‘Mi amor, el guachimán’, la columna de Luciana Olivares. (Ilustración: Nadia Santos)
‘Mi amor, el guachimán’, la columna de Luciana Olivares. (Ilustración: Nadia Santos)
Luciana Olivares

En una mesa redonda tenía frente a mí a varias de las mentes más innovadoras y visionarias del mundo. Eran los flamantes profesores de Singularity University, una universidad que dicta sus cursos en las instalaciones de la NASA y que actualmente es la favorita entre altos ejecutivos y líderes mundiales. Hace exactamente un año vinieron a Lima para un evento y mi empresa se encargó de las relaciones públicas. Como broche de oro, los llevé a cenar a Maido; esa era nuestra mesa redonda. Entre los cachetes de mero y los infaltables chilcanos, pasamos de hablar temas muy complejos –como el futuro del trabajo y la educación– a otro aún más difícil: el amor. Uno de los profesores nos contaba que se había divorciado hacía un año y que no había entendido del todo por qué las cosas no funcionaron. Hasta que leyó un libro llamado El lenguaje del amor, un best seller escrito por Gary Chapman hace más de 25 años y que ha vendido más de 35 millones de copias. El libro propone el siguiente concepto: hay cinco tipos de lenguaje en el amor y entender cuál es el tuyo y el de tu pareja les permite setear expectativas, entenderse mejor, valorarse y, por supuesto, alimentar la relación.

Los cinco tipos son: 1. Contacto físico. Entiéndase beso sin y con lengua (no beso de tía), abrazo, agarrada de mano, así tengan todos los años de casados. 2. Palabra de afirmación. Aquí vale desde nombres cariñosos y cómplices a frases bonitas, correos y chats recontra feeling y también calentones. Pero lo importante es que se usen palabras y no solo emojis para transmitir concretamente sentimientos. 3. Tiempo de calidad. Estar realmente presentes, así sea en pequeños momentos junto a tu pareja y no estar haciendo trampa pensando en el trabajo o respondiendo correos. Se trata de ‘agendarte’ (así suene cero romántico) espacios de calidad en los que tu prioridad es compartir con la otra persona. 4. Los regalos. No nos hagamos los locos; es bonito recibir un detalle de tu pareja y no tiene que haberle costado un ojo de la cara. El punto aquí es cómo los regalos expresan que has invertido tiempo, dinero o creatividad en tu pareja. 5. Actos de servicio. Este a veces lo cuestionamos porque lo vemos más como un deber o lo damos por sentado. Se refiere a tomar acción sobre responsabilidades y tareas que son necesarias pero no vemos como románticas. Desde sacar tú al perro para que la otra persona pueda dormir más o prepararle comida que no incluya grasas saturadas porque sabes que le hace bien, así la otra persona se enfurezca.

Esa noche, mientras el profesor nos contaba cómo su esposa le reclamaba lo abandonada que se sentía por las pocas veces que él le decía “te amo” y él más bien le enumeraba todas las actividades que él hacía –incluso sin disfrutarlas demasiado, como tomar clases de baile o ir todos los domingos a almorzar con los padres de ella, que no lo pasaban ni con agua–, estoy convencida de que todos en la mesa hacíamos nuestro examen mental de cuáles eran los lenguajes del amor que teníamos con nuestras respectivas parejas o los que no tuvimos con las anteriores.

El concepto me pareció fascinante porque, además de simple, tiene harto sentido común. Y si bien ese día hice un examen express que me hizo entender desde un ángulo distinto por qué estoy tan feliz en mi actual relación amorosa, no volví a pensar en este concepto hasta la noche de ayer. Tenía que dar un seminario hasta las 9 p.m. en mi oficina. Le había pedido a mi novio que pasara a buscarme para irnos caminando a algún lugar cerca y tomarnos algo como mi premio del día. Él había estado viajando toda la semana por trabajo y llegaría esa noche del aeropuerto, pero me dijo que se iría directo a verme. Me ganó la emoción y mi seminario se prolongó un poquito. Miraba la hora con el rabillo del ojo, ya eran las 10:15 p.m. y aún me faltaban algunas láminas. Me preocupaba mi novio; seguramente, al no estar lista, se habría ido a descansar. Pero tengo que reconocer que a esas alturas de la noche estaba pensando también en el guachimán de mi oficina, que tenía que irse a las 9:30 para tomar el Metropolitano. Acabé a las 10:30 y al salir vi a Samuel parado en la puerta. Lo abracé fuerte y le pregunté desde qué hora estaba parado allí, muerto de frío. Me dijo que desde que se fue el guachimán. Le había dicho que no se preocupe y que fuese a tomar su carro, que él se quedaría cuidando mi puerta. Entendí más que nunca el lenguaje del amor, y para explicarte cómo me sentí las palabras sobran. //

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