(Ilustración: Victor Aguilar)
(Ilustración: Victor Aguilar)
Ian Vásquez

Mayo fue el mes más violento en México en los últimos 20 años desde que el Gobierno empezó a dar seguimiento a los homicidios: 2.186 personas fueron asesinadas. Todavía no se conocen las cifras de junio, pero para lo que va del año, ha habido 9.916 homicidios. A este paso, México romperá en el 2017 el récord del año más sangriento.

El presidente Enrique Peña Nieto llegó al poder en el 2012 al prometer menos violencia y una política distinta hacia el crimen y el narcotráfico. Su antecesor, Felipe Calderón, había declarado la guerra contra los cárteles de drogas en diciembre del 2006. De allí, se dispararon los homicidios sin que el Gobierno Mexicano lograra reducir el flujo de drogas hacia Estados Unidos. El punto alto se dio en el 2011, cuando mataron a 22.900 mexicanos, más del doble del 2007.

La política de Calderón fue un fracaso que los mexicanos rechazaron en las urnas. Se trataba de militarizar el conflicto con los cárteles y capturar a sus líderes con la esperanza de que esto debilitaría el negocio ilícito. Lo que sucedió fue predecible porque lo mismo ha ocurrido cada vez que esta estrategia se ha impulsado sea donde sea en el hemisferio. Se incrementan la violencia y la corrupción, porque así responden los narcotraficantes al ser atacados. Y cuando algún capo o capos son capturados, se crea un vacío de poder que lo pelean violentamente entre sí los rivales traficantes. Siempre que haya demanda, el flujo de drogas se mantendrá.

Los homicidios cayeron ligeramente a principios del sexenio de Peña Nieto. Pero su gobierno nunca abandonó la militarización del conflicto con los cárteles y, de hecho, volvió a echar mano dura. Coincidió con el aumento de consumo de heroína en EE.UU., que se ha vuelto una crisis en ese país. México, fuente de la heroína que consume el vecino del norte, aumentó el cultivo de amapola un 160% del 2013 al 2014, y 64% el año siguiente, según la DEA.

El auge de la violencia también ha coincidido con la captura del ‘Chapo’ Guzmán, capo del temido cártel de Sinaloa, en enero del 2016. Ese mes, el analista Ted Galen Carpenter predijo que se produciría más violencia, especialmente si el ‘Chapo’ terminaba en una cárcel en EE.UU., lo cual sucedió un año después. Ha ocurrido lo que predijo Carpenter. El cártel de Sinaloa llegó a controlar un porcentaje del mercado al por menor de drogas ilícitas en EE.UU. equivalente al porcentaje controlado por todos los otros cárteles mexicanos. Ahora, el vacío se está peleando y llenando de otras bandas criminales.

Entre ellas ha surgido el cártel Jalisco Nueva Generación, que parece ser todavía más despiadado que los otros cárteles que a su vez se ganaron la reputación de ser de los más crueles en toda la historia del narcotráfico hemisférico. La política mexicana, junto con la política prohibicionista de EE.UU., no ha podido reducir ni el flujo ni el consumo de drogas, pero sí ha creado todo tipo de problemas sociales y políticos –de salud, de seguridad, de estabilidad política y de integridad de las instituciones democráticas–.

México no puede esperar a que EE.UU. cambie sus políticas o sus hábitos. Por eso, tanto México como toda América Latina deberían hacer lo que recomienda el ex canciller mexicano Jorge Castañeda. Debe hacer lo que hizo Canadá durante la prohibición del alcohol en EE.UU. durante los años 20 y 30: no participar para nada de esa política fracasada y, en vez, permitir las exportaciones del producto ilícito y hasta gravar el negocio prohibido por EE.UU. Propuesta radical, pero muchísimo más sensata de lo que se practica hoy.