Un anuncio de televisión de los años 90 fue uno de los primeros indicios de que la abogada estadounidense Jamie L. -quien utiliza el seudónimo M. E. Thomas- podía padecer un trastorno de la personalidad.
MIRA: Trastorno de Identidad Disociativa: ¿en qué consiste el trastorno que hace que una persona tenga dos o más personalidades?
“Cuando tenía 8 o 9 años, estaba viendo la televisión con mi padre y vi un anuncio de una campaña de recaudación de fondos contra el hambre en África. Las imágenes mostraban a un niño muy flaco. En la siguiente escena, una mosca se posó en los ojos del niño, y este no reaccionó en absoluto”, describe.
“Comenté: 'Qué niño tan tonto... ¿Ni siquiera puede apartar una mosca de sus propios ojos?
El padre de Thomas se sorprendió por la reacción de su hija y se cuestionó si carecía de empatía.
“No sabía lo que significaba esa palabra”.
“Cuando entendí lo que era la empatía, me di cuenta de que tal vez no tenía realmente ese sentimiento”, dice.
Thomas compartió esta historia durante una charla organizada el 12 de agosto por Psycopathy Is, una asociación creada por investigadores de Estados Unidos para promover estudios sobre este trastorno psiquiátrico.
El grupo -el primero y único del mundo dedicado a este tema- también ofrece apoyo a las familias con casos de psicopatía y lleva a cabo campañas de concientización sobre este trastorno.
Pocos días después de la conferencia, Thomas aceptó una invitación para hablar con BBC News Brasil, en la que compartió algunos otros episodios que ha vivido en las últimas décadas y su trayectoria antes y después del diagnóstico.
Antes de entrar en los detalles de la entrevista, vale la pena hacer una breve explicación técnica.
Hoy en día, los manuales de psiquiatría ya no utilizan los términos sociopatía o psicopatía, algo que genera mucha controversia e interminables debates entre los expertos en la materia.
Estas dos condiciones se engloban de algún modo bajo el término “trastorno antisocial de la personalidad”, aunque existen exámenes que evalúan específicamente los rasgos psicopáticos.
La Asociación Estadounidense de Psiquiatría clasifica esta condición como “una de las enfermedades mentales más incomprendidas, con escaso diagnóstico y tratamiento”.
Forma parte de un grupo más amplio de trastornos que afectan a la personalidad, en el que también se incluyen el trastorno límite, el narcisismo, el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) y la paranoia, entre otras.
Como puede verse en varias partes de la entrevista, la propia Thomas utiliza todos los términos -sociopatía, psicopatía y trastorno antisocial de la personalidad- para describir su condición.
Comienza relatando un episodio que vivió en la transición de la infancia a la adolescencia.
“Cuando tenía unos 12 años, el padre de una amiga vino a verme. Me dijo que su hija me adoraba y apreciaba nuestra amistad, pero que le gustaría que dejara de pegarle”, cuenta Thomas.
“Me sorprendió mucho, porque nunca me había dado cuenta de que hacía eso”.
La abogada también recuerda algunos episodios de su infancia y adolescencia en los que irrumpía en las casas de personas cercanas.
“La idea era simplemente hacerles una broma, como cambiar algunas cosas de sitio. Pensaba que era divertido, pero hoy me doy cuenta de que era una enorme invasión a la privacidad”.
En su etapa escolar, Thomas también experimentó episodios de agitación, en los que podía, por ejemplo, lanzarles libros o diccionarios a sus compañeros durante una clase especialmente tediosa.
“También jugábamos al fútbol americano sin ninguna regla. Cogía a algunos de mis compañeros y les daba puñetazos una y otra vez”.
Todavía en la adolescencia, Thomas cuenta que hacía apuestas con una amiga para ver quién besaba a un chico que les gustaba a las dos. El problema es que ella sabía de antemano que le gustaba al chico.
“No tuve en cuenta los sentimientos de mi amiga, sólo fui oportunista. En ese momento, solo pensaba en los veinte dólares que me iba a ganar”, dice.
“Por otro lado, siempre me iba muy bien en clase y sacaba buenas notas. Así que los profesores no sabían muy bien cómo tratarme”.
Thomas entiende que siempre sintió cierta “insensibilidad, una falta de conciencia sobre lo que ocurría” a su alrededor.
Sin embargo, esto no era algo que le llamara la atención durante la infancia y la adolescencia.
“No me consideraba diferente a los demás. Tal vez sospechaba que simplemente era más inteligente”, dice.
