El deporte profesional, desde su nacimiento en la segunda mitad del siglo XIX, supo nutrirse de los cambios sociales, económicos, culturales y tecnológicos por los que atravesó el mundo. Y siempre lo hizo a favor: para aumentar audiencias, para crecer en zona de influencia, para construir un mejor espectáculo a unas masas ávidas de contenido con el que llenar el tiempo libre.
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Mucho se ha escrito sobre cómo la televisión impactó en el desarrollo del fútbol; a su vez, durante algunas décadas no se pudo entender el boxeo sin el cable o el “pay per view”. Dos fenómenos recientes, sin embargo, generan dudas sobre cómo seguirá esta evolución. La pelea de Mike Tyson, a sus 58 años, con el influencer Jake Paul, evento transmitido vía Netflix con tal éxito que colapsó la plataforma el viernes pasado, produce inquietudes al respecto.
Los puristas denuncian el esperpento, la conversión indecorosa del pugilato en show. Hay un punto: todo deporte, sobre todo los de contacto, necesitan establecer paridad de condiciones para que se produzca una confrontación justa, atractiva. No hay honor si es que no ha habido oposición seria. Lo del viernes en la noche no cumplió ni pretendió nunca cumplir con ese requisito. Un payaso bien entrenado que entiende perfecto la industria digital convenció con 20 millones de razones a una leyenda para que se preste a un montaje con guion. Y jugaron. A los puristas les quedó un consuelo: no pareció haber habido mayor daño físico para Tyson.
Quienes tienen una visión más benévola de estos asuntos ven un negocio: un evento entretenido, suficientemente revestido de marketing como para crear expectativa, que el mundo consumió con una curiosa mezcla de morbo y culpa. ¿Fue suficiente? ¿Valió la pena? Creemos que no. La pelea no fue satisfactoria, las emociones que produjo fueron tibias y cierta amargura consumió a todos aquellos que esperaban un nocaut o un batacazo a esas horas de la noche. A quien escribe le recordó el grotesco inicio de las artes marciales mixtas, cuando un maestro de kung fu podía enfrentar a un luchador de sumo hasta sacarle un ojo, aunque difícilmente se hubiera podido llegar a ese nivel de violencia.
¿El legado de Tyson ha sido puesta en duda? De ninguna manera. No hay nada ya que pueda poner en cuestión su carrera deportiva. Por otro lado, “Iron” Mike es una figura que nunca estuvo contenida en el ring: comediante, actor, icono cultural, finalmente, solo añade otro capítulo al tomo dedicado a la vida después del deporte. Algo así como LaMotta en su club de Miami, tal como lo retrata De Niro al inicio de ‘Toro Salvaje’.
¿Jake Paul tendrá algún legado? Las modas y el consumo cultural dependen de un espectador más volátil, menos fiel. Cuando Tyson vencía a Trevor Berbick, allá en 1986, uno de los singles que punteaban el top en Estados Unidos era “Human” de la banda Human League. Con todo respeto por el synth pop británico, si nunca escuchó hablar de ellos he ahí la respuesta.
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