Mario Ghibellini

Días atrás, cuando circuló la noticia de que se había extraviado el cuaderno de ocurrencias de la casa de la presidente , en esta pequeña columna sentimos que se había perdido algo precioso. Recordamos de inmediato las salidas risibles con las que recientemente distintos voceros del Gobierno habían tratado de sacarse de encima el problema de los de la mandataria y supusimos que era el registro de esos despropósitos lo que había desaparecido. “¡Tanto ingenio, tanta desvergüenza, tanto desatino, borrados de pronto de nuestra memoria colectiva!”, pensamos angustiados. Y nos vinieron a la mente otros episodios de la historia en los que la humanidad perdió para siempre brotes irrepetibles de creatividad artística o de recurseo más bien florero: el incendio de la biblioteca de Alejandría, el robo de los originales de una novela de Hemingway sobre la primera guerra mundial, el rumoreado olvido de ciertos apuntes de ‘Melcochita’ en una estación del Metropolitano… Después supimos que no había sido nada de eso. Que lo que se había extraviado había sido simplemente la libreta donde se anotaban los nombres de los visitantes que entraban o salían del domicilio de la gobernante, y respiramos aliviados. El cuaderno de ocurrencias, además, fue supuestamente encontrado algunas horas más tarde por un agente de seguridad del Estado en las áreas verdes de la Vía Expresa: una ocurrencia en sí misma. Y cuando, por último, escuchamos las teorías del premier Gustavo Adrianzén sobre el origen de la costumbre de llevar un registro así, comprendimos que nada se había perdido.

“He tenido información, y esto lo pongo entre comillas y con cargo a revisarlo, [de] que este habría sido un método que el felón introdujo en su para seguir, supongo yo, o reglar a sus ministros”, sentenció frente a la prensa el presidente del Consejo de Ministros. Para después añadir: “No puedo asegurar que así sea, pero en todo caso, la información [de] que se haya dispuesto llevar estos cuadernos a los domicilios habría provenido de ese momento”. Si bien no tenemos intenciones de discrepar de su caracterización del chotano golpista, queremos llamar la atención sobre los giros “con cargo a revisarlo” y “no puedo asegurar que así sea”. ¿Debemos asumir que el jefe del Gabinete ha estrenado su propia sección de noticias “Sin Confirmar”? ¿Tendrá ya su equipo de “urracos” peinando el territorio nacional a la caza de otros “chimentos”?

No menos ocurrente fue la respuesta de Adrianzén a los cuestionamientos sobre la detección del vehículo oficial de la mandataria en las inmediaciones del último refugio de Vladimir Cerrón. “La señora presidenta –dijo– es la única funcionaria pública que está obligada, como jefa del Estado, por su seguridad personal, a trasladarse en vehículos oficiales para realizar todas y cada una de sus actividades, sean oficiales o de carácter personal”. Una aseveración de la que se desprenden dos conclusiones no necesariamente favorables a la gobernante. Por un lado, que la señora estaba efectivamente dentro del auto cuando este fue captado husmeando por el escondite del prófugo líder de Perú Libre. Y, por el otro, que sus motivos para estar allí eran personales. Como decía Augusto Ferrando cuando se topaba con algún espontáneo desborde humorístico del prójimo, “va pa’ la Peña”.

Todo esto, en fin, junto a los alegatos de las ministras de Cultura y Desarrollo Agrario en el sentido de que a la presidente Boluarte se la ataca por el asunto de los Rolex “porque es mujer”, merece figurar en una antología de la necedad oficial que alguien tendría que estar compilando. Pensemos en los peruanos del mañana. Ellos también derecho a divertirse.

Mario Ghibellini es Periodista