El mismo fujimorismo (II), por Carlos Meléndez
El mismo fujimorismo (II), por Carlos Meléndez
Carlos Meléndez

La idea de un “nuevo” fujimorismo es una ficción de origen antifujimorista. Fue improvisada al calor de la campaña como intento de domesticación progre ante la inminencia de una victoria naranja, que solo se concretó en el Legislativo. Iluminadas mentes –propensas al ‘wishful thinking’– compartieron la ilusión de una versión caviarizada del fujimorismo. Confundieron los buenos modales de la candidata Keiko Fujimori con una conversión. Una charla en Harvard no hizo el verano.

El fujimorismo –desde Alberto hasta Keiko– ha mantenido su composición molecular: ascendencia personalista del líder (omnipresente y todoterreno), cultura organizacional que valúa la lealtad rabiosa, enfrentamiento tanático al ‘establishment’ político y sus formas (democráticas), búsqueda de la legitimidad política en la relación directa con el electorado (fundamentalmente marginal). La versión keikista del fujimorismo es un ‘upgrade’ de la albertista: ha vertido el apoyo amorfo hacia una organización –Fuerza Popular (FP) es lo más cerca que tenemos a un partido–, ha centralizado la toma de decisiones inhibiendo el faccionalismo (adiós, montesinismo o absalonismo), e imponiendo compartimentos estancos, ha erigido una estructura de poder autónoma (que puede potenciarse con la prebenda estatal). ¿Tiene dudas? Ganó la hegemonía del Congreso con el voto.

Con estas premisas auscultemos la lógica fujimorista de las últimas semanas. La prioridad de Keiko Fujimori es conseguir la cohesión de una bancada de magnitud inédita. Coordinar 72 voluntades –en un partido personalista– requiere talento y esfuerzo desde la cúpula. La censura a Jaime Saavedra ha resultado funcional para dicho objetivo. Ha sido su primer despliegue de gimnasia política: al tiempo que se prueban las lealtades y se previenen fisuras, los escuderos ensayan una racionalidad ad hoc que incorpora la polémica y –en el extremo– el absurdo. La internalización del liderazgo keikista ha supuesto la búsqueda anticipada de satisfacción de las expectativas de la lideresa por parte de su séquito.  

El fujimorismo nunca le va a correr a la polarización porque el enfrentamiento con el ‘establishment’ (tecnocrático, pituco, liberal) aviva a su electorado (antielitista, mano dura, conservador). Radicalizar la disputa –sobre todo desde la mediocracia– es música para los oídos naranjas. Mientras el antifujimorismo apuesta a la esfera mediática –el desprestigio crónico del Congreso puede socavar la popularidad naranja–, el fujimorismo confía en su maniobra maquinal. FP cuenta con los recursos institucionales para sostener una confrontación permanente. 

Cinco años atrás, Keiko Fujimori emprendió su trabajo partidario recorriendo el país. Hoy lo hace cohesionando a su bancada. Si asegura fidelidad, podrá contar con la reproducción del trabajo proselitista de sus parlamentarios llegado el momento. La satanización a la Comisión de Presupuesto no ha permitido evidenciar la habilidad del fujimorismo en el ‘pork-barrel’ informal con los gobiernos subnacionales (más eficiente que la PCM con las regiones). No creo que el fujimorismo quiera precipitar un cambio de gobierno, sino que está consolidando su oportunidad política –consciente de los altos costos–. Estamos ante el inicio de una nueva estrategia del mismo proyecto. El fujimorismo no cambia, se sofistica.