Diego Macera

Entre todos los conceptos oscuros y abstractos que ofrece la , quizá el más importante es el del potencial. Este intenta medir la producción máxima y sostenible de cualquier territorio –con uso total de sus trabajadores y capital– sin gatillar incrementos en los precios. A lo largo de décadas, este es el punto medular que termina explicando si un país se desarrolla y mejora la calidad de vida para millones de ciudadanos o si, más bien, se queda en el limbo del crecimiento mediocre.

Con esas cartas de presentación, cualquiera diría que el PBI potencial debería entonces ser moneda corriente en las conversaciones sobre el crecimiento del país. ¿Por qué no es más conocido? Los motivos son principalmente dos. El primero es que se trata de una construcción teórica –no se puede ver–. A diferencia del PBI regular, en el que se cuentan las cantidades reales de bienes y servicios en una economía, el PBI potencial es el resultado de una estimación. Eso lo hace más opaco. El segundo es que cambia lento, lo que le quita contenido noticioso. El PBI puede variar abruptamente de un momento a otro (lo hemos visto en los últimos años); el PBI potencial se toma su tiempo porque es el resultado de fuerzas muy grandes y estructurales. Y es aburrido reportar sobre las placas tectónicas cuando estas casi no se mueven año a año.

Por eso, si hubiera una revista sobre economía peruana que se publicara solo una vez cada 10 años, un posible titular de fuerza para el 2022 sería: “¡Se reduce el PBI potencial a la mitad!”. En efecto, mientras que para el período 2007-2013 este se calculaba en poco más del 6%, a la fecha se encuentra cerca del 3%. La caída es el resultado de la pérdida de dinamismo de la inversión, falta de atracción de capitales externos, ausencia de reformas que aumenten la productividad y un mercado laboral menos dinámico. Para este año y el siguiente, se espera que el crecimiento del PBI esté precisamente entre el 2% y el 3%, muy cerca de su nivel potencial.

¿Qué diferencia hace un crecimiento del 6% por año? ¿Por qué debería importar? Un ejemplo puede ser ilustrativo. Entre 1985 y el 2000, la economía de Chile creció aproximadamente al 6% anual en promedio, lo que la colocó como una de las ricas de la región, duplicando su nivel de ingresos promedio por habitante en apenas década y media. En el mismo período, la economía peruana creció en promedio algo más del 2% por año (tomando en cuenta el desastre de finales de los 80 y la recuperación posterior). En consecuencia, y dado el crecimiento de la población, el peruano promedio del 2000 era aproximadamente igual de rico que el peruano promedio de 1985.

Para ser un país de ingresos medios, las tasas de crecimiento a las que se estaría acostumbrando el Perú son pobres. Si Finlandia o Alemania, con niveles de riqueza por habitante cuatro veces mayores que los nuestros, crecieran al 3%, sería un año muy bueno para ellos. Pero para el Perú 3% es tremendamente insuficiente. De hecho, precisamente entre 1985 y el 2000 fue que Chile alcanzó y superó el nivel de riqueza por habitante que tiene hoy el peruano promedio, y lo hizo al doble de velocidad de la que llevamos hoy nosotros.

Lastimosamente, como el PBI potencial –decíamos– no es noticia, poco se habla de este concepto. A largo plazo, sin embargo, será el que más caro nos saldrá si no se toma en serio que solo el crecimiento sostenido hace la diferencia.

Diego Macera es gerente general del Instituto Peruano de Economía (IPE)