Como bien sostiene Guillermo Oshiro en un artículo publicado el pasado sábado en estas páginas, la dirección política china ha decidido promover e invertir recursos en convertir al país asiático en una potencia futbolística para el 2050.
No existen muchos ejemplos de implantación de un deporte en una cultura de manera jerárquica. Los británicos, inventores del fútbol, no consiguieron que este prospere en sus colonias oficiales, como India, Australia o Estados Unidos, lo que sí ocurrió, de manera espontánea, en las zonas de influencia del imperio (Europa continental y América Latina). Pero también es cierto que nunca antes un Estado con múltiples recursos, controlado por un partido único, había decidido abocarse a una disciplina de manera tan franca. Tal vez el último precedente sea la Unión Soviética, que decidió apostar por el tenis cuando este recuperó su status olímpico en 1988. Desafortunadamente para el gigante comunista, su inversión en canchas públicas y capacitación fue rentabilizado por los países que sucedieron a su desmembramiento, lo que de alguna forma explica el protagonismo de los atletas eslavos, sobre todo en el circuito femenino, en los ránkings desde la década del 90 en adelante.
La contratación de Oscar y la futura incorporación de Tevez a la Superliga china son los nuevos hitos que alertan las alarmas de Occidente. Una duda está relacionada con la amenaza a la preeminencia de las ligas europeas, receptoras actuales del talento mundial. Por ejemplo, ¿los clubes de la Asociación China de Fútbol se involucrarán en el circuito de exportación sudamericano? Los cracks ya se están viendo obligados a enfrentar el dilema: o se resisten a ofertas imposibles que, de por sí, rompen un mercado ya inflado (el ignoto Hebei China Fortune, dirigido por Manuel Pellegrini, le ha ofrecido 600 mil euros semanales a Alexis Sánchez, lo que triplica su sueldo actual), o aceptan el premio económico y la momentánea invisibilización que significa ser parte de un proceso incipiente.
Los jugadores veteranos, ya se sabe, han encontrado en este esquema un nuevo paraíso para el retiro, pero los chinos han aprendido del mal ejemplo norteamericano (véase el fallido paso de Steven Gerrard por la MLS) y buscan estrellas en plenitud. Una pregunta tiñe de nostalgia el estado de las cosas: ¿desde cuándo, en la era del profesionalismo, el fútbol y el dinero se han planteado como opuestos?
Resulta irónico que los europeos, grandes predadores de la Conmebol, deban apelar hoy a intangibles como la gloria deportiva para convencer a sus astros de permanecer bajo el manto de la UEFA. Cierta razón no les falta: quien entró al fútbol por amor entiende perfecto la diferencia entre ganar la Liga de Campeones de Europa y la de Asia. Hay trofeos que brillan más que otros y no es lo mismo disputar una final contra el Selangor de Malasia que, digamos, contra el Real Madrid. Quienes, sin embargo, sospechan de la brevedad de la carrera deportiva o poseen espíritu pionero tenderán a aceptar el cheque. No se les puede juzgar. El dinero solo es un problema para quien no lo tiene.
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