Fernando  Bravo Alarcón

Como ya se está haciendo costumbre con la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, su edición número 28 (), realizada en Dubái (Emiratos Árabes Unidos), culminó sin firmes compromisos ni acuerdos vinculantes. Salvo una que otra propuesta sugerente –la generación de un fondo para pérdidas y daños, por ejemplo–, no ha habido grandes propuestas que destacar.

Presidida por un curioso personaje, Sultán Al Jaber, ministro de Industria del país anfitrión y director ejecutivo de la compañía petrolera estatal, su alta investidura en la COP 28 ya venía algo desdorada tras haber negado la existencia de bases científicas que respalden la idea de que la eliminación progresiva de los combustibles fósiles permitirá alcanzar las metas del Acuerdo de París del 2015. Finalizado el cónclave, Al Jaber ha ratificado que la empresa estatal que dirige continuará exportando petróleo. Paradójico que los Emiratos dispongan que una figura con sesgos negacionistas presida la cumbre climática que organiza.

¿Podría esta COP, realizada en una de las mecas del petróleo y el gas, despercudirse de la esencia de su circunstancial anfitrión? Si bien las autoridades de los países sede deben mantener su neutralidad, la suspicacia quedó instalada. No se recuerda nada parecido, por ejemplo, de la COP 24, realizada en Katowice, Polonia, una de las capitales de carbón de Europa. Pero vistos los resultados, quizás el tipo de anfitrión no sea tan determinante como la reiterada tendencia histórica registrada en estas conferencias, cuyos resultados de las más recientes se hallan muy influidos por las trayectorias establecidas por las primeras: discursos políticamente correctos, ausencia de acciones firmes y concretas, sospechosos cabildeos, escasa obligatoriedad de los acuerdos, deficitaria participación de pueblos indígenas, febles compromisos financieros (el ‘path dependence’, en palabras del institucionalismo histórico).

Un punto a su favor, sin embargo, es que, por fin, el acuerdo global hace mención explícita al papel de los combustibles fósiles (concretamente, al petróleo y al gas) en la actual ebullición climática y a la búsqueda de su abandono progresivo. Todo esto, pese a las movidas de los lobbies petroleros antes y durante la cumbre. Desde la COP 21 (Acuerdo de París) solo se hacía referencia directa al carbón, mas no al petróleo ni al gas. Que los países y consorcios petroleros hayan logrado posponer por tantos años una verdad tan rotunda es indicativo de que las respuestas realistas, oportunas y eficaces arribarán en muchos años más, mientras la atmósfera camina ya ni siquiera al calentamiento, sino hacia la ebullición.

¿Cuál es el debe y el haber de estas conferencias climáticas? Si se hace un paralelo entre los años transcurridos desde la primera de estas cumbres (COP 1, Berlín, 1995) y la evolución del clima y del calentamiento del planeta en el mismo lapso, se podría decir que prácticamente no hay mucho por celebrar de acuerdo con las tendencias de temperaturas registradas, la presencia de gases de efecto invernadero en la atmósfera, el incremento de fenómenos hidroclimáticos, el número de desplazados ambientales, la disminución de bosques y muchos otros indicadores. Quizás lo rescatable sea que las sucesivas COP han contribuido al afianzamiento del cambio climático en la agenda global, a la consolidación de una conciencia ambiental, a la adopción de mecanismos de adaptación, como también a la suscripción de acuerdos regionales y a la aparición de muy activos movimientos de vigilancia ciudadana. Ello no es poco, ciertamente.

¿Y el Perú en la COP 28? Difícil hacer un pronto balance sobre la base de aseveraciones generales de las fuentes oficiales. Se resalta como logro la creación de una “plataforma global para apoyar a pueblos indígenas y comunidades locales en la acción climática en los bosques”, impulsada por países con bosques tropicales como el Perú. Iniciativas como aquella son necesarias para un país donde el asesinato y el amedrentamiento de líderes indígenas ambientales se están convirtiendo en trágica moneda corriente. Van 28 COP y sus acuerdos y planteamientos no se visibilizan en el Perú. Si a escala global hay mucho de cal y poco de arena, en el lado local a veces hay mucho ruido y pocas nueces.

Fernando Bravo Alarcón es Sociólogo de la PUCP