No es novedad que en educación el Perú salga jalado. En la prueba de Pisa que evalúa los resultados de la educación escolar terminamos casi al final de la tabla, entre países como Kazajistán y Azerbaiyán. Y, según el último ránking de la prestigiosa empresa Quacquarelli Symonds, ninguna universidad peruana se encuentra siquiera entre las 550 mejores del mundo. Esta lamentable situación de la educación peruana es el principal factor que explica que, como informamos ayer, el Perú ocupe un rezagado puesto 75 de 122 países en el último índice de capital humano del Foro Económico Mundial (mientras Costa Rica y Chile, por citar dos casos de la región, se ubican en los puestos 35 y 36).

Encontrarnos en este hoyo es sencillamente indignante. Pero nunca tanto como la actitud que viene tomando el Estado al respecto: en vez de ayudarnos a salir del hueco, ha decidido cavar con ahínco para volverlo más profundo.

Por un lado, este gobierno decidió hacer borrón y cuenta nueva con la carrera pública magisterial, la única reforma importante en el sector educativo en los últimos años. Sin duda, esta reforma diseñada durante la administración pasada tenía muchas cosas que podían ser perfeccionadas. Pero, en vez de afinar detalles, el actual gobierno prefirió descartar lo avanzado y empezar todo desde cero. Esto implicó un lamentable retroceso que no se ha visto compensado de forma evidente por alguna innovación del nuevo esquema implementado. Y, además, permitió que el Sutep regrese a las calles y a la mesa de negociación para intentar sabotear cualquier intento de convertir la carrera magisterial en meritocrática.

Ahora, si de iniciativas para empeorar la educación se trata, el Legislativo se lleva la medalla de oro. La Comisión de Educación presidida por el congresista Mora se encuentra trabajando un proyecto de ley universitaria que pretende entregarle al Estado el control de los currículos y la organización interna de las universidades y, además, seguir restringiendo la creación de nuevas instituciones de educación superior.

Por un lado, resulta increíble que alguien sueñe con que el gobierno controle la gestión y los currículos de las universidades privadas que hoy gozan de autonomía. Y es que, con los paupérrimos resultados que el Estado obtiene en la educación pública en sus distintos niveles, ello sería equivalente a convertir al peor alumno de la clase en el director del colegio.

Por otro lado, dificultar el ingreso de nuevas instituciones educativas supondría menos oportunidades para quienes quieran estudiar una carrera. Cosa que, por supuesto, solo beneficiaría a las universidades ya establecidas (las mismas que hoy por hoy no destacan ni por casualidad a nivel global) ya que, al enfrentar una menor competencia, tendrían que esforzarse menos por brindar una buena educación.

El argumento que esgrime el congresista Mora para defender su proyecto es que en los últimos tiempos las universidades han surgido como “hongos”. Pero esta multiplicación de instituciones educativas, en contra de lo que cree el parlamentario, ha traído bastantes resultados positivos. Por ejemplo, entre el 2001 y el 2012 la tasa de cobertura de educación superior pasó de 37,8% a 69,1% y la tasa de conclusión de los estudios superiores pasó de 19,6% a 26,8%.

Ahora que la educación superior llega a más peruanos la meta del Estado debería ser que exista aun más competencia para que mejore la calidad (lo contrario a lo que busca el proyecto del señor Mora). Para esto, debería facilitar la acreditación de las universidades por auditoras privadas e independientes, con la finalidad de que quien quiera estudiar una carrera en alguna de ellas sepa el tipo de servicio que se le brindará. Y, con el mismo objetivo, debería facilitar información sobre la empleabilidad de los egresados de cada facultad, para que así los alumnos evalúen con mayor facilidad qué tan buena inversión es matricularse en las mismas.

No obstante, esperar que el Estado haga algo por sacarnos del hoyo educativo parece ser mucho pedir. Pero, por lo menos, este debería tener la amabilidad de no interrumpir los esfuerzos que tantos peruanos hacen por salir del mismo.