Lizzy Cantú: entre peinados pop y pelos políticos
Lizzy Cantú: entre peinados pop y pelos políticos
Lizzy Cantú

Esta semana supimos por las noticias que unos vecinos en San Juan de Lurigancho le a una mujer embarazada cuando la encontraron cómplice de un robo. En las dinastías Qin y Han, a los criminales se les cortaba el pelo como un modo de castigo espiritual y mental. Hace diez años los tabloides nos contaban que Britney Spears estaba en líos amorosos, familiares, legales y de drogas, pero no nos preocupamos por ella de verdad hasta que se rapó la cabeza. En la, algunas mujeres que llevan al natural su pelo afro se topan con funcionarios que se niegan a tomarles la fotografía para su documento de identidad. Una familia mexicana al colegio que quería obligar a su hijito pelilargo a llevar el pelo corto, ‘como varón’.

 

En el Antiguo Testamento, el hombre más fuerte del mundo pierde toda su fortaleza al mismo tiempo que su melena. Y en el mismo libro, las personas que pasaban pena por la pérdida de un ser querido se arrancaban el cabello y se cubrían la cabeza de ceniza. Hay algo vital en esa materia muerta que nos adorna la cabeza. El peinado puede ser tan pop como una canción de Gloria Trevi o tan político como un afro en la lucha por los derechos civiles.

Hillary Clinton se cuando quiere distraer la atención de los titulares. Joan Crawford decía que después del talento, lo más importante que una mujer tenía era . Coco Chanel afirmaba que una mujer que se cortaba el pelo estaba lista para cambiar su vida.  Yo nací pelada en una época en la que no existían adornos para bebes calvas. Así que mi mamá me los pegaba con cinta adhesiva y después me hacía llorar cuando era hora de arrancármelos. Cuando, a los tres años, me llevó a la peluquería para que me hicieran un horrendo corte de paje, su suegro -mi abuelo paterno- se indignó tanto que dejó de hablarle durante un tiempo. Ella era una joven de veintitantos que acababa de dar a luz otra vez y estaba exhausta de cuidar a un bebe muy llorón durante toda la madrugada; no quería batallar por las mañanas cuando tenía que luchar con mi pelo antes de enviarme al kínder.

La última vez que nos encontramos, mi mamá se empeñó en que yo me peine bien antes de salir a cenar. Hasta ese momento yo me sentía feliz y realizada con mi imperfecta melena midi, pero me cepillé un poquito para darle gusto. Si alguna vez el jaloneo infantil y adolescente entre una madre armada con un peine y su hija fue un reflejo de lo complejo y doloroso que es crecer e independizarse, ahora es solo un gesto de amor y atención entre dos mujeres dueñas de su pelo