Impresionaba como un Rolls Royce: brillante las 24 horas del día, elegante bajo la lluvia que cae en la sierra o en los pasillos de piso lustrado de la ONU. Su nombre, Javier Pérez de Cuéllar, aparecía en los cables noticiosos de todo el mundo y en la actualización de la enciclopedia Escuela Nueva o Bruño. No era para menos. El político, abogado y diplomático peruano era el Secretario General de las Naciones Unidas, algo así como un pacificador para todas las banderas, todos los conflictos, cualquier malhaya guerra, y en el tiempo que ejerció el cargo entre el 1 de enero de 1982 y el 31 de diciembre de 1991, su nombre y sus maneras transmitían la paz que no sobraba. Ni en el Perú -que en esos nueve años se desangró contra el terrorismo-, y menos en el mundo -digamos, el cielo de Malvinas o las nubes que oscurecen terreno iraquí-. Allí, su presencia se esperaba con tanta ilusión como si el que llegara de un largo viaje fuera un papá.
Decíamos que era elegante: Javier Felipe Ricardo Pérez de Cuéllar de la Guerra sabía que en la política nacional se discutía a los gritos, como de zoológico, y aceptó participar de las elecciones presidenciales de 1995 con el partido que fundó, llamado con no poca esperanza Unión por el Perú. En aquella campaña, donde se enfrentó a Alberto Fujimori, El Comercio lo acompaño por todo el país, y fue testigo de un caballero de otros tiempos, un diplomático que conciliaba, y que ni siquiera se inmutó con la sospecha confirmada dos años después: el SIN lo espiaba. Pérez de Cuéllar siguió. Dio un mitin multitudinario en Cusco y mientras hacía proselitismo por la ciudad, un niño se le acercó y logró arrancarle lo que fotógrafos de todas partes del planeta perseguían: una sonrisa.
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La foto es bella por eso y por el garbo de sus protagonistas: Pérez de Cuéllar en impecable terno y el pequeño cusqueño con su maravilloso poncho de alpaca del Perú.
Hoy se cumple un año de su partida. La nostalgia —y la realidad— nos obligan a pensar en los políticos que nos gobiernan. Y sobre todo, en los tantos que nos perdimos.
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Diseño: Armando Scargglioni
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