“Además, mi familia es numerosa, somos mormones y todos tenemos aptitudes musicales. Entonces, de alguna manera, ya éramos una familia un poco rara”, observa.
Thomas confiesa que siempre notó una “dificultad para afrontar ciertas situaciones” en las que tenía que fingir para enmascarar lo que realmente sentía.
“También me ha sido siempre muy difícil comprometerme con algo si no me supone un beneficio directo”.
Una de las actividades que se ajustó a este requisito de ofrecer una recompensa fue la facultad de Derecho, donde Thomas se graduó como abogada.
Fue durante sus estudios universitarios cuando escuchó la primera insinuación de que podría padecer un trastorno de la personalidad.
En su segundo año, a mediados de 2004, hizo prácticas en una agencia gubernamental y compartió oficina con otra mujer.
“No había mucho que hacer, así que hablábamos mucho. Y empecé a darme cuenta de que esta compañera tenía varias vulnerabilidades que yo podía utilizar para manipularla”, recuerda.
“Habló abiertamente conmigo y me contó que había sido abandonada por sus padres y adoptada por otra familia, que era homosexual y al mismo tiempo superreligiosa”.
Con el tiempo, Thomas se interesó mucho por su colega, y ella misma empezó a abrirse más y a contarle detalles personales.
“Sentí que esa colega no suponía ningún tipo de amenaza para mí. Era prácticamente un pajarito herido”, explica.
“Hoy me doy cuenta de que en realidad no era así, y de que esa valoración venía de mis prejuicios psicopáticos”, dice.
Tras unas semanas de charla, aquella compañera de trabajo le hizo a Thomas una pregunta decisiva: “Me dijo: '¿Has considerado alguna vez la posibilidad de ser una sociópata?”
La palabra no despertó ninguna emoción especial en la entonces estudiante de Derecho.
“Como soy mormona, no había visto ninguna de las películas más famosas y violentas que tratan estos trastornos, como American Psycho”, dice.
Thomas decidió entonces buscar en Internet el significado del término y encontró algo de información; entre esta, una lista de 20 síntomas elaborada por el psicólogo canadiense Robert D. Hare, que hasta hoy se considera una de las principales herramientas para diagnosticar la psicopatía.
Entre los rasgos enumerados por el experto se encuentran el encanto, un grandioso sentido de la autoestima, la necesidad de estimulación constante, la propensión al aburrimiento, las mentiras frecuentes, la facilidad para manipular a los demás, la falta de remordimientos, la ausencia de empatía o la impulsividad.
“Llegué a la conclusión de que estas características me describían muy bien”, dice Thomas.
“Pero en aquel momento no le di mucha importancia. Creí que esta información no era más que una curiosidad, como descubrir que eres pariente de una antigua reina de Francia”, bromea.
Alrededor de 2008, con un título y la experiencia de trabajar en un prestigioso bufete de abogados, Thomas empezó a ver que su vida se derrumbaba.
“La empresa empezó a insinuarme que allí no había futuro para mí. Una amiga muy cercana se enteró de que su padre tenía cáncer y decidí apartarme de ella porque sentí que estaba teniendo muchas exigencias emocionales”.
“También me enfrenté a una serie de problemas en mis relaciones amorosas y con mi familia”.
En esa época, Thomas se dio cuenta de que su vida estaba marcada por ciclos de más o menos tres años. Pasado ese tiempo, todo lo que había construido -en términos de relaciones personales, románticas y profesionales- se desmoronaba.
“Era como si oprimiera un botón de 'jódete' y ya no pudiera seguir con mi papel”, explica.
“Siempre llegaba un punto en el que ya no me gustaba el trabajo, me cansaba de fingir que era una buena amiga... Tenía que abandonarlo todo, porque ya no me interesaba nada, era como si esas cosas ya no valieran la pena”.
En esos momentos de bajón, Thomas se sentía agotada por tener que mantener una cierta “máscara de normalidad” ante los demás.
“Fue entonces cuando pensé: '¿será que me pasa esto porque soy una sociópata?'”.
En medio de ese mar de incertidumbre, Thomas decidió recuperar un hábito de su infancia y adolescencia: escribir en un diario.
Pero esta vez decidió hacerlo en el mundo digital. Para ello, creó el blog Sociopath World.
“Como utilizaba un seudónimo y nunca me identifiqué, mucha gente siempre pensó que era un hombre. Nadie pensaba que detrás del blog había una mujer”, señala.
