No hay dudas que hemos tocado fondo. Desde el cambio de formato de Eliminatorias, desde la búsqueda de un cupo para Francia 98, estamos ante el peor arranque de la historia de la selección peruana. Colombia, otra vez, es el rival del punto de quiebre: para creer o para replantearnos todo. Hoy a Ricardo Gareca, después de este catastrófico 3-0, le toca lo segundo como hace cinco años. Perú solo tiene un punto en cinco partidos. Recalcular el plan futuro es prácticamente comenzar desde cero.
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No hay que edulcorar lo evidente. Por amplio margen, estos son los peores días de Gareca como técnico de Perú. Ni siquiera en los días más alicaídos de la anterior Eliminatoria se vivió algo tan desolado y silencioso. Sí, silencioso no solo porque no hay público en tribunas. Silencioso, también, porque las horas polarizadas de la política condenan a esta selección a un inusual desinterés. Tercera derrota consecutiva como local y esta vez con goleada. Lo de Colombia parece historia conocida parece el canto repetido de un golpe en el corazón. No le ganamos a los cafeteros por Eliminatorias desde 1981. Casi siempre, con esta selección en Lima nos toca comenzar a despedirnos de los mundiales. La historia solo cambió en octubre del 2017, cuando el 1-1 alcanzó para llegar al repechaje con Nueva Zelanda. Pero igual lo sufrimos, en ese partido -antes del gol de tiro libre de Paolo Guerrero- estuvimos casi 70 minutos eliminados de Rusia.
Se quedó sin voz Gareca en este partido que queremos imaginar que nunca vimos. El ‘Tigre’ intentó resguardar el tema defensivo y el encuentro fue un concierto de desconcentraciones, una acumulación de errores en lo que se asomaba como evidente. Hubo una acertada preocupación por la banda derecha, con la dupla inédita de Corzo con Advíncula. El estrenado técnico de Colombia, Reinaldo Rueda, lo supo leer rápido y llevó el desarrollo del encuentro hacia la banda izquierda. Allí, Carrillo apoyó muy poco y Trauco sufrió en exceso hasta su expulsión por codazo a Cuadrado.
Pedro Gallese mostró su lado más vulnerable al dudar en el gol de Yerry Mina a los 40′. Defensivamente perdimos la obsesión en la marca con la roja de Trauco (¿acaso los seleccionados no ven los partidos de Cuadrado en el Calcio? ¿es tan complicado haber previsto que el lateral-extremo colombiano es un experto en provocar faltas?) y con la falta de presión que dejó servido el segundo tanto de Uribe a los 49′. Ya lo de Perú no es coyuntural. No es fortuito. Es una mala costumbre que se está instalando peligrosamente. Nos comenzamos a olvidar de los años felices entre el 2016 y 2019, para regresar a los días más malos de Perú. Desde Pepe en los noventas hasta Chemo en las Eliminatorias 2010. En esos procesos terminamos últimos en Sudamérica. Últimos. Últimos como hoy.
El 3-0 del colombiano Díaz fue el énfasis para graficar la ausencia de solidez hasta para disputar una pelota. Débil, Perú. Famélico, Perú. Dolió ver lo de Renato Tapia en ese tanto cafetero, siendo superado tan fácilmente en una salida. Dolió la nulidad de Yotún, Carrillo y Cueva. Dolió ver a Paolo lejos de su mejor versión. Dolió ver a Lapadula ahogado en sus buenas intenciones. Nunca como hoy dolió tanto Perú. Ni en marzo del 2016, después de empatar en caso con Venezuela, pasó esto.
“Tenemos que recuperar la mentalidad ganadora”, dice Paolo Guerrero, uno de los casos que más preocupa. Su falta de fútbol costó en un partido tan físico como el de ayer ante zagueros como Sánchez y Mina, que siempre están entre la anticipación y la falta. Cuesta volver a confiar. No es exagerado decirlo. Y otra vez el punto de quiebre nos encuentra bajo la manta de Colombia.
Ricardo Gareca ya reconoció que es el principal responsable de esta crisis deportiva y asume que darán pelea hasta el final. Ya hubo una recuperación de la Blanquirroja después de parecer un equipo desahuciado tras caer ante Chile, en octubre del 2016. Hoy, esos días de gesta, de rachas positivas, cada vez se miran con más lejanía y nostalgia. Ese es el último crédito que le queda al ‘Tigre’ y su plantel. De todos modos, lo exhibido anoche dejará secuelas de pesimismo y la obligación de despertar aparece en cinco días. Demasiado pronto, Quito. Ojalá nos equivoquemos, pero parece ser muy poco tiempo para volver a estar a la altura.
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