Editorial: Angustia social
Editorial: Angustia social
Redacción EC

En medio de sus disputas internas, el adoptó el fin de semana pasado una decisión en la que todos los sectores parecen estar de acuerdo: ir a las elecciones presidenciales del 2016 con candidato propio. El marco fue el XXVII Congreso Nacional Estatutario del partido y la ruidosa aprobación que la iniciativa provocó entre los asistentes hace pensar que será sostenida hasta el final. Es decir, que no será abandonada a último momento a cambio de una alianza que luzca más rendidora en materia de votos.

La idea suena razonable a la luz de lo ocurrido en el 2011, cuando los socialcristianos integraron un conglomerado bastante heterogéneo –la Alianza para el Gran Cambio, no por gusto apodada ‘el sancochado’– y el experimento no les sirvió para llegar más allá del tercer lugar al que ya estaban habituados ( lo había obtenido en las elecciones de 1980 y 1985, y en las del 2001 y 2006).

Lo precario de la argamasa utilizada para construir la coalición, además, se hizo evidente cuando, a poco de llegar al Congreso, la bancada elegida bajo ese mismo paraguas político se disgregó en partículas de conducta contradictoria entre sí. Para comprobarlo, basta considerar los avatares parlamentarios de representantes como Yehude Simon, Enrique Wong, Lourdes Alcorta o Humberto Lay durante los últimos tres años y medio.

En honor a la verdad, sin embargo, competir con candidato propio tampoco garantiza que la suerte del PPC en los próximos comicios vaya a ser la mejor. Como acabamos de recordar, ya en distintas oportunidades lo ha hecho y el resultado fue igualmente modesto. Y los socios que llevó en esas ocasiones bajo su manto al Congreso o al Parlamento Andino acabaron frecuentemente también en otras bancadas o de ministros de los gobiernos a los que supuestamente debían hacer oposición.

¿Qué le ha faltado entonces al partido fundado hace casi cuatro décadas por Luis Bedoya Reyes para constituir una opción política lo suficientemente atractiva como para llegar al poder? Distintas respuestas han sido ensayadas para esa interrogante por los analistas después de cada elección. Se ha mencionado, por ejemplo, su arraigo predominantemente limeño y también el talante abogadil de su dirigencia. Pero pocos han llamado la atención sobre su doctrina y, en particular, sobre el híbrido denominado ‘economía social de mercado’, que los pepecistas suscriben y que a tantas confusiones ha dado pie desde su incorporación en la Constitución de 1979 y, por herencia, en la de 1993.

La incrustación del adjetivo ‘social’ en medio de la expresión ‘economía de mercado’, en efecto, ha permitido que se declaren favorables a ella personas de las más diversas posiciones ideológicas, porque es el resquicio por el que se pueden filtrar todas las intervenciones en la economía que el interés político de turno juzgue convenientes, mucho más allá de la complementariedad y subsidiariedad en la que creen en el PPC.

En nombre de lo ‘social’, como hemos visto, se pueden colocar barreras arancelarias, se puede hacer más rígido el mercado laboral y hasta se puede traer de regreso al Estado a actividades empresariales de las que tan trabajosamente se lo había retirado. Es decir, se puede ir en contra de todo lo que la economía de mercado a secas recomienda, con las consecuencias que ya conocemos.

Por eso les resulta tan fácil a controlistas y aventureros aliarse con un partido que, irónicamente, se define como ‘de principios’ (recordemos que en las últimas elecciones regionales en Tacna postularon a un etnocacerista): porque los tales principios no suelen operar ni como un filtro ni como un condicionante de su comportamiento político.

El acuerdo pepecista de ir con candidato propio, en suma, es positivo, porque abre una posibilidad más de que en el 2016 no tengamos que decidir, como de costumbre, entre el mal conocido y el mal menor. Pero mientras ese partido no se resuelva a definir de manera clara y distinta lo que entiende por ‘economía social de mercado’ –ya que dejar de lado esa etiqueta, que los entronca con el socialcristianismo alemán, no es para ellos una opción–, las probabilidades de que ese candidato encarne un verdadero liderazgo son bajas. No se puede encabezar proyecto político alguno desde una identidad doctrinaria equívoca sobre el sentido de las reformas que se quiere proponer al país.