Después de leer ‘Prepárense para perder’ de Diego Torres (Ediciones B), uno siente admiración por Carlo Ancelotti. Es difícil recordar, en la historia del fútbol profesional, un vestuario tan destruido como el que le tocó comandar en el 2013, luego de la salida de Mourinho. Una idea subyace al paso del portugués, pero es tan maniquea que da vértigo replicarla: tienes que darle las llaves del club, momento desde el cual todo trata de él, por él y para él. Su imagen se sobrepone a la del club y el club solo se beneficia por una coincidencia de objetivos: si el de Setúbal gana, el equipo también. Mesianismo puro.
Florentino Pérez llegó a este punto azuzado por la hegemonía del Barcelona, modelo al cual no tenía como dar respuesta. El éxito del Inter en la temporada 2009-10 le abrió un resquicio de ilusión, grieta a la cual se entregó a costa de todo: la historia y principios de la institución, la estructura organizacional (Valdano), la jerarquía del plantel (Casillas) y el estilo de juego. Pérez consideró, según lo narrado en esta entretenida crónica que asemeja a un ‘desolation row’, que todo sacrificio es valedero si es posible plantar cara al adversario histórico. La consecuencia de anteponer el fin al medio es escalofriante. Mou asumió el club con tres discursos: el futbolístico, el psicológico y el propagandístico. No queda claro que haya tenido éxito en ninguno.
El primero, el juego, estuvo diseñado a partir de la renuncia al balón, como si toda La Liga consistiese en jugar, semana tras semana, frente al Barza. Esta obsesión llevó a que, ante el resto de equipos frente a los cuales se le exigía protagonismo (piénsese en el Levante), el Madrid no haya tenido una estrategia de juego plausible. Su “innovación táctica”, el trivote, partía de un concepto harto cuestionable, al menos para los abonados al Bernabéu: que la posesión de la pelota no es un valor en sí mismo. Se entiende que esta idea cale en la grama hirsuta del Garcilaso de la Vega, pero no en Valdebebas.
El segundo discurso, el psicológico, fue un plan de terror que devastó la psiquis de los más armados: Casillas fue la principal víctima, seguido de Ramos, Marcelo, Benzema e in extremis el propio Cristiano Ronaldo, a quien solo salvó su relación con Jorge Mendes (un tema aparte). Aquí lo que en teoría era virtud, la capacidad de persuadir con un mensaje potente, se convirtió en defecto: la estatura de varias súper estrellas y campeones del mundo, así como las exigencias caprichosas y la manipulación abierta, generó un frente de resistencia y escepticismo que dividió al plantel entre adictos y rebeldes. Unos eran premiados con minutos de juego, a los otros a veces ni se les convocaba.
Finalmente, la estrategia propagandística fue prolija, aunque a la postre contraproducente. Un control absoluto sobre la comunicación institucional, el adoctrinamiento en la falsedad, la sobrevaloración de los hechos extrafutbolísticos, la injerencia franca en los medios madridistas y la creación artificial de enemigos sobre los cuales recargar culpas y deslindar responsabilidades (la UEFA, los árbitros, la prensa), llevó a que el Madrid pase a ser el club del siglo a convertirse en una parodia de república bananera donde nadie tenía claro su puesto y función. Baste decir que hasta los cocineros fueron despedidos. Guardiola inmortalizó este rasgo con un legendario exabrupto: en ese campo Mou era “el puto amo”.
Torres no es objetivo y no tiene por qué serlo. Él, como parte de la redacción de El País, fue uno de los damnificados de este programa. Lo importante es que es veraz y documentado, lo que permite, como nunca, que el amante del fútbol entienda esa parte del deporte que ocurre cuando el árbitro pita el fin del partido o se apaga el televisor.
Por ejemplo, hace una semana el Chelsea perdió su invicto ante el Newcastle y Mourinho cargó contra los recogebolas. Al escucharlo, se hace evidente la continuidad del personaje que ha creado, solo que en un club que por tamaño es mucho más maleable a su conducta y propuesta. En Stanford Bridge, su sociopatía es funcional. El Real Madrid, en cambio, ha encontrado la vacuna contra estos excesos. La compostura de Ancelotti (por momentos pareciera que se comunica a través del arco que dibujan sus cejas) es conducente: la décima, así como los 20 triunfos al hilo que encadena esta temporada, son buena muestra de cómo administrar estilo, egos, juego e interna sin caer en la prepotencia ni la tierra arrasada.
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#LuisEnrique habló sobre el #ManchesterCity, su rival en octavos de final de la Champions ⏩ http://t.co/O39RzsuwFA pic.twitter.com/f0wdXWVKID— DT El Comercio (@DTElComercio) diciembre 15, 2014