El 1 de agosto de 1961, un grupo de jóvenes bebían y disfrutaban de una noche de diversión en una cantina de La Herradura, en Chorrillos.
Embriagados totalmente se dirigieron en un auto robado hacia Miraflores, en donde decidieron cometer una de sus acostumbradas fechorías.
Llegaron luego hasta la cuadra 24 de la avenida Arenales, en Lince, y se estacionaron frente a uno de los “puntos” más concurridos por la juventud capitalina: el restaurante Tip Top, que funcionaba allí desde 1953.
Como el local se encontraba cerrado, Benjamín Santín Montriel ingresó por la ventana del establecimiento para luego abrir la puerta a sus compinches, quienes con el rostro cubierto bajo un pañuelo y portando sus revólveres sorprendieron al guardián Alipio Díaz. Lo sometieron y lo ataron.
Encontraron una caja de metal que contenía dinero. Al no poder abrirla se la llevaron. Golpearon al guardián y subieron al coche, y con su valioso botín tomaron rumbo hacia la playa La Chira, en el kilómetro 20 de la panamericana sur.
En ese lugar forzaron la caja de fierro y extrajeron 12 mil soles, que repartieron en partes proporcionales. Luego la arrojaron al mar y retornaron a Lima, donde se compraron ropa y abundante licor. Hasta ese momento el “golpe” había sido perfecto.
Siguieron en lo suyo
Al día siguiente continuaron con sus desmanes. La banda robó un auto estacionado en el jirón Puno. Su propietario denunció el hecho en la Sexta Comisaría, pero inició su propia búsqueda y halló su vehículo en La Herradura. Allí estaban Leopoldo Kacín y los hermanos Santín Montriel pasándose la gran vida.
Al darse cuenta que habían sido descubiertos encendieron el vehículo y se dieron a la fuga. Tras ellos fue el dueño del auto, pero en Barranco los perdió de vista.
Los tres pandilleros llegaron hasta la cuadra 16 de la avenida Colonial, donde se refugiaron en una casa de tolerancia (prostíbulo). La policía de la Sexta Comisaría no tardó mucho en encontrar el auto en dicho lugar.
Los efectivos policiales esperaron que los delincuentes salieran del lenocinio y los cogieron por sorpresa. Sin embargo, Juan Santín huyó por los techos pese a los disparos que hicieron los policías.
Los agentes encontraron en poder de los dos detenidos un par de pistolas, varios pares de guantes, un manojo completo de llaves de carros y botellas de finos licores. Pronto los jóvenes confesaron el paradero de sus otros dos “socios”.
Cae el resto de la banda
El día 4 a las 2:30 de la madrugada el mayor Gavilano Gutiérrez y un grupo de detectives llegaron hasta el jirón Chiclayo 549, en el Rímac, donde apresaron a los otros dos integrantes de la banda: Juan Santín y César Figueroa. Con ellos se halló a una mujer, que también era cómplice de los asaltantes.
En la casa donde fueron arrestados se encontró un televisor, una lustradora y otros objetos robados. Ambos jóvenes fueron sometidos a un riguroso interrogatorio por el personal de la comisaría.
Los facinerosos contaron que formaban parte de una banda dedicada al robo de automóviles y casas. Aunque la policía los detuvo por el caso del auto del jirón Puno, en los interrogatorios confesaron todos sus delitos, entre ellos el asalto al local del Tip Top. Además, admitieron ser autores de varios robos a residencias.
Asimismo, los ladrones revelaron que el 30 de julio habían robado otro coche en Miraflores. Y que al día siguiente habían ingresado en una residencia de la avenida Arequipa, de propiedad de Desiderio Vásquez, de donde se llevaron televisores, ropa y otros artículos, por el valor de 25 mil soles.
El jefe italiano de la pandilla
El cabecilla de la gavilla de desadaptados era Leopoldo Kacín Ziederi, un joven italiano de 16 años, quien había llegado al Perú como trabajador de un buque de carga. Estuvo recluido en el Instituto de menores por varios robos, de donde logró escapar.
El resto de los componentes eran los hermanos Juan y Benjamín Santín, de 18 y 19 años, también evadidos del Instituto de Maranga, y César Figueroa.
Ese fue el final de esta banda de menores, autores de un asalto famoso, que tenían la pinta de cantantes de rock y medían más de 1.75 metros. Por eso fueron bautizados por la prensa como “Los rocanroleros”.