Sofía Nole

La industria bananera, pilar de la economía frutícola nacional, enfrenta paradojas de progreso y sostenibilidad. Si bien representa una fuente vital de ingresos y empleo, la sombra de los desafíos ambientales asociados, en particular la gestión de residuos agroindustriales, se cierne sobre ella. El raquis de plátano, ese tallo robusto y ramificado que sostiene los racimos de fruta, emerge como el protagonista de esta problemática ambiental. Sin embargo, lejos de ser un mero desecho, el raquis esconde en su fibra la promesa de una revolución verde, gracias a las iniciativas de economía circular que buscan revalorizarlo.

Según el informe 2022 del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), el plátano se corona como la fruta más cultivada en nuestro país; representa el 35,2% de la producción frutícola total. Este liderazgo se refleja en las cifras reportadas por el Banco Central de Reserva (BCR) para el 2023, donde, hasta noviembre, la producción alcanzó 2′103.817 toneladas. Estos números no solo hablan de la vitalidad de la industria bananera, sino también de la magnitud del residuo que produce: una cantidad igual en raquis de plátano, cuyo destino final se convierte en un desafío ambiental de gran envergadura.

La respuesta a este reto viene de la mano de la innovación y la sostenibilidad, ofreciendo alternativas creativas para el reúso del raquis. Desde la producción de lixiviados, que prometen sustituir los fertilizantes químicos por soluciones ricas en nutrientes y microorganismos, hasta la exploración de su uso en la fabricación de papel, cartón e incluso textiles mejorados. Empresas pioneras ya están experimentando con mezclas de fibras de plátano y algodón para producir tejidos de mayor calidad. La versatilidad del raquis se extiende también a la producción de plásticos biodegradables y harinas con alto contenido fibroso y proteico, abriendo nuevos horizontes en alimentación y construcción sostenibles.

La travesía del raquis de plátano, de ser un residuo a convertirse en recurso, ilustra el potencial transformador de la economía circular en el corazón de la industria bananera. Esta transición hacia prácticas más sostenibles no solo mitigará el impacto ambiental de la industria, sino que también marcará un camino hacia la innovación y la sostenibilidad. Es crucial la unión de los sectores público y privado en este esfuerzo, promoviendo políticas y prácticas que incentiven la gestión eficiente de residuos. Así, la industria bananera no solo continuará siendo un pilar económico, sino también un líder en la conservación ambiental y el desarrollo sostenible.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Sofía Nole es estudiante de la carrera de Ingeniería en Gestión Ambiental de la Universidad ESAN