Cuando decidió lanzarse hacia su mano izquierda había hecho lo de siempre. Antes de cada penal, ante Italia, Sergio Goycochea se paraba en la línea del arco, ponía las manos en las rodillas y empezaba ese ritual de engaños: cuando el tirador empezaba a correr hacia el arco, ponía las manos a los costados, echaba el cuerpo hacia un lado mientras observaba la inclinación del cuerpo del tipo que tenía enfrente y la distancia de la pelota con el pie en el que se apoyaba. Y solo ahí tomaba una decisión de aquellas que entran a la historia.
Goycochea, el arquero titular de Argentina en Italia 90 desde que Nery Pumpido se rompió la pierna ante la Unión Soviética, se lanzó a la izquierda una fracción de segundo antes de que Aldo Serena toque el balón y lo amortiguó con las dos manos contra su viente al tiempo que dobló las rodillas en el aire en una especia de posición fetal. Fue el día en que volvió a nacer.
Apenas dos años antes del Mundial, en 1988, Sergio Goycochea estaba condenado a muerte: alguien inventó que el entonces arquero suplente de River no solo había terminado la temporada con una lesión en el hombro, sino que había contraído Sida. Ese alguien lo había hecho para frustrar su pase a San Lorenzo y terminó yendo al Millonarios colombiano desde donde saltó a la selección argentina.
Cuando Sergio Goycochea atajó el penal, salió corriendo con un brazo arriba. Gritando, probablemente, su rabia contenida. O agradeciendo a una cábala increíble que había inventado tres días atrás.
Las cábalas no eran nada raro en esa selección argentina en la que el técnico Carlos Salvador Bilardo era el principal promotor. Era él quien llevaba una estatua de la virgen de Luján con el equipo, prohibía comer pollo, usaba la misma ropa durante los partidos y exigía que nadie cambie de lugar en el bus, que debía seguir la misma ruta cuando el estadio era el mismo. Peor aún: el día antes de enfrentar a Brasil por octavos, el DT hizo desfilar a todo el plantel por la recepción de una boda en el hotel donde se hospedaban. Solo porque “besar a la novia trae suerte”. Esa fue la única manera (junto a su bidón de agua narcotizada) de menguar el clima hostil de Italia, y el tobillo inflamado de Maradona, que usando la derecha, la de palo, le dio un pase genial a Caniggia para que anote a los 80 minutos.
Sergio Goycochea tampoco era ajeno a esos rituales de locos. Todo había empezado la primera de sus tardes de gloria, en la que atajó dos penales a Yugoslavia en los cuartos de final. Era una situación complicada: el estandarte Diego Maradona había fallado su penal ante Ivkovic de la misma desastrosa manera en que falló años antes en la Copa UEFA. “Tranquilo, yo atajo dos y estamos adentro”, fue el único mensaje que le dio el portero al ídolo. Y lo hizo.
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Minutos antes de iniciarse esa tanda de penales, Argentina se reunió en torno al arco en un gesto extraño de unidad: cubrir al arquero mientras este descargaba su vejiga en el campo. Porque beber agua durante un partido no debería complicar a ningún jugador, pero sí puede sacar de sus casillas a un portero, si el segundo suplementario ya acabó y no hubo tiempo para ir al baño.
“Había tomado mucho líquido y, a diferencia de los jugadores de campo, no lo perdí porque no corrí. Acumulé mucho y me vinieron ganas de orinar. Como no podía ir al vestuario, le pedí a mis compañeros que me cubran y oriné en el campo de juego. Ya contra Italia, por cábala, lo provoqué de nuevo. Y salió bien”. Salió bien, aunque no hubo cábala que pudiera evitar que el último penal de esa Copa del Mundo, el de Brehme en la final, fuera gol.