Todos arman su fiestita con Argentina. Es el sparring perfecto: se le puede ganar, a veces hasta toquetear, y el lustre de su nombre agiganta la victoria. Incluso el tener a Messi enfrente confiere más fulgor. Esta vez fue Venezuela, que en su desolación como país tuvo una alegría nacional: venció 3 a 1 a la selección celeste y blanca en Madrid.
Triunfo que pudo ser un poquito más abultado. No importa si era amistoso, para Venezuela suena a gesta, aunque en realidad no lo sea: bien analizado, era el favorito. En la última Eliminatoria empataron 2-2 en Mérida (ganaba la Vinotinto 2-0) y en Buenos Aires 1-1, también iba arriba el cuadro de Dudamel.
Esta vez no se le escapó.Conjunto sólido el caribeño, con un plan, sin jugadores de renombre salvo Faríñez, Rondón, Rincón, Josef Martínez, pero mejores que los argentinos, exceptuando a Messi, desde luego. Con orden defensivo, movilidad, coordinación entre líneas, buen toque de bola, recuperación y entusiasmo en cada corrida, en cada pelota dividida. También con aciertos ofensivos y delanteros picantes como Salomón Rondón y, sobre todo, John Murillo, autor de un golazo, quien ya le había marcado otro en el Monumental.
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Buena Venezuela, promisoria de cara a la Copa América, se palpa un espíritu vinotinto. Enfrente, más o menos lo de siempre en el campamento argentino: varios jugadores nuevos, muchos que no dan el nivel, un equipo sin brújula, que deambula por el campo, serios desajustes defensivos, falta de generación de juego en el medio, orfandad en ataque, la moral totalmente devaluada, la eterna soledad de Messi… Y el técnico más interino de que se tenga memoria.
Argentina tiene regadas docenas de entrenadores por el mundo, pero acudirá a Brasil 2019 con un novato absoluto: Lionel Scaloni jamás dirigió un equipo de club o selección alguna en un torneo oficial. Tal vez debería estar haciendo los palotes en algún equipo pequeño, como hicieron todos, y luego escalar si demuestra condiciones. Pero no, será el comandante de Argentina en la Copa América. Llegó a la universidad sin siquiera hacer jardín de infantes. Tan típico de la AFA.
Tabárez tiene 39 años de experiencia conduciendo equipos, quince de ellos en la Selección Uruguaya; Carlos Queiroz lleva 30 en la función; Tite y Bolillo Gómez, 29; Reinaldo Rueda 27, Gareca 24, Eduardo Villegas 14. Todos con logros importantes. Scaloni es cero kilómetro.Entre esos consabidos desatinos dirigenciales, Marcelo Gallardo era el candidato perfecto para comenzar un nuevo ciclo tras el fracaso mundialista. Después de ganar todo a nivel sudamericano, nadie de River le hubiera reprochado el adiós.
“¿A quién no le gustaría dirigir la Selección…? Pero no me la ofrecieron”, dijo el bicampeón de la Libertadores. “No lo llamamos porque entendimos que él había dicho que este no era su momento”, se excusó el presidente de la AFA, Claudio Tapia.
Como siempre, el peor enemigo de Argentina es la propia Argentina. Scaloni, quien ya comenzó a tener desencuentros con Menotti (director de selecciones) dejó afuera al Kun Agüero, de mágico momento en Inglaterra, pero incluyó a Matías Suárez, un debutante de 31 años, que pasó toda su carrera entre Belgrano de Córdoba y Bélgica sin mayor brillo.
En ese ambiente de permanente interinidad, desencuentros y carencia absoluta de mística, todos los jugadores entran, fracasan y salen. Hasta Armani se desdibuja y pierde cartel con esta camiseta (por cierto, fea, sin gracia, descolorida, como si tuviera sesenta lavadas, ¿dónde está el celeste…?). Parece un arquero vulgar. Y debe contabilizarse un inquietante factor adicional: no están surgiendo talentos en el fútbol argentino. Desde hace tiempo. Y lo poco que hay se desaprovecha.
Es una historia que, con breves excepciones, se reitera desde 1930.Pero todos en Argentina, dirigentes, jugadores, técnicos, periodistas e hinchas, han logrado personalizar la culpa gracias a Messi. Mientras él pueda respirar y ponerse ese uniforme, habrá cómo diluir responsabilidades. Siempre será el señalado, aunque él jamás señalará la mediocridad que lo rodea.
Casi nueve meses después de aquel amargo 3-4 ante Francia en Rusia, Messi volvió a darle el sí a la Selección, en una muestra de abnegación encomiable. ¿Para qué manchar su sensacional momento en el Barcelona con una nueva y siempre posible derrota seleccionada…? Messi reincide y va, se presta.
Y la foto de la derrota es siempre la misma: Leo con el gesto apesadumbrado, tragando la hiel de la derrota y, de fondo, los rivales celebrando. Aunque él no fuera culpable de nada y haya sido el mejor del equipo una vez más, quien generara las cuatro o cinco maniobras de ataque más lúcidas y profundas, el que haya mostrado el camino e invitado al resto a tocar, a asociarse.
Millones exigen que la excelencia de Messi se sobreponga al desorden, a las pésimas decisiones dirigenciales y técnicas, que solucione los errores de sus compañeros, calme la impaciencia periodística y aplaque el exitismo del público… O sea, que se quite los anteojos, rompa su camisa y salga volando para traer un título mundial.
No es fácil, el fútbol es un juego de once, no de uno. Messi no se lleva bien con la anarquía, cuando un equipo es anárquico no puede resolverlo. Nadie puede hacerlo, él menos, por características propias y educación futbolística. Él puede poner diez pases gol cantados y que los compañeros los fallen, no lo desanima, lo deprime que un equipo sin ideas y sin libreto comience a jugar a lo que sea, a tirar pelotazos y correr sin sentido.
Él debutó en el infantil “B” del Barcelona el 7 de marzo de 2001, cercano a los 14 años. Desde ese día se habituó a ser una pieza de equipo, un engranaje -destacado, sí- de una organización colectiva de juego. Sí, en Barcelona es Superman, pero Argentina es su kryptonita.
“Messi en la selección nunca hizo nada…” Es la frase de cabecera del Club de Odiadores de Messi, con sede en Madrid y sucursales en América Latina.
No es así. Campeón mundial juvenil (siendo goleador y Balón de Oro del torneo), campeón olímpico, máximo artillero histórico de la Selección Argentina con 65 goles oficiales en la mayor y 13 más en la Olimpíada y en el Sudamericano y Mundial Sub-20. Tres veces finalista de la Copa América y una del Mundial. Fundamental en cuatro clasificaciones a los Mundiales y, casi siempre, la gran figura del equipo. Goleador histórico de todas las Eliminatorias Sudamericanas.
Efectivamente, nunca pudo coronar con la celeste y blanca, pero algo hizo.Como en este partido ante Venezuela, cada vez queda más claro que llegaron a todas esas finales gracias a Messi. Y a pesar de Argentina. Su aporte ha sido fantástico. La historia lo reconocerá.