Sobre “Votos y bayonetas”, por Daniel Parodi Revoredo
Sobre “Votos y bayonetas”, por Daniel Parodi Revoredo
Daniel Parodi Revoredo

En abril del 2016 elegiremos por cuarta vez consecutiva a un presidente en elecciones democráticas, pues ya lo hicimos en el 2001, 2006 y 2011. La cifra es un récord solo superado en tiempos de la que, vía comicios libres con reducidísima participación ciudadana, eligió a seis presidentes seguidos en 1895, 1899, 1903, 1904, 1908 y 1912. 

Estos números parecen alentadores si constatamos que también estamos cerca de romper la marca del período más largo sin golpes de Estado en la historia del Perú que es de 19 años: se produjo de 1895 a 1914. Si no sucediese lo indeseado, en el 2020 batiríamos nuestro récord democrático cumpliendo veinte años de institucionalidad ininterrumpida, lo que le sumaría un blasón más a los festejos del bicentenario. 

Sin embargo, las cifras presentadas resultan engañosas si las contrastamos con nuestra democracia y sus características. Dos siglos después de su fundación, nuestra república es caudillista y electoral. Así, ¿cuánto hemos avanzado en la construcción de una sociedad cimentada sobre sus instituciones? 

Al respecto, el historiador , en su sugerente artículo “Votos y bayonetas” (2005), sostiene que durante la república temprana (1825-1845) “el gobierno representativo convive de modo paradójico con las revoluciones de los caudillos militares”.Añade luego: “Las organizaciones políticas fueron redes informales constituidas por oficiales, civiles y clérigos”. Mi colega concluye: “Entonces no existían partidos políticos como organizaciones burocráticas con una ideología que busca lograr posiciones en las estructuras del poder del Estado”. 

Es evidente que un análisis somero alcanza para concluir que las características políticas de la república temprana y la actual son similares, pero ¿qué ha pasado entonces? ¿En 200 años de vida independiente no hemos avanzado nada? 

Un elemento a considerar es que lo que posiblemente celebraremos en el 2020 como una fortaleza es nuestra gran debilidad. El hecho de que en 200 años no hayamos completado jamás dos décadas de alternancia democrática es lo que mejor explica nuestra crisis institucional.

Invirtiendo el análisis, debemos subrayar que apenas en 1872 (cincuenta años después de la independencia) tuvimos a nuestro primer presidente civil y democrático (Manuel Pardo) y que no tuvimos otro hasta Nicolás de Piérola en 1895. Por su parte, desde 1919 Augusto B. Leguía nos introdujo al siglo XX con una modernización que le ofreció al país la dictadura como alternativa a la política de masas. Y a Leguía lo imitaron Sánchez Cerro, Benavides, Odría, Velasco, Morales Bermúdez y Fujimori.

Tiempo para madurar es lo que no le ha otorgado la historia del Perú a su república que en el 2016 elegirá una vez más a su presidente entre caudillos, antes que entre partidos políticos. Por eso votaremos entre Alan, Keiko y PPK. Es verdad que el primero sí tiene partido, pero en el caso de los otros dos, hasta sus movimientos tienen por símbolo las iniciales del nombre del candidato. Si al esquema propuesto le sumamos la precariedad y escasa aprobación de los tres poderes del Estado, solo podemos colegir que el único derecho que hemos conquistado en dos siglos de vida independiente es el de sufragar. Sin embargo, los votos nunca fueron suficientes para detener a las bayonetas, tengámoslo presente.