“Buenos días, somos del destacamento César Augusto Ríos de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional. Oiga bien lo que voy a decir porque no voy a repetirlo. Esta mañana, a las 6, secuestramos del hotel Potomac a Alfredo Di Stefano. Pueden decir que se encuentra en perfectas condiciones. Las razones políticas de este hecho las expondremos en su debida oportunidad”. Acto seguido, la llamada que alteró la apacible mañana del sábado en Venezuela simplemente se cortó. El mejor jugador del mundo era víctima de un secuestro guerrillero.
El sábado 24 de agosto de 1963, Alfredo Di Stéfano estaba hospedado en un hotel que más parecía una pensión, en un barrio pudiente. Su equipo, el poderoso Real Madrid había ido a la capital venezolana a jugar el Mundialito de Clubes, un torneo organizado por empresarios que pagaban demasiado dinero para traer a los mejores equipos del mundo. Estaba aún adormilado cuando recibió una llamada al cuarto.
“Eran las 6 de la mañana. Yo creí que era de broma y colgué. Al rato llamaron de nuevo y me dicen 'o baja o vamos por usted'”. Los dos hombres que le tocaron la puerta se identificaron como agentes de la Policía Técnica Judicial que requerían hacerle una indagación rápida respecto a los disturbios en el partido del día anterior, que la 'Saeta Rubia' no había jugado por andar con tortícolis y un desgarro.
Di Stéfano no sospechó nada cuando se ubicó en el asiento trasero del auto negro estacionado a 50 metros del hotel. Tenía un captor a cada lado y empezó a ir a lo que, suponía, era una delegación policial. Entonces se lo dijeron: “No somos policías. Esta es una acción política”.
El mejor jugador del mundo no había avisado a dónde iba. A los empleados del hotel que les franquearon el paso a los secuestradores, les habían dicho que volvían en apenas 15 minutos. Finalmente, cuando las llamadas empezaron a llegar a los medios de comunicación, todo el planeta fútbol se volvió loco.
Las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional habían sido fundadas un año antes del secuestro de Di Stéfano. Eran el brazo armado del Partido Comunista de Venezuela y requerían publicidad. Y no se les ocurrió otra cosa que hacer lo mismo que se había hecho unos años antes en Cuba con Juan Manuel Fangio: secuestrar a un deportista famoso para asegurarse las tapas de los diarios. Uno de los secuestradores era cubano.
A Alfredo Di Stéfano le pusieron algodón sobre los ojos, sellaron su vista con esparadrapo y luego le pusieron lentes oscuros hasta que llegó al lugar de su encierro donde, durante tres días lo tuvieron retenido. Jugaba al dominó con sus captores. Le llevaron un médico un masajista al segundo día, cuando la lesión empezó a recrudecer. Le permitieron enviar un mensaje a la familia: “Queridos padres, querida Sara. Estoy bien. No me ha faltado nada y me atienden muy bien. Espero verlos pronto. Un fuerte abrazo. Di Stefano”.
Su hijo cumplía años el lunes 26. Por la mañana, cuenta El País, le dicen que lo van a dejar libre: le cambian la ropa y le intentan afeitar la cabeza pero con la confianza de quien ha vivido con ellos un par de días, les dice que casi no tiene pelo y además es rubio. Le ponen un sombrero. Le tapan los ojos. “Si hay tiros, denme una pistola, no quiero morir como un conejo”, les ruega. Ellos no responden. Lo sueltan en la avenida Libertador, cerca a la embajada de España,le quitan la venda y se van. Él toma un taxi a la embajada, a la libertad.