de lo que fue una panadería, donde ya no se vende pan, converso con un policía municipal cuyo sueldo no llega a dos dólares mensuales. Me cuenta que en este mes tomará un autobús rumbo al Perú, en medio de una gran incertidumbre. Mientras muy cerca, niños comían desesperados los restos de unas bolsas de basura. Y ese día, el Gobierno del Perú decidió retirar su invitación al Gobierno Venezolano para participar en la VIII Cumbre de las Américas, conforme a lo establecido en la Declaración de Quebec del 2001. Y pensé que ante una insólita invitación, esta fue una decisión absolutamente lógica, que también hubiese estado en sintonía si se le hubiese retirado la invitación al Gobierno de Cuba. ¿Y acaso Cuba no es también una dictadura? ¿Y acaso Nicolás Maduro no sigue las directrices que se envían desde La Habana?

Porque es necesario acabar con las incongruencias y las hipocresías. Porque es necesario formar un bloque sólido por parte de los países latinoamericanos. ¡Llegó la hora de hacerlo! La OEA, en cabeza de Luis Almagro, lleva centenares de hojas documentadas sobre el Caso Venezuela. Y no se ha podido lograr el consenso de los cancilleres a la hora de votar. Por otro lado, el Gobierno de EE.UU., la Unión Europea y Canadá han sancionado a jerarcas del régimen. Se presume que debería hacer efecto. Pero allí siguen entronizados en el poder. Las palabras del secretario de Estado, Rex Tillerson, durante su gira por países latinoamericanos fueron razonablemente acertadas luego de un año en el cargo. Desconozco qué habrá hablado con los mandatarios de los países que visitó, y cuáles son sus verdaderas motivaciones.

Pero más allá del dictador, más allá de “El Carnicero” (Der Schlächter), como lo señala el “Spiegel Daily”, periódico digital de la revista alemana “Der Spiegel”. Más allá de la tragedia de los venezolanos, mucho más allá de todo esto, la Venezuela secuestrada por el chavismo-madurista, convertida en la Siria de América Latina, es un peligro para el mundo democrático. Y el tiempo seguirá siendo su aliado. A los países del hemisferio, si no lo hacen por nosotros, por favor, háganlo por ustedes.

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