Tras compartir textos en internet durante un año y medio, la abogada recibió un mensaje de un agente literario, que la invitó a escribir un libro sobre el tema.
La idea se materializó en 2013 con la publicación de Confessions of a Sociopath: A Life Spent Hiding in Plain Sight (“Confesiones de una sociópata: una vida oculta a plena vista”)
Sin embargo, antes de iniciar ese proyecto, Thomas sintió la necesidad de confirmar que efectivamente padecía un trastorno -hasta entonces tenía fuertes sospechas, pero nunca había sido evaluada por un profesional de la salud-.
“Por aquel entonces, a mediados de 2010, ya me había recuperado y trabajaba como profesora de Derecho. Si algo bueno tiene ser un psicópata, es la capacidad de volver a tu cima rápidamente”.
Un psicólogo le pidió que se sometiera a una serie de exámenes cognitivos. La conclusión fue clara: Thomas padecía efectivamente un trastorno de la personalidad.
Dice que recibir el diagnóstico “oficial” no significó nada especial en su vida.
“Para mí, el diagnóstico fue similar a cuando las mujeres de alguna manera sienten que están embarazadas y sólo se hacen una prueba para confirmar lo que ya sabían”, compara.
“Pero, por otro lado, tenía esperanzas de que me diagnosticaran cualquier otra enfermedad, porque entonces las cosas serían mucho más fáciles para mí”.
“Si los profesionales de salud me hubieran detectado un cáncer en el cerebro, por ejemplo, su responsabilidad habría sido extirpar el tumor de allí”.
“Ahora el trastorno de personalidad es un trabajo con el que yo misma tendré que lidiar el resto de mi vida”, añade.
Sin embargo, incluso con el diagnóstico en mano, Thomas no empezó el tratamiento de inmediato.
“Aquí en Estados Unidos, el seguro médico sólo paga las terapias que las asociaciones de salud consideran eficaces. Y, curiosamente, no hay tratamientos que se ajusten a ese criterio para el trastorno antisocial de la personalidad”.
“Muchos especialistas tampoco se sienten cómodos tratando a pacientes que padecen sociopatía o psicopatía”, añade.
Tras la publicación del libro en 2013, Thomas participó en algunas entrevistas en televisión y algunas personas la reconocieron.
“Uno de los alumnos del curso de Derecho escribió a la administración de la facultad para decir que se sentía amenazado por el hecho de tener una profesora sociópata”, cuenta.
“El equipo de seguridad de la universidad me envió un correo electrónico para decirme que ya no podía venir al campus ”.
“Respondí que se trataba de un grave acto de discriminación y que me solidarizaba con el hecho de que el estudiante se sintiera amenazado, pero que nunca hice nada directamente contra él”, afirma.
“Además, no tenía, ni tengo, antecedentes penales ni historial de violencia siendo adulta. Me parecía absurdo que alguien se molestara por mi mera existencia”.
Según Thomas, la dirección redobló la apuesta. “Me informaron de que, además de estar despedida y vetada, tenía prohibido acercarme a menos de un kilómetro del campus o de cualquier persona relacionada con la universidad”.
“Sufrí muchos prejuicios y a nadie pareció importarle”, lamenta.
“La gente me trataba muy mal y desarrollé una especie de trastorno de estrés postraumático. Por la noche, me despertaba de repente con ataques de ansiedad”, cuenta.
Por la misma época, uno de los hermanos de la abogada, que siempre había tenido problemas de salud mental, empezó a asistir sesiones con un psicoterapeuta.
“Hizo el tratamiento durante unos diez meses y parecía otra persona. Tenía muchos problemas y rápidamente se convirtió en un adulto funcional y competente”.
La abogada decidió seguir el ejemplo de su familiar y empezó a tener sesiones con el mismo terapeuta.
“Por cuestiones relacionadas con el seguro médico, decidió enseguida que trataría mi trastorno de personalidad, pero no especificó el tipo”.
Uno de los primeros objetivos que se trazó durante sus citas fue hacer frente a su “adicción” a manipular a la gente.
“No sabía cómo mantener una relación con alguien sin hacer eso”, admite Thomas.
“El terapeuta me llamaba la atención sobre determinadas situaciones y me sugería formas de hacer pequeños ajustes en mi forma de interactuar con los demás”, explica la abogada.
Admite que empezó a sentirse mucho mejor a medida que avanzaba el tratamiento.
