Alexander Huerta-Mercado

Zhuangzi vivió aproximadamente en el siglo IV antes de Cristo, en una época de convulsión política que generó también un gran desarrollo de la filosofía china. Parte de su pensamiento taoísta nos llega en forma de narraciones sumamente cortas como pequeños relatos:

“Zhu Pingman fue a Zhili Yi para aprender a matar . Estudió tres años y gastó casi toda su fortuna hasta conocer a fondo la materia. Pero había tan pocos dragones que Zhu no encontró dónde practicar su arte”.

El exquisito cuento ha tenido muchas interpretaciones y, como seguramente era la intención de su autor, ha sido enriquecido a través de los siglos. Recientemente hay autores que imaginan a Zhu aventurándose a enseñar el arte de cazar dragones para capitalizar en su arte. Otros autores sostienen que enseñar el arte de cazar dragones, como tantas otras disciplinas educativas, puede ser una valiosa forma de enseñar una forma de pensar más que un conocimiento práctico.

Así como este hermoso y corto cuento, la imagen del dragón parece haber sido enriquecida e interpretada a lo largo de milenios. Los diferentes grupos han tendido a proyectar sus propios valores en tótems; es decir, han otorgado a seres de la naturaleza los atributos de sabiduría, valor o nobleza, por ejemplo, que ha permitido tener a la sociedad unida y bien comportada. Hay teorías que sostienen que la unión de varios grupos de la antigua China que tenían cultos totémicos a serpientes, felinos y aves pudieron haber dado origen a la figura del dragón. Hay quienes dicen que la imagen del dragón pudo haber nacido del hallazgo de fósiles de dinosaurios o de hallazgos de esqueletos de cocodrilos de tierras lejanas.

Sea cual fuera su origen, en Oriente, el dragón lleva su poder a la sabiduría y a la creación, a la fusión de los elementos, a la protección y a la fortuna, y a ser el ancestro de los grandes emperadores.

En Occidente, el concepto de dragón es totalmente distinto, sigue siendo una criatura mítica, pero es interesante notar que su asociación con el poder se conjugó con un aspecto malvado. La Biblia lo identifica con una criatura infernal. La gesta medieval muchas veces lo señalaba como un monstruo que escupe fuego y que habría que vencer para liberar a la doncella cautiva en su cueva. Se ha interpretado a esta confrontación entre guerrero y monstruo como nuestra condición humana luchando contra nuestras propias emociones para acceder plenamente a nuestro espíritu. Tal vez por ello los dragones estén de vuelta.

Y sí, los dragones están de regreso con fuerza en Occidente, luego de un milenio, a través de la cultura popular, volando en las sagas cinematográficas de las obras de Tol-kien, en los juegos de roles de “Calabozos y dragones”, en la simpática animación de vikingos en “Cómo entrenar a tu dragón” o como seres feroces y domesticables en “Juego de tronos”, entre otras narrativas. En todo caso, se han convertido en seres más amistosos al representar nuestras emociones más agresivas, porque, hoy en día, la tendencia cultural es entender nuestro bagaje emocional antes que castigarlo y condenarlo. Tal vez, como dicen las viejas leyendas, los dragones son nuestro mundo interior y lo que ha cambiado es cómo nos relacionamos con ese mundo.

Nuestro territorio también ha tenido tradiciones de seres que amalgaman una serie de animales totémicos sobre la base de un gran reptil. Los aztecas guardaban el culto a Quetzalcóatl, una serpiente emplumada creadora, así como en nuestro territorio el Amaru es percibido como una gigantesca serpiente que vincula los distintos mundos. Si revisamos con cuidado la iconografía temprana chavín, el obelisco Tello es una hermosa alegoría en la que un lagarto primigenio articula la completa naturaleza. La iconografía moche nos presenta serpientes con cabezas en ambos extremos; no estamos seguros de su significado, pero visualmente nos sugiere una criatura que no tiene principio ni tampoco fin. Quizá estas magníficas criaturas prehispánicas y sus artes de unir de manera complementaria el universo sean formas simbólicas que asemejan en parte las características atribuidas a los sabios dragones chinos.

Los humanos hemos divinizado a una fauna que paulatinamente hemos ido dominando y que nos ha empujado a fusionarla para crear seres extraordinarios cuyo poder no podamos sobrepasar. El dragón ha sido el depositario de este gran poder. Curiosamente, los occidentales lo han percibido con temor mientras que en Oriente lo han hecho con esperanza.

Este año es importante, pues se celebra el año del dragón, la única criatura mitológica del calendario oriental y la que representa la sabiduría y el equilibrio de todos los elementos. Cuenta una antigua tradición de una visita que hizo Confucio a Lao Tze. El primero promovía una visión disciplinada de las jerarquías, el Estado y la famila. Lao Tze, por su parte, era un ermitaño que gozaba de la contemplación, la simplicidad y de entender la unión con la naturaleza. Al volver a sus discípulos, Confucio les dijo deslumbrado: “Un tigre puede ser cazado, un ave puede ser apresada y un pez puede ser atrapado. A Lao Tze, su sencillez lo hace demasiado poderoso, es un dragón y, como tal, solo queda aprender de él”.

Descubramos el poder de la sencillez. ¡Feliz año del dragón!

Alexander Huerta-Mercado es antropólogo de la PUCP