Lee la columna de Luciana Olivares. (Ilustración: Kelly Villarreal)
Lee la columna de Luciana Olivares. (Ilustración: Kelly Villarreal)
Luciana Olivares

Nunca fui buena con los deportes, pero sí una deportista entusiasta. Era de las que se inscribía a entrenar salto largo en el colegio, a pesar de mis piernas cortas. La que se apuntaba para integrar el equipo de vóley pero le recomendaban que mejor tocara flauta en la banda. Cuando había que armar equipos para alguna competencia, siempre me escogían entre las últimas. No las culpo, siempre fui algo torpe, no por nada me gané el apelativo de pies chuecos, cariñoso apodo que me puso mi simpática y elocuente profesora de educación física en primer grado. Claro, me habría encantado responderle que el pie plano y mi rebeldía por usar zapatos ortopédicos no ayudaban demasiado en mi destreza para correr.

Ya adulta y sin profesoras que me bajaran la moral, me convertí en corredora por afición. Vivía frente a un malecón, así que metódicamente todas las mañanas salía a correr a las 5:50 a.m. y hacía mis 10 kilómetros de rigor. No es que hubiese mejorado mucho mi técnica: cada vez que corría, mi pie izquierdo inevitablemente se movía hacia afuera, como mi perro, Feroz, buscando algún árbol. En lenguaje de corredores, tengo un pie supinador, que no impidió que corriera mi primera maratón hace ya algunos años.

Recuerdo que entrené durísimo por tres meses. Me acostaba más temprano, hacía cuestas en la bajada de Armendáriz y seguí un régimen alimenticio al pie de la letra. No estaba esperando superar a Gladys Tejeda pero me había propuesto hacer esa maratón en menos de cuatro horas. Como soy chancona, había implementado un plan para conseguirlo. Pero un día antes de la maratón me advirtieron de algo: tus piernas pueden estar fuertes, quizás el aire no te falte, pero en tu camino va a aparecer una gran amenaza aproximadamente en el kilómetro 30 y se llama pared. La pared es ese terrible momento de sentir que no avanzas; que repentinamente te falta el aire; que corres en cámara lenta; que sientes unas profundas ganas de llorar y no puedes controlarlo; que si bien hay gente en la tribuna que te intenta dar ánimos, ya ni los escuchas. Comienzas a pensar que no vas a llegar a los 42 kilómetros, que es la meta, o, lo que es peor, cuestionas por qué tienes que llegar a esa meta: ¿cuál es el punto? Existen razones fisiológicas para que aparezca esa pared: tu cuerpo al cabo de tres horas sufre una baja en los niveles de glucógeno y aumenta la fatiga muscular, pero sin duda hay un enorme componente psicológico. Tengo que confesar que he recordado más que nunca la pared de mi primera maratón porque hay días en que tengo las mismas emociones: cansancio, miedo, fastidio, ganas de sencillamente dejar de correr y abandonar lo avanzado. Porque si bien hoy estamos dentro de nuestras casas, esta cuarentena es una suerte de maratón que se corre todos los días y en la que nuestra condición psicológica es tan importante como la física. Hoy quiero compartir contigo cuatro consejos para esos kilómetros que aún nos quedan.

1. Enfócate en el objetivo, y si no lo tienes, encuéntralo. Cuando aparece la pared sientes el camino más largo de lo que pensabas y es posible que vengan a tu mente pensamientos pesimistas que te hagan cuestionar el sentido de lo que estás haciendo y su real relevancia. Por eso es importante que tengas muy claro tu objetivo y lo repitas en tu mente cada vez que quieras abandonar lo avanzado.

2. Encuentra tu ritmo. No tienes por qué sentirte mal si hoy no tienes esa fortaleza arrolladora. Tampoco tienes que compararte con otros que quizás están más adelantados en la ruta. La carrera es contigo mismo y lo que debes cuidar más que nada es tu resistencia. Revisa tus pisadas y no aceleres el paso si no estás listo. Tienes que llegar con aire y fuerzas a la meta, porque la carrera no acaba con la cuarentena: probablemente se inicia en muchos aspectos.

3. Escucha a la tribuna. Cuando corres una maratón, hay mucha gente con carteles y arengas a lo largo del camino, pero cuando estás enfrentando la pared, tus oídos se ensordecen y solo escuchas esa voz interior molesta que te cuestiona por qué sigues avanzando si hasta los dedos te duelen. Hoy todos estamos vulnerables y es importante saber reconocer esas voces en tu familia o entorno que te levanten el ánimo en el camino.

4. Reconoce tu músculo. Esta maratón te está haciendo más fuerte en todo sentido. Documenta todo, porque todo ese dolor de lo transitado te recordará de qué estás hecho y las paredes que eres capaz de vencer. //

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