En la Crónica de la guerra de 1879, que se viene publicando en “El Comercio”, apareció hace pocos días el fragmento de una carta suscrita por Manuel Elías Bonnemaison, uno de los más jóvenes integrantes de la dotación del monitor “Huáscar” y testigo presencial del combate de Angamos. Dicho documento tiene una versión muy singular de la forma en que murió el almirante Grau y, por dimanar de que sobrevivió hasta 1961 convirtiéndose en una verdadera reliquia viviente, debe ser esclarecido cumplidamente.
Dice Elías Bonnemaison: “El contralmirante Grau perdió una pierna dentro de la torrecilla de mando; varios oficiales lo cargaron y lo llevaron a la segunda cámara, donde estaba establecido el hospital de sangre. En el tránsito el bravo Grau, mortalmente herido, vivó al Perú y entusiasmaba a los que estaban a su alrededor, recomendándoles que pelearan hasta sucumbir; que si caían los oficiales superiores, continuaran batiéndose”.
Los sobrevivientes peruanos – prisioneros en buques chilenos – confusos, abatidos, en su gran mayoría heridos, quieren solo, mediante cartas, tranquilizar a sus angustiados familiares y transmitirles los primeros ecos de la epopeya que acababan de protagonizar.
Y añade: “Grau fue depositado en la cámara y en los momentos en que el doctor Távara iba en busca de su caja de instrumentos para auxiliarlo, una segunda bomba, aquella que entrando en la popa salió por la proa del buque, tomó al bizarro contralmirante a su paso, le arrancó un brazo y lo estrelló contra uno de los mamparos” [1].
Esta versión particularísima, que no fue desmentida nunca por su autor y que contradice las múltiples, oficiales y muy parecidas explicaciones de la muerte instantánea de Grau, cuyo cuerpo fue destrozado por una granada, tiene, a nuestro entender, una justificación razonable. Manuel Elías, casi un niño, escribe esa carta muy poco después del combate, todavía bajo un fuerte impacto emocional, cuando tiene aún en las retinas las dantescas imágenes de sangre, muerte y desolación sobre la devastada cubierta del “Huáscar”.
En esa circunstancia tan especial, los sobrevivientes peruanos – prisioneros en buques chilenos – confusos, abatidos, en su gran mayoría heridos, quieren solo, mediante cartas, tranquilizar a sus angustiados familiares y transmitirles los primeros ecos de la epopeya que acababan de protagonizar. Elías Bonnemaison no fue el único que se equivocó respecto a la forma en que murió Grau. Esto queda corroborado por una información aparecida en el diario “El Mercurio” de Valparaiso —cuando el “Huáscar” cautivo llegó a ese puerto— en donde se menciona lo siguiente: “El comandante (Grau) acostumbraba dirigir los combates manteniendo la cabeza y el busto fuera de la torre, y fue, por consiguiente, cortado en dos a la altura de las caderas: cayeron las piernas al entrepuente, mientras toda la parte superior del cuerpo, seguramente hecha pedazos con la explosión de la granada, voló al agua o a cubierta, de donde los restos rodarían fuera del buque”.
“La gente de abajo —prosigue “El Mercurio”— aturdida con la explosión y comprendiendo que su comandante había muerto, buscó en la oscuridad y encontró un cuerpo que fue llevado a popa y entregado al cirujano señor Rotalde como los restos del comandante; los doctores vieron después que aquél era el cadáver del teniente 1ro. Diego Ferré, tercer comandante del buque y muerto por la misma granada que ultimó al comandante. Nace de esa equivocación —concluye el diario citado— la historia de haber sido Grau trasladado a su cámara donde una bomba lo hizo pedazos; ella es errada. Grau murió instantáneamente y de sus restos solo ha sido posible recuperar las piernas que han sido debidamente encajonadas”.
“Grau murió instantáneamente y de sus restos solo ha sido posible recuperar las piernas que han sido debidamente encajonadas”.
