“Aún me siguen preguntando acerca del gol y cómo lo anoté. La gente ha tratado de analizarlo, pero no hay explicación. No debió de tener tal viro, pero sabía que iba a entrar”, afirma Roberto Carlos, casi 17 años después de protagonizar el mejor tiro libre de la historia ante la selección de Francia, en un amistoso en Lyon previo al Mundial 98.
El 3 de junio de 1997 el brasileño ubicó la pelota a 35 metros del arco de Fabien Barthez para rematar un tiro libre. Retrocedió 18 pasos, y luego sacó un zurdazo brutal, mágico, irreal, de ficción, para vencer en un segundo y fracción el arco del portero que al año siguiente se coronaría campeón del mundo.
“Ese gol hizo historia. Es algo que he conversado con Zidane y Beckham muchas veces. ¿Cómo podemos hacer historia con una pelota?”, precisó el brasileño de 40 años, actual entrenador del Sivasspor de la Süper Lig de Turquía.
El golazo de Roberto Carlos fue calificado de imposible porque la curvatura extrema que tomó la pelota desafió a la física. Prueba de ello es que en el 2010, un grupo de científicos franceses explicó en el “New Journal of Physics” (Revista de física) el impresionante tanto de tiro libre.
Pese a que el gol fue bautizado como “el gol que desafió a la física”, los científicos galos llegaron a escribir una ecuación que describe la trayectoria del balón y encontraron que es posible replicarlo siempre que se le pegue a la pelota con efecto, con suficiente fuerza y a una buena distancia del arco.
Los hombres de ciencia explicaron que al simular el tiro libre bajo el agua, con pelotas con la misma densidad, descubrieron que los balones hacen una trayectoria en espiral, cosa que Roberto Carlos replicó al pegarle lo suficientemente fuerte, pues minimizó la influencia de la gravedad.
Sin embargo, el secreto sería la distancia: “Si esta no es suficiente, solo puede verse la primera parte de la curva, pero si la distancia es la correcta, como en el tiro de Roberto Carlos, la curva se cierra y se ve la trayectoria completa”, explicó Christophe Clanet, de la Escuela Politécnica de París a BBC Mundo. Aquella explicación científica sonó tan fácil que nunca se volvió a ver un remate similar.