Editorial: La borrachera del gigante
Editorial: La borrachera del gigante

“Si tenemos que reconocer un modelo exitoso, es el brasileño”, decía en el 2011 el entonces candidato en la segunda vuelta Ollanta Humala. Así, y hasta por lo menos fines del 2013, el señor Humala no dejó de referirse al caso de (inicialmente con y luego con ) como un ejemplo de acertadas políticas económicas y sociales. Apenas dos años después, es poco probable que el mandatario peruano, o cualquier otro, apunte a Brasil como un modelo a seguir.

La crisis política que enfrenta el gobierno de dicho país es la más grave desde la renuncia de Fernando Collor de Mello en 1992. La Corte Suprema de Brasil posibilitó la reanudación en febrero del juicio político que le sigue a la presidenta Rousseff y que podría terminar con su remoción del cargo debido a supuestas maniobras contables destinadas a maquillar la situación fiscal del país en el 2014, año electoral. 

Además, el masivo escándalo de corrupción destapado en el Partido de los Trabajadores –organización a la que también pertenecía Lula da Silva–, y que involucra a la estatal brasileña de Petrobras, promete seguir sacudiendo a las más altas esferas del poder.

Pero los problemas del país no son solo políticos. La economía de Brasil se contrajo en 3,7% durante el 2015 y se espera un decrecimiento de casi 3% para el presente año. Estas cifras han llevado a instituciones internacionales, entre las que se cuenta el banco Goldman Sachs, a calificar la situación de Brasil como una “rotunda depresión”. 

Ante ello, y con un guion similar al empleado por el presidente Humala y sus ministros, la señora Rousseff ha culpado a los factores internacionales de la recesión que vive el país: la ralentizada economía china, la apreciación del dólar, la caída en el precio de las materias primas, entre otros motivos. Es cierto que el entorno global no ha favorecido a las economías de la región, pero en el caso brasileño hay elementos mucho más profundos que explican su situación particularmente desventajosa.

Del 2011 al 2014, la presidenta Rousseff complicó irresponsablemente la situación fiscal al incrementar las transferencias en pensiones públicas y programas sociales, a la vez que otorgaba exoneraciones fiscales a sus industrias favoritas. Solo en pensiones a los jubilados y sus familias, Brasil gasta hoy casi el 12% de su PBI (un ratio más alto que el de Japón, un país más rico y con mayor proporción de adultos mayores).

Con todo ello, el déficit fiscal pasó de 2% del PBI en el 2010 a 10% del PBI en el 2015, y motivó que hoy la deuda soberana brasileña tenga el estatus de “bono basura” para dos de las tres clasificadoras de riesgo internacionales relevantes.

Mientras tanto, las condiciones para crear riqueza e invertir permanecieron ausentes. Según el Banco Mundial, la típica empresa manufacturera de Brasil debe emplear aproximadamente 2.600 horas al año en el proceso de pagar impuestos, en tanto que el promedio en América Latina es de 356 horas. Su mercado laboral, además, destaca como uno de los más rígidos de la región. 

De los problemas políticos y económicos que hoy afectan a Brasil se pueden extraer dos lecciones pertinentes para el Perú. La primera es que la activa participación de Estado en la economía a través de empresas públicas “estratégicas” ofrece amplias oportunidades para que estas sean focos de corrupción y clientelismo. Recordemos que hasta hace poco Petrobras era un referente de eficiencia y una prueba de que el Estado sabe ser empresario entre aquellos entusiasmados con las aventuras emprendedoras de Petro-Perú.

La segunda lección es que no se puede repartir la riqueza que no se ha creado, y el endeudamiento para cubrir la diferencia tiene un límite. A fin de cuentas, el modelo económico asistencialista, con mucho énfasis en la redistribución y poco en la productividad –llamado también “incluir para crecer”–, tarde o temprano trae las consecuencias que hoy golpean duramente al gigante sudamericano. Tomen nota esta vez los electores peruanos del candidato que proponga este camino como modelo a seguir.