Tenemos aquí explicada la información que diera “El Comercio”, hace un siglo, tomando como fuente la carta de Elías Bonnemaison a sus padres. Lo cierto es, como señaló Melitón Carvajal en el parte oficial del combate, que “un proyectil chocó en la torre del comandante, la perforó y estallando dentro hizo volar al contralmirante señor Grau … y dejó moribundo al teniente 1ro. don Diego Ferré que le servía de ayudante”.
Es pues muy posible que al moribundo Ferré se le intentara auxiliar llevándolo a la cámara y que alguno de los oficiales o tripulantes que conducían el cuerpo diera los gritos de aliento patriótico que debió escuchar Elías Bonnemaison creyendo que eran lanzados por Grau.
De otro lado, el parte del jefe de la escuadra chilena, Galvarino Riveros, dice lo siguiente: “Desde el ‘Blanco Encalada’ uno de esos botes, al mando del mayor de órdenes de la escuadra, se dirigió al “Huáscar” para tomar allí a los señores jefes de aquel blindado. Momentos después volvió ese bote a bordo trayendo la triste noticia de que el comandante Grau había muerto, arrebatado por un proyectil. Su cadáver había desaparecido”.
Posteriormente, en “La Patria” de Valparaiso se publicó un relato sobre la epopeya de Angamos que, en la parte que nos interesa señala: “A la media hora justa de emepezado el combate, una granada del Cochrane chocó contra el blindaje de la torre del jefe del ‘Huáscar’, haciendo explosión y despedazando a Grau, quedando en la torre solamente los pies, adheridos a cuatro o cinco pulgadas de piernas. Aquello debe haber sido horrible. Los restos del caballeroso Grau deben haber volado al mar, pues no ha sido posible encontrarlos”.
Creemos, sin embargo, que uno de los más valiosos testimonios sobre la muerte de Grau es el de Carlos B. Tizón —aspirante de marina como Elías Bonnemaison y casi de su misma edad— en una carta enviada a su padre Amaro G. Tizón, desde San Bernardo (Chile), donde se encontraba prisionero.
El Consejo de Ministros chileno, en gesto que le honra, ordenó a Galvarino Riveros que cuidara de sepultar dignamente los restos del almirante Grau “de manera que jamás se dude de su autenticidad”.
“Fui uno de los primeros que vio caer muerto a nuestro valiente y querido comandante —dice—, quedando dentro de la torre las piernas y sobre cubierta el tronco cubierto de sangre con la cara hacia arriba: parecía que hubiese sido dividido con un cuchillo, pues se le veía la mitad de la levita que conservaba abotonada”. Esta versión, repetida por otros miembros de la dotación del “Huáscar” a periodistas chilenos, nos hace pensar que, efectivamente, el torso del almirante Grau cayó en un primer momento sobre la cubierta del monitor y, en el fragor del combate, posteriormente se perdió en el mar.
Lo ocurrido en Angamos fue realmente indenoscriptible. Uno de los primeros testigos de cómo quedó el “Huáscar” después de la desigual contienda nos dice que era “un hacinamiento de madera trozada, ropa despedazada, miembros humanos, sangre y cascos de granada en horrible confusión”. Ubicar despojos en esas condiciones era muy difícil.
El Consejo de Ministros chileno, en gesto que le honra, ordenó a Galvarino Riveros que cuidara de sepultar dignamente los restos del almirante Grau “de manera que jamás se dude de su autenticidad”. El marino chileno, en efecto, hizo todas las diligencias respectivas y solo pudo contestar a su Gobierno que se habían recogido “pequeños restos del finado almirante Grau, los que se conservan cuidadosamente para darles digna sepultura”. Estos restos, según señala Riveros, “fueron encontrados al pie de la torre de mando del monitor ‘Huáscar’ y su autenticidad, agrega, fue reconocida por los oficiales peruanos “que montaban el buque”.
No existe, pues, duda sobre la forma instantánea y gloriosa en que murió Grau: “Cayó sobre su barco destrozado / Pero cubierto de envidiable gloria / Si no le supo en suerte la victoria / Le supo honrosa muerte de soldado”.
[1] Publicado en “El Comercio” del 17-1-1879. Ed. de la tarde, pág. 1.