Cuando Donald Trump retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París, el diario “El País” declaró que el presidente “ha decidido que Estados Unidos se desentienda del futuro del planeta”. “The New York Times” calificó la decisión de “desgraciada” y que ha “derrochado lo que quedaba de las pretensiones de liderazgo estadounidense en un área de importancia global”. Otros pronostican catástrofes humanitarias y proclaman que EE.UU. se está volviendo un Estado paria a la par de Siria, país que rechazó el acuerdo.
Wow. Si fuese tan así, tendríamos razón para entrar en una prolongada depresión. Afortunadamente, las reacciones histéricas no concuerdan con los hechos, los cuales nos permiten reflexiones más mesuradas y hasta optimistas. Esto es así porque las deficiencias del Acuerdo de París son tan grandes que le restan peso y sentido, y por lo tanto la retirada de EE.UU. no altera significativamente la realidad. Además, EE.UU. ya está mostrando ser líder en la reducción de dióxido de carbono a pesar del acuerdo, tendencia que acelerará en el futuro.
El Acuerdo de París del 2015 se realizó solo luego de que otros acuerdos previos, como los de Kioto y Copenhague, hubieran fracasado. La diferencia se dio en Lima en el 2014, cuando se celebró la conferencia de la ONU sobre el cambio climático. Fue entonces que se decidió que, en vez de establecer una dada reducción de gases de efecto invernadero por país, cada país ofrecería su propio plan sin que haya una meta preestablecida que lograr. No hay consecuencias si los países no consiguen lo que establecen sus planes. Solo bajo criterios tan laxos se pudo llegar a un acuerdo internacional, pues muchos países en desarrollo siempre se opusieron a la perspectiva de sacrificar el crecimiento económico antes de llegar a ser desarrollados.
Por eso, el plan de China promete una reducción de dióxido de carbono próxima al año 2030, fecha en que ya era previsto su punto alto de emisión. La India prometió mejorar la eficiencia del uso de energía a un ritmo menor de lo que ha estado experimentando, sin comprometerse con ninguna reducción de emisiones.
Cuando se toman en cuenta todos los planes dentro del acuerdo, y presumiendo que se cumplen en la práctica, la reducción en la temperatura del planeta sería pequeña. Según el MIT (Massachusetts Institute of Technology), el acuerdo lograría un mejoramiento de solo 0,2 grados para el 2100. La temperatura a la que se hubiera llegado sin el Acuerdo de París se realizará un poco después con el acuerdo vigente. Nunca fue gran logro el acuerdo.
La retirada de EE.UU. tampoco cambia mucho la realidad. Bajo el acuerdo, EE.UU. se comprometió a reducir sus emisiones por 26%-28% para el 2025 comparado con el 2005. En la práctica, EE.UU. ha reducido la emisión de dióxido de carbono a los niveles más bajos desde principios de los noventa. Esto ocurrió por la revolución del gas shale, que ha alentado el uso del gas en vez del carbón para generar electricidad, consecuencia de su economía relativamente libre. Europa, que impone regulaciones energéticas más rígidas, no ha logrado reducir sus emisiones.
Al no atarse al Acuerdo de París, EE.UU. puede evitar regulaciones que desalientan el uso del gas, que produce menos emisiones nocivas que el petróleo, y seguir liderando el mundo desarrollado en la reducción de emisiones. Sin París, se estima que EE.UU. reducirá sus emisiones por 23%-24% para el 2025. Es casi lo previsto por el acuerdo y será mucho más de lo que logrará la mayoría de los países. En el camino, el resto del mundo se podrá beneficiar de las innovaciones energéticas que saldrán de EE.UU.
Nos guste o no Trump, su decisión acerca de París no representa el fin del mundo.