Andrés Oppenheimer

El asalto de el 5 de abril a la Embajada de en Quito para capturar al exvicepresidente Jorge Glas, que ha sido condenado por corrupción masiva y se había refugiado allí, ha desencadenado una justificada ola de indignación en toda América Latina.

Sin embargo, México, Venezuela y otros países que están arremetiendo contra Ecuador no dicen una palabra sobre violaciones similares cometidas por Cuba.

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (), calificó la irrupción de la policía ecuatoriana en la misión diplomática mexicana como una violación flagrante del derecho internacional, y rompió relaciones diplomáticas con Ecuador.

México argumentó, con razón, que la incursión a su embajada había violado la Convención de Viena de 1963, que establece la inmunidad diplomática de las embajadas. Ecuador había expulsado poco antes a la embajadora de México en Quito, argumentando que México había intervenido en los asuntos internos de Ecuador y había dado asilo ilegalmente a un criminal común.

AMLO había cuestionado días antes la legitimidad de la elección del presidente ecuatoriano Daniel Noboa y había concedido asilo diplomático a Glas. Ecuador argumentó que el asilo a Glas viola la convención de Montevideo de 1933 y la Convención de Caracas de 1954, que prohíben el asilo político a delincuentes comunes.

Entre los países que más duramente criticaron a Ecuador se encuentra Venezuela, cuyo dictador Nicolás Maduro afirmó falsamente que la incursión de Ecuador fue “algo nunca visto en América Latina”.

De hecho, la invasión de la Embajada de México fue una violación del derecho internacional que ya había sido cometida al menos dos veces por Cuba, y con consecuencias mucho más trágicas.

La dictadura cubana irrumpió el 9 de diciembre de 1980 en la embajada del Vaticano en La Habana en busca de personas que habían pedido asilo político allí. Tres hermanos de entre 19 y 25 años fueron capturados dentro de la misión diplomática y ejecutados tres semanas después, según Archivo Cuba, un grupo de investigación independiente con base en Washington.

Increíblemente, la propia dictadura de Cuba está condenando ahora la acción de Ecuador, como si nunca hubiera hecho algo similar. El martes, Cuba solicitó una reunión urgente de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) para condenar a Ecuador.

Mi impresión es que la disputa diplomática entre México y Ecuador es una tormenta en un vaso de agua, que terminará con un restablecimiento silencioso de las relaciones una vez que el incidente desaparezca de los titulares.

Por el momento, tanto el presidente de México como el de Ecuador se están beneficiando políticamente del incidente. AMLO está recibiendo aplausos por romper relaciones con Ecuador poco antes de las elecciones del 2 de junio, en las que apoya a una candidata oficialista.

Noboa, a su vez, ha visto aumentar su popularidad desde el asalto a la embajada poco antes de un referéndum el 21 de abril, que podría ser clave para sus posibilidades de reelección.

No me extrañaría que ni México ni Ecuador tengan mucho apuro en resolver esta disputa. Mientras tanto, México, Venezuela y Cuba están explotando al máximo el error de Ecuador, mientras hacen la vista gorda a los ataques mucho más brutales a embajadas cometidos por Cuba.

–Glosado y editado–

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Andrés Oppenheimer es periodista