Ilustración: Nadia Santos
Ilustración: Nadia Santos
Renato Cisneros

La dramática subida de temperatura planetaria ha vuelto inhabitables varias ciudades de Estados Unidos, entre ellas Nueva York, Los Ángeles y Washington, donde ya seis mil personas han muerto de hipertermia. Niños, jóvenes deportistas y ancianos se encuentran entre los grupos que más bajas han sufrido.

Al fenómeno climático le ha seguido uno social: un éxodo hacia el sur del continente, donde países como Argentina, Chile y Perú han resultado ser los más demandados. La temperatura de nuestra región también viene alcanzando picos inusitados, pero aún resulta llevadera para los millones de migrantes norteamericanos que llegan huyendo de los mortíferos ‘golpes de calor’.

En Perú, la multitudinaria presencia de refugiados ‘gringos’ ha obligado al gobierno a replantear su agenda. La población anda muy preocupada con ese ejército de extranjeros que se ha atrincherado en parques, plazas, veredas, estadios y edificios públicos. Los más osados incluso han ocupado las casas privadas que quedaron vacías luego del famoso episodio ‘Antártida’. Como se recuerda, hace casi 12 meses una expedición de 10 mil civiles –convencidos de que el desierto limeño muy pronto colapsaría tornándose ‘invivible’– partió al ‘continente blanco’ con la esperanza de tomar posesión de la estación Machu Picchu, ubicada en un ángulo de la isla Rey Jorge.

Desde entonces allí viven. Y salvo el inconveniente reciente de que el gobierno chileno viene reclamando la estación como propia, los compatriotas pasan sus días tranquilos, dedicándose casi en exclusiva a la experimentación gastronómica. Los resultados vienen siendo tan alentadores que para el 2048 se ha anunciado ya el primer festival Mistura Polar, donde el cebiche de foca, el tiradito de leopardo marino, el ají de ballena azul y el sancochado de gaviota dominicana prometen satisfacer a rusos, chinos, uruguayos y demás moradores de la isla.

Mientras tanto, la prensa electrónica sostiene que el gobierno debería cerrar sus fronteras antes de que la ‘invasión yanqui’ sea incontrolable y nos deje sin territorio. Esas voladas alarmistas no han hecho más que exacerbar los ánimos de la población a tal punto que el legendario racismo interno ha sido de pronto reemplazado por una xenofobia declarada. Negros, cholos, indios y mestizos, hasta hace nada discriminados a diario, se han convertido en el repentino emblema de lo que el psicoanalista Sergio Bruce ha calificado como “una conveniente reivindicación de lo aborigen”. Hasta en los distritos más conservadores de Lima ha ocurrido lo impensable: hordas de vecinos organizando marchas y vigilias donde apellidos oriundos son constantemente vitoreados y bailes típicos se ejecutan con emoción aunque sin gracia. Salvo, claro, San Isidro, donde la comunidad –por “selectividad natural”, opinan sus regidores– se ha sentido llamada a acoger a centenares de esos “pobres rubios y pelirrojos angloparlantes” que deambulan por ahí.

La pésima estrategia de amortiguación del Ejecutivo ha hecho que el presidente dos veces reelecto, Kenji Fujimori, descienda 90% según cifras de las más de dos mil empresas encuestadoras oficiales. Incluso en los asentamientos humanos que el fujimorismo ha fidelizado durante décadas a punta de tápers y calendarios, la gente se ha vuelto escéptica. La noche de ayer, por ejemplo, durante su último discurso desde Palacio de Gobierno, bastó que Fujimori declarara que el Perú “continuará su política de puertas abiertas”, para que las 20 mil personas apostadas en la Plaza de Armas –previamente trasladadas en avionetas naranjas– enfilaran como energúmenos hacia las rejas de la residencia presidencial.

Los analistas políticos del medio –es decir, todos los peruanos– coinciden en especular que la actual crisis obligará a adelantar las elecciones previstas para el próximo año. Tal coyuntura, auguran, será sin dudas aprovechada por los incombustibles ex presidentes Alejandro Toledo y Alan García, que con 101 y 98 años respectivamente, y con todos sus delitos ya prescritos, no han tenido todavía ni la decencia de jubilarse ni el buen gusto de morirse.

Esta columna fue publicada el 24 de junio del 2017 en la revista Somos.

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