Editorial: Al fin solos
Editorial: Al fin solos
Redacción EC

Es normal que los gobiernos terminen con un respaldo menor que aquel con el que empezaron. Las promesas de campaña incumplidas, los escándalos que pudieran suscitarse en cualquier ámbito de la administración pública y el mero cansancio derivado de ver durante cinco años los mismos rostros en la escena oficial erosionan las simpatías que un líder y un partido victoriosos en las elecciones convocan en la etapa inicial de su mandato.

El desgaste que acusa este gobierno a 13 meses de finalizar su gestión, sin embargo, excede los niveles normales de ese fenómeno. Por un lado, las aprobaciones del presidente y la primera dama han caído en las encuestas a su punto histórico más bajo (17% y 15%, según Ipsos, respectivamente). Y por otro, los viejos aliados e incluso algunos de los parlamentarios más identificados con esta administración han empezado a tomar distancia de ella, generando la sensación de un inminente desbande.

Es verdad que desde muy temprano este gobierno conoció el desgajamiento de grupos e individuos que lo habían acompañado a lo largo de la campaña. Recordemos, por ejemplo, el alejamiento de los sectores vinculados a la izquierda que se inició con la salida de de la Presidencia del Consejo de Ministros y terminó poco después con una primera escisión de la bancada gobiernista en el Congreso que involucró a , Rosa Mavila y Verónika Mendoza.

Y la pérdida de escaños oficialistas en el Legislativo continuó más tarde con el apartamiento de los seis congresistas que formaron la bancada de Dignidad y Democracia, y luego otros más, como Sergio Tejada o Rogelio Canches, por distintas acciones políticas adoptadas por el humalismo.

Todo eso, ciertamente, fue dejando al gobierno bastante aislado y debilitado en su eventual afán de sacar adelante cualquier iniciativa de reforma. Pero lo que ha sucedido en estos días ha llevado tal situación a un extremo preocupante, porque, como decíamos, ha tocado lo que podría llamarse el ‘núcleo duro’ del equipo parlamentario de Gana Perú y también al aliado incondicional con el que contaba hasta ahora: Perú Posible.

En lo que concierne a la esfera estrictamente gobiernista, Omar Chehade y Daniel Abugattás –dos antiguos incondicionales de Palacio no exentos de su propia dosis de controversia– no solo se han permitido hace pocos días votar (con otros tres legisladores de la bancada oficialista) en contra de la posición del Ejecutivo a propósito de las exoneraciones a los descuentos de las gratificaciones de julio y diciembre, sino que han señalado su intención de no postular en las elecciones del 2016, lo que habla de un desencanto con la experiencia que terminan.

Por otro lado, Perú Posible, que ha contribuido con la administración humalista proporcionándole tres ministros –Daniel Mora, Rudecindo Vega y Carmen Omonte– y favoreciéndola con su voto en el Parlamento cada vez que hacía falta, ha intentado desembarazarse de los evidentes vínculos que lo atan a ella. El ex presidente Alejandro Toledo, en particular, en su antojadiza forma de interpretar la realidad, ha dicho la semana pasada: “¡Nunca hemos tenido ningún acuerdo, ningún convenio con el gobierno, nunca!”. Y sus palabras deben haber llegado hasta la Casa de Pizarro como una corriente de aire frío.

El gobierno, pues, parece estar en la antesala de una auténtica soledad que, a fuerza de desaciertos y nexos inquietantes (pensemos en los casos López Meneses y Belaunde Lossio, por mencionar solo dos), se ha labrado por sí solo, pero que debe preocuparnos a todos. Porque para nadie, ni aun para aquella oposición que pudiera esperar cosechar el descontento de hoy en las elecciones de mañana, es una buena noticia tener a una administración condenada al inmovilismo por más de un año.

La recuperación del crecimiento económico y la situación de la seguridad, por traer a colación solo las materias comprendidas en el reciente pedido de facultades legislativas, no pueden seguir esperando. Y si el gobierno no puede conseguir la fuerza para enfrentar esos problemas en lo que solían ser sus propias filas, le corresponde a la oposición contribuir –sin renunciar por supuesto a sus responsabilidades fiscalizadoras– a que lo logre. Hacerlo, además, desde una Mesa Directiva del Congreso conducida por ella podría ser una buena lección de democracia para todos.