Muerte de una heroína roja, por Rolando Arellano
Muerte de una heroína roja, por Rolando Arellano
Rolando Arellano C.

Me gusta leer “novela negra”, que siempre trata de personajes que buscan al culpable de un crimen. Una que leí recientemente, titulada “Muerte de una heroína roja” (Tusquets 2012), me hizo pensar mucho en lo que sucede con las inversiones empresariales en el Perú. 

Entre los grandes escritores actuales, herederos de (Sherlock Holmes) y (inspector Poirot), figuran varios escandinavos, como Stieg Larsson (“La chica del dragón tatuado” y otros), mi favorito el recientemente fallecido Henning Mankell (la saga del inspector Wallander) y un chino, , con sus obras sobre el inspector de policía Chen Cao. 

En “Muerte de una heroína roja” se conoce al culpable casi desde el comienzo de la obra, pero la dificultad de Chen Cao es lograr que el Partido Comunista le permita atraparlo. Así, sin entrar demasiado en la trama diré que el problema del policía chino es luchar contra el gobierno, que no quiere que la aparición del asesino de una condecorada trabajadora, alguien cercano a los círculos de poder, manche el honor del partido. Debe entonces escoger entre cumplir con su vocación de policía o aceptar la presión y dejar libre al asesino. 

En este período de menor crecimiento (y, sin duda, ahondando ese problema) hoy en el Perú muchos empresarios parecen encontrarse en la posición de Chen Cao. Los gerentes de esas empresas que no construyen nuevas casas porque los municipios les deniegan los permisos necesarios, de las constructoras que tienen las concesiones pero no empiezan a hacer las carreteras porque los gobiernos regionales se demoran en terminar los estudios, y de las mineras que tienen años esperando para comenzar con sus proyectos porque el gobierno no hace respetar los acuerdos sociales, saben lo que deben hacer y quieren actuar de la manera correcta, pero no invierten porque el sistema les pone trabas. Igual que al inspector Chen. 

La novela sería muy aburrida si nuestro héroe simplemente aceptara lo impuesto por los dirigentes comunistas y cerrara el caso sin atrapar al culpable. Pero Chen es consciente de que si se pliega al deseo del poder quedará marcado como mal policía (pues no atrapó al asesino), y además habrá traicionado sus ideales de justicia. Por eso, dentro de las grandes limitaciones que le ponen, el inspector se las ingenia para forzar al sistema a aceptar que el causante de la muerte reciba el castigo que merece.

Felizmente hay gerentes de empresas que invierten en el Perú que piensan y actúan hoy de manera parecida al inspector chino. En lugar de paralizarse quejándose del gobierno, tratan a toda costa de llevar adelante sus proyectos. Intentan convencer a las comunidades de lo positivo de estos, buscan aliados en los buenos funcionarios del gobierno y juntan esfuerzos con empresas con los mismos objetivos. Saben que su tarea es ejecutar sus proyectos y que si no hacen el máximo esfuerzo, por más problemas que puedan señalar que encontraron en el camino, su reputación gerencial quedará en entredicho. Y saben que solo así tendrán más probabilidades de éxito. Como le ocurrió a Chen.

Un último punto, al resolver el caso, Chen Cao es ascendido de rango y felicitado por los mismos dirigentes que le pusieron trabas. Los gerentes no deben esperar tanto. Esa parte solo sucede en la ficción.