En la edad del retiro, Leao Butrón aún vuelve. Y a los 40 años, todavía busca sus cuadernos y prepara su Prezi como si fuera un escolar. Es la figura de un equipo candidato -Alianza- pero tiene una vida más allá del fútbol, donde ha sido héroe y villano, donde ha tapado 10 puntos y se ha comido 6, también. Si alguna vez elogiamos que Germán Carty sea goleador de una Sudamericana con 38 o el Checho Ibarra entre en la historia del fútbol local con arrugas; es decir, si creímos que la edad en el fútbol es respetable vigencia, a Butrón no se le puede negar un elogio. Hasta los que no son sus hinchas lo respetan.
Y no solo por lo que hace en una cancha. A estas alturas nadie discute su perfil. Es el resumen perfecto del jugador hincha, con sus excesos: no piensa en trabajar, piensa en querer. Por eso tapó lesionado ante Cristal. Ese detalle, considerado una banalidad para los ultra profesionales del marketing, lo pone en otra categoría, lo distingue digamos. Puede tener actuaciones de escándalo –como en el 6-0 ante Uruguay en el ciclo Chemo- o puede ser un arquero de 10 puntos –como este año, repetidas veces- pero nadie duda de su honestidad. Porque nadie duda de los hinchas.
Pudo tener una carrera internacional mejor, sí. Le tocó los peores procesos eliminatorios, también. Leao es, quizá, la versión local de Claudio Pizarro: un futbolista con notable presencia a nivel de clubes, de los pocos indiscutidos en su puesto año por año, que termina ahogado por una selección con problemas de disciplina centenarios, colero de la tabla de Sudamérica, y cero feeling de la gente. En ese escenario, cualquier figura se desvanece. No importa si eres goleador histórico en Alemania o el futbolista vigente más campeón nacional (6 títulos).
Lo obvio es elogiar sus características o enseñarle un compilado de sus atajadas a los más chicos. El lado B de Butrón, ese que nadie ve, se nota precisamente cuando se queda vacío el estadio. Ahí, desde hace cinco años, Butrón eligió estudiar la carrera de Negocios Internacionales en ISIL, donde sus profesores lo resumen -me consta- en una palabra: responsable. Y ahí, cuando los periodistas se van a casa cerrado el periódico, el arquero de Alianza Lima destina parte de su tiempo a terminar el Máster en Administración Deportiva en el Instituto Johan Cruyff, en Miraflores, donde habría confirmado lo que ve en su futuro: el saco de dirigente más que el buzo de técnico. Comparte aula con Raúl Fernández, Carlos Lobatón o Pier Larrauri, otros futbolistas que han entendido que el fútbol no se acaba en el retiro. Romina Antoniazzi, jefa de prensa de la selección, ha estudiado con Butrón y recuerda que en el módulo “Manejo de Crisis”, el arquero obtuvo una de las mejores calificaciones. Si el vestuario de un equipo del tamaño de Alianza no sirve como práctica, entonces nada lo es.
En tiempos en que los aspirantes prefieren los audífonos, el auto nuevo y la Play, futbolistas como Leao Butrón sirven para ser el espejo que les devuelva sus defectos. Es difícil convencer a alguien con un grito, ya se acabaron esos tiempos. Es más sencillo dejar que te vean entrenando duro, llevando adelante una familia y estudiando cuando ya eres, más bien, el protagonista de tu propio libro. Hoy es Butrón ese espejo: mañana deberían ser muchos más.