“No sólo mejoraron las relaciones, sino que mi propia experiencia de ellas evolucionó. El contacto con los demás se hizo más relevante, más real, y me empezó a importar más la gente”, dice.
“Antes, veía las interacciones sociales como algo parecido a ir al gimnasio. Era algo que necesitaba hacer, pero que no disfrutaba necesariamente. Hoy en día, las relaciones son supergratificantes para mí”.
En 2017, Thomas comenzó un nuevo proyecto: conocer y hablar con otras personas con sospecha o diagnóstico de trastorno antisocial de la personalidad.
“La primera persona que visité fue en Tasmania, Australia. La más reciente fue en Ámsterdam, Holanda, en abril de este año”, cuenta.
Según la abogada, esos contactos suelen ser de dos tipos.
“En primer lugar, hay un grupo de personas que sospechan que tienen sociopatía o psicopatía. Me descubren a través de mi blog o mi libro y se identifican con lo que les cuento”.
“La segunda categoría son personas que necesitan ayuda. Están en un periodo de dificultad y no saben qué hacer para cambiar”.
A pesar de que entiende la importancia de hablar abiertamente sobre la psicopatía y el trastorno antisocial de la personalidad, a Thomas le molestan los prejuicios a los que tiene que enfrentarse.
“Mucha gente me trata mal en nombre de tratar de protegerse de mí”, subraya.
Quizá el estigma más fuerte sea el que vincula la psicopatía con la violencia y los actos criminales.
La asociación Psycopathy Is admite que “la psicopatía aumenta el riesgo de comportamientos agresivos y antisociales”.
“Sin embargo, muchas personas con psicopatía no son violentas. Y muchas personas que son violentas no son psicópatas”.
“Cada individuo con psicopatía tiene atributos y retos diferentes, y la forma en que los niños o adultos con psicopatía se desenvuelven en la escuela, en el trabajo o en entornos sociales varía enormemente”, señala la organización.
Para Thomas, que sigue trabajando como abogada, estos estigmas relacionados con la psicopatía provienen en parte de la propia ciencia, “a través de investigaciones que hacen extrapolaciones y están lejos de representar la diversidad de pacientes con el trastorno”.
“Hay muchos factores que pueden causar la violencia, y la psicopatía es sólo uno de ellos. Lo mismo ocurre con otros trastornos”, argumenta.
Pero sospecha que muchos prejuicios y temores relacionados con la psicopatía tienen un origen aún más profundo.
“¿De dónde viene esta extraña necesidad de la gente de preocuparse por cómo expresan sus sentimientos los demás?”, se pregunta.
La abogada cita el ejemplo hipotético de un funeral. Por lo general, se espera que todo el mundo muestre tristeza, llore o, al menos, se solidarice con familiares y amigos que atraviesan un momento de sufrimiento.
Sin embargo, las personas con trastorno antisocial de la personalidad pueden no tener esos sentimientos en esos momentos, y muchas veces tienen que fingir y actuar para no ser juzgadas y criticadas.
“Me parece que la sociedad siempre está vigilando los sentimientos, y todos aquellos que tienen un universo emocional diferente, que experimentan la empatía de formas distintas, son discriminados”.
Thomas cita el movimiento para humanizar el autismo: hasta hace poco, las personas con este trastorno estaban excluidas y no existían estructuras para acogerlas en la sociedad.
Afortunadamente, ese panorama está cambiando: en los últimos años, las campañas de sensibilización y las políticas públicas han creado espacios adaptados para que las personas con autismo puedan ser incluidas y participar en diversas actividades.
“Espero que esto se extienda a personas con condiciones distintas del autismo. Como psicópata, quiero que la sociedad comprenda y acepte mi trastorno”, afirma.
“Sueño con un futuro en el que la psicopatía no sólo sea aceptada, sino que las personas con distintos diagnósticos psiquiátricos puedan expresar sus reacciones emocionales sin ser juzgadas”.
Thomas considera que “los psicópatas que han cometido delitos deben ser castigados por sus actos”.
“Si han hecho algo malo, deberían ir a la cárcel como cualquier otra persona”, subraya.
“Pero no me parece bien que las personas con este trastorno que nunca se han visto envueltas en problemas legales sean constantemente juzgadas, perseguidas y obligadas a enmascarar sus sentimientos”.
“Eso requiere mucha energía de nuestra parte. Sería mucho mejor para los psicópatas y para la propia sociedad si pudiéramos ser nosotros mismos”.
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