"Nuestra historia es similar a la de la Madre Patria, de la cual hemos heredado mucho de lo bueno y lo malo". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Nuestra historia es similar a la de la Madre Patria, de la cual hemos heredado mucho de lo bueno y lo malo". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Fernando Rospigliosi

Las declaraciones y actitudes del presidente Martín Vizcarra y de sus partidarios, así como las de congresistas de la mayoría y sus aliados, indican que no existe intención alguna de ceder en sus posiciones. Nadie toma en serio hasta ahora propuestas como la de adelantar las elecciones restableciendo la bicameralidad para dar opción a los actuales congresistas a optar por una curul en la Cámara Alta.

Es asombroso cómo los políticos parecen no haber aprendido nada del pasado reciente. Desde el primer día del gobierno de Pedro Pablo Kuczynski (PPK) se desarrolló un enfrentamiento suicida con el Congreso que tenía una mayoría abrumadora liderada por Keiko Fujimori.

Hoy día PPK y Keiko están presos y sus grupos políticos devastados.
En el caso del fujimorismo, al inicio de este período su futuro parecía propicio. Si el enorme poder que tenían hubiera sido utilizado juiciosamente, probablemente hoy día Alberto Fujimori estaría en su casa y las perspectivas electorales de Fuerza Popular para futuras elecciones, con dos líderes jóvenes como Keiko y Kenji, serían prometedoras.

En lugar de eso, Alberto fue devuelto a la prisión con pocas posibilidades de obtener la libertad, Keiko fue encarcelada, Kenji expulsado del Congreso por su hermana y su carrera política malograda, por lo menos en el mediano plazo.

¿Acaso hemos escuchado un análisis y un balance de los errores que posibilitaron este desastre monumental? En todos los casos la respuesta es la misma: los otros tienen la culpa. Y eso vale también para el resto de caudillos y agrupaciones políticas.

Uno de los problemas básicos que explican esta situación es la completa falta de institucionalidad política. Los líderes, desde los grandes hasta los más pequeños, hacen lo que les da la gana en función de sus más inmediatos y estrechos intereses, sin ningún control. No tienen que rendir cuentas ni responden ante nadie. En sistemas políticos institucionalizados, si un dirigente comete un error grave pierde su puesto, ya sea porque tiene que renunciar o porque lo echan.

Acá no sucede eso. Si es el dueño del partido, sigue al frente, no importa cuántos desatinos puede cometer. Y si no, simplemente se cambia de camiseta. No hay institucionalidad que frene y modere la ambición, las pasiones y la insensatez.

Otro factor importante, muchas veces olvidado, es nuestra cultura y tradición. Desde el principio fue así. Una de las razones por las que los españoles pudieron conquistar con relativa facilidad el Imperio Incaico fue porque estaba desgarrado por una disputa fratricida, que acabó con el asesinato de Huáscar por órdenes de su hermano Atahualpa en 1532.

Y los conquistadores no eran distintos. Los socios se pelearon pronto. El 8 de julio de 1538 Diego de Almagro fue ahorcado en el Cusco por orden de Hernando Pizarro. Los almagristas asesinaron a Francisco Pizarro en Palacio de Gobierno el domingo 26 de junio de 1541. Y el hijo de Almagro fue ejecutado en noviembre de 1542 por el mismo verdugo que ahorcó a su padre. (Juan Eslava Galán, “La conquista de América contada para escépticos”. Planeta, 2019).

Así empezó la historia de este lugar llamado Perú.

Sin ir tan lejos, hace exactamente cien años Augusto B. Leguía ganó las elecciones y luego disolvió el Congreso e hizo elegir uno a su medida. El 10 de setiembre de 1919, como ha recordado Héctor López Martínez en esta página, luego de ser espoleados por un flamígero discurso de Leguía contra los “corruptos explotadores del pueblo”, turbas al servicio del gobierno asaltaron El Comercio y lo incendiaron, así como la casa de su director Antonio Miró Quesada. También asaltaron e incendiaron “La Prensa”.

Nuestra historia es similar a la de la Madre Patria, de la cual hemos heredado mucho de lo bueno y lo malo. Arturo Pérez-Reverte anota: “Creo que los españoles estamos infectados de una enfermedad histórica peligrosa, quizá mortal […] la insolidaridad, la envidia como indiscutible pecado nacional, la atroz falta de cultura que nos ha puesto siempre –y nos sigue poniendo– en manos de predicadores y charlatanes de todo signo […] que maltratan y olvidan a sus grandes hombres y mujeres, que borran el testimonio de lo digno y solo conservan, como arma arrojadiza contra el vecino, la memoria del agravio y ese cainismo suicida que salta a la cara como un escupitajo al pasar cada página de nuestro pasado”.

En conclusión: “Y sobre todo, con esa estúpida, contumaz, analfabeta, criminal vileza, tan española, que no quiere al adversario vencido ni convencido, sino exterminado. Borrado de la memoria”. (“Una historia de España”. Alfaguara 2019).

Una imagen, sin duda, válida también para el Perú.