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boda real meghan markle y harry de gales
Nora Sugobono

Popular en lonches y desayunos navideños, el queque inglés (fruitcake) también es la receta protocolar para los pasteles de las bodas reales británicas desde hace más de un siglo. La reina Victoria y el príncipe Alberto (1840); la reina Isabel II y el príncipe Felipe (1947); el príncipe Carlos y lady Diana Spencer (1981); y, más recientemente, el príncipe William y Kate Middleton (2011): todos invitaron el añejo queque hecho con frutos secos y especias en sus respectivas recepciones.

Al terminar la ceremonia religiosa que tendrá lugar mañana, sábado 19 de mayo, en la capilla de San Jorge –ubicada dentro del castillo de Windsor, en Berkshire–, (36) y el príncipe (33) ofrecerán una torta hecha de limón y sauco. La pareja la encargó especialmente a la pastelera californiana Claire Ptak, dueña de una tienda en el este de Londres que ya acumula más de cien mil seguidores en Instagram. El de Meghan y Harry es un pastel millennial. 

La torta podría resultar un detalle insignificante para un evento de esta envergadura. No aquí. Cuando se trata de una de las monarquías más antiguas y poderosas del mundo, ningún detalle pasa desapercibido. Markle puede dar fe de ello.

COLORÍN COLORADO

A los 11 años una niña llamada Meghan Markle le escribió una carta a la primera dama de EE. UU., Hillary Clinton. Indignada ante un anuncio machista de lavavajillas, la pequeña decidió expresar su frustración dirigiéndose a personas que pudiesen ayudarla. Clinton fue una de las que respondió. Un mes más tarde, el fabricante cambió el eslogan por uno más inclusivo. Esta historia serviría de inspiración para el discurso que la actriz dio en la ONU en 2015, invitada para hablar de equidad de género. Con 11 años y sin saberlo –cuenta Markle–, el activismo se había convertido en parte de su vida desde aquel momento. El discurso puede verse en YouTube y uno puede imaginar que eso es exactamente lo que hizo Harry de Gales cuando conoció a la actriz poco tiempo después, en julio de 2016.

La de ellos es una historia con un inicio o muy fácil o muy difícil de creer: una amiga en común arregló una cita a ciegas y el flechazo fue inmediato. Literalmente. A las pocas semanas, el príncipe –cuya vida de escándalo juvenil incluye haberse vestido de nazi para una fiesta y fotos desnudo en Las Vegas– invitó a la actriz, entonces protagonista de la serie SUITS (de fama considerable pero no abrumadora), a un viaje por Botsuana. África es un territorio especial para Harry y su hermano Guillermo (quien le propuso matrimonio a Kate Middleton en Kenia), como lo fue también para su madre, Diana. Sin ir muy lejos, fue allí donde Isabel II se enteraría de que sería reina con solo 25 años.

Cinco o seis meses de privacidad fue lo que tuvieron Meghan y Harry hasta que se filtró la noticia. Markle borró sus cuentas en redes sociales y el blog de estilo de vida que alimentaba con frecuencia –THE TIG– y se estableció definitivamente en la capital británica. Con la confirmación de la relación llegaron los problemas. La etnicidad de la actriz –de madre afroamericana y padre caucásico– era el foco de atención. Tanto, que algunos portales llegaron a crear cómo sería el rostro del primer hijo de la pareja, utilizando una aplicación. El príncipe Harry no toleró el tema y se pronunció en un comunicado oficial sobre “el subtexto racial en piezas de opinión, y el indiscutible sexismo y racismo de los trolls en las redes sociales y en los comentarios de las webs”. Su novia, indicaba, estaba siendo víctima de abuso y acoso.

VIDA REAL

“Es importante no romantizar este tema”, sostiene Mónica Carrillo, especialista en derechos humanos de poblaciones afrodescendientes. “El que una mujer afrodescendiente sea parte de la realeza implica también formar parte de una estructura que ha tenido una responsabilidad directa en el colonialismo, la esclavitud, en desmedro de los afrodescendientes y otros grupos”, continúa Carrillo. Durante la primera actividad oficial de Markle en el Palacio de Buckingham, la prima de la reina Isabel II lució un lujoso prendedor con un mensaje ofensivo: era un hombre etíope cubierto en piedras preciosas, en evidente referencia a la época de la esclavitud. Eso en diciembre de 2017.

Para Carrillo, miembro de Lundu (Centro de Estudios y Promoción Afroperuanos), otro aspecto clave en estas circunstancias es la manera en que la mujer se amolda a los cánones de belleza. “Lo que suele pasar es que estos cánones incluyen a una mujer afro siempre y cuando ella encaje dentro de los estereotipos establecidos: lacearse el cabello, tener la nariz y la boca pequeñas, por ejemplo”, añade. A pesar de todo ello, la especialista considera la llegada de Markle a la monarquía británica como un hecho positivo. “Se nota que las estructuras familiares y coloniales de poder están evolucionando. Las nuevas generaciones están más dispuestas a romper con las tradiciones de antes”.

SU MAJESTAD

El caso de Meghan Markle no es aislado: no es la primera estadounidense en vincularse a la familia real (el nombre de Wallis Simpson aún resuena) ni la primera divorciada en casarse con un miembro de la realeza europea (está la reina Letizia de España); de hecho, tampoco es la primera afrodescendiente en acercarse al trono. La princesa Sofía Carlota (1774), esposa del rey Jorge III de Inglaterra y madre de sus 15 hijos, era de ascendencia africana, aunque se sabe muy poco de ella. 

“La apertura en beneficio de plebeyas es un asunto bastante reciente que empieza a darse con fuerza desde la segunda mitad del siglo XX”, explica el historiador Paul Rizo Patrón. Los matrimonios del príncipe Rainiero de Mónaco con la actriz Grace Kelly (1956) o del rey Harald V de Noruega y Sonia Haraldsen (1968) son algunos de los enlaces que marcaron un hito. “En Gran Bretaña se consideró incompatible el matrimonio de un rey, Eduardo VIII, con una plebeya norteamericana, dos veces divorciada -Wallis Simpson- razón por la cual el rey tuvo que abdicar”, indica Rizo Patrón. 81 años después, su sobrino bisnieto reescribe el cuento, con otro final.

Curioso que una misma mujer, Isabel II, haya vivido para ver ambas historias.

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