“Lamentablemente, la construcción de tan necesaria red de alianzas internacionales liderada por Washington tendrá una gran limitación: la volatilidad de la política interna de Estados Unidos”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
“Lamentablemente, la construcción de tan necesaria red de alianzas internacionales liderada por Washington tendrá una gran limitación: la volatilidad de la política interna de Estados Unidos”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza
Moisés Naím

“America is Back”. “América está de regreso”, afirmó emocionado el presidente estadounidense . Les hablaba a los líderes políticos, principalmente europeos, que participaron en una reciente reunión sobre seguridad internacional que se llevó a cabo, por videoconferencia, en Múnich, Alemania. “La alianza transatlántica está de regreso”, enfatizó el flamante presidente.

En esa audiencia, el mensaje fue, por supuesto, muy bien recibido. Angela Merkel, Emmanuel Macron y Boris Johnson registraron su complacencia ante la nueva postura de EE.UU. En su discurso, Biden renovó enérgicamente el compromiso de su país con el artículo 5 de la , que obliga a los países de la alianza militar a responder colectivamente ante un ataque contra uno de sus miembros. Durante su presidencia, se abstuvo reiteradamente de reconocer públicamente que, por ser miembro de la OTAN, su país aceptaba esa obligación. Naturalmente, esta reticencia de Trump produjo ansiedad en las capitales europeas y regocijo en el Kremlin.

Esto cambió con la llegada de Biden a la Casa Blanca. El presidente estadounidense usó su discurso en la Conferencia de Múnich para que no quedara duda alguna sobre la posición de su gobierno con respecto al artículo 5. “El ataque a uno es un ataque a todos”, dijo Biden y prometió que su país honraría sus compromisos.

Como presidente, Donald Trump desdeñó el multilateralismo, la construcción de alianzas y la diplomacia que, según él, eran una pérdida de tiempo. En cambio, privilegió sus relaciones personales con los líderes de países como China, Rusia, Arabia Saudita o Corea del Norte. No logró mucho y, en general, dejó muy deterioradas las relaciones de EE.UU. con estos países.

Por su parte, tanto Biden como su equipo repiten, cada vez que pueden, que las alianzas serán el pilar de su política exterior. Ven a la diplomacia como el principal instrumento del que disponen para avanzar en el logro de sus objetivos nacionales. Según ellos, atacar con éxito la pandemia, el cambio climático, la crisis económica e impedir que Irán cuente con armas nucleares requiere trabajar mancomunadamente con los países aliados. Desde la perspectiva de Biden y su gobierno, el eslógan de Trump, “América primero”, terminó siendo “América sola”. Según ellos, la postura de Trump solo sirvió para aislar al país, ceder espacios geopolíticos que fueron ocupados por China y Rusia, y descubrir que el poder militar y económico de EE.UU. es importante, pero insuficiente para lograr sus objetivos internacionales.

Los posibles aliados están muy interesados en trabajar junto con Estados Unidos en el logro de intereses comunes. No cabe duda de que estas alianzas repotenciadas son necesarias. Los problemas globales que son inmunes a respuestas locales están proliferando y, con ellos, la necesidad de que los países actúen de manera coordinada.

Lamentablemente, la construcción de tan necesaria red de alianzas internacionales liderada por Washington tendrá una gran limitación: la volatilidad de la política interna de Estados Unidos.

¿Qué le pasa a un país que, entusiasmado por Biden, se zambulle a fondo en su alianza con Estados Unidos y, cuatro años después, encuentra que las elecciones llevan al poder a un nuevo presidente estadounidense que desconoce sus deberes como aliado? Esa pregunta está en la mente de los responsables de la política exterior de los países que Washington necesita como aliados. En las conversaciones en los pasillos virtuales de la Conferencia de Múnich, la pregunta más afanosa no fue si Estados Unidos estaba de regreso. La pregunta más candente fue –y sigue siendo– cuánto tiempo va a durar este regreso.

Es muy interesante ver a los altos diplomáticos emulando a los altos ejecutivos de empresas multinacionales. Desde finales de los años 90, los empresarios construyeron complejas y muy eficientes cadenas de suministro que comienzan en China y desembocan en los mercados finales del mundo entero. Estas cadenas permitieron a las empresas reducir drásticamente sus inventarios. Las prácticas de logística “justo a tiempo” se universalizaron en el manejo de inventarios. Para minimizar costos, los suministros llegan con gran rapidez y precisión a su destino, justo cuando son requeridos, para la manufactura del producto final.

La que declaró Trump generó todo tipo de dolores de cabeza en las cadenas mundiales de suministro. Así, las empresas que dependen de tener inventarios “justo a tiempo” descubrieron que era peligroso poner todos los huevos en esa canasta. Para mitigar ese riesgo, los ejecutivos se vieron obligados a balancear el principio de “justo a tiempo” con el de “por si acaso”. Muchos se vieron forzados a invertir en desarrollar relaciones con otros suplidores sin importar que fuesen más costosos.

Los líderes empresariales entendieron que, por más que deseen que los Estados Unidos generen estabilidad y no desequilibrios, esto no siempre será así. Los líderes políticos seguramente los emularán. La política de alianzas será moldeada por la diplomacia de “por si acaso”.