Lo último que Nick Lucena imaginó cuando pasaba las tardes detrás de su hermano en las costas del sur del estado de Florida es que debutaría en los Juegos Olímpicos a los 36 años, pero ya está en Río 2016 junto al resto del equipo de voleibol de playa de EE.UU.
“Él practicaba voleibol de playa y yo solo quería imitarlo. Todo esto me ha pasado casi por accidente”, dijo a Efe el cubano-estadounidense Nick Lucena. “Aun no lo puedo creer”, dice el atleta, cuando piensa en su participación en los Juegos de Río de Janeiro, los primeros de la historia que se celebran en Sudamérica.
“Yo no fui uno de esos niños que soñaba con el oro olímpico”. Sin embargo, las decisiones que tomó en su vida, una tras otra, lo fueron llevando al Estadio Olímpico Joao Havelange, en el que desfilará con sus compañeros de la delegación estadounidense.
“Es un privilegio increíble y más al lado de un campeón como Phil Dalhausser”, indicó Nick Lucena, quien fue su compañero al inicio de su carrera a principios de la década de los 2000.
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Nick Lucena compite en Nueva York junto a Phil Dalhausser. (Foto: AFP)
Se separaron en 2005 y reanudaron su relación en la arena en 2015, justo a tiempo para comenzar la campaña olímpica.
Llegan a Río como el equipo preferido para ganar la medalla de oro del voleibol de playa. “Nuestra principal competencia es Brasil. Son atletas increíbles y están en casa”, dijo Lucena en referencia al dueto de Alison Ceruti y Bruno Oscar Schmidt
Vitoreando a Lucena en las orillas de Copacabana estará su esposa, la también campeona de voleibol de playa Brooke Niles, el hijo de ambos Gunnar, de 3 años, sus padres, Moisés y Noraida Lucena, y sus hermanos.
“Todo lo que he logrado es por ellos”, afirma el deportista.
Lucena creció entre las ciudades floridianas de Hialeah, un suburbio de Miami, y Copper City, al sur de Fort Lauderdale, en el seno de una familia inmigrante con raíces cubanas.
“No hablo bien el español, pero no soy más latino porque es imposible. Nuestra cultura es parte de mi ADN, de mi identidad, de mi piel”, afirma. “Sé que va a haber niños latinos mirándonos. Soy parte de su historia y haré todo lo posible por representarlos lo mejor posible”.
El camino improbable de Lucena a Río de Janeiro comenzó en las playas de Fort Lauderdale, a 40 minutos al norte de Miami, Florida. “Cuando era pequeño todo lo que estaba a mi alrededor era fútbol, pero mi hermano mayor en su adolescencia le agarró el gusto al voleibol”, recordó.
Como todo hermano menor se iba detrás de él.
Su hermano eventualmente abandonó las prácticas, pero Lucena comenzó a brillar. “Me invitaron a participar en torneos los fines de semana y sin darme cuenta terminé jugando voleibol de playa en el circuito amateur y luego en la universidad”.
“Primero era un pasatiempo, luego una forma de ganar un poco de dinero sin trabajar demasiado”, dijo y admite que estaba equivocado en todo. El voleibol de playa es un deporte que requiere mucho esfuerzo y recibe poco respeto.
“Mucha gente se burla y dice que no es un deporte”, reconoce. “Lo que no saben es que entrenamos los seis días de la semana”.
Como todo deportista asegura que su dieta es estricta, así como la rutina de ejercicios fuera de la cancha. “Lo más difícil para un jugador de voleibol de playa es moverse bien en la arena”, asegura y reconoce que es un terreno benigno para un atleta.
“Es suave para las articulaciones, por eso yo puedo estrenarme en las Olimpíadas a los 36 años, cuando la mayoría se retira antes de llegar a los 30. Soy un viejo comparado con el resto”, explica.
En su edad está también la clave de su éxito. Los brasileños y los estadounidenses tienen los jugadores mayores. “Nuestro cuerpo está aun en excelente forma y tenemos más experiencia. Por eso somos los favoritos”, asegura.
Lucena sabe que entrar a la cancha olímpica va a ser un momento que marcará su vida. Él dice que usualmente no se pone nervioso, pero que esta vez puede ser diferente. Sin embargo, no tiene planes de cambiar su rutina.
“Me gusta estar solo. Rezar un poco y enfocarme en el presente”, contó. También tiene un mensaje para los fanáticos. “Cuando entro a la cancha, lo hago con la cabeza baja y sin mirar a los lados. No es porque no me importen los que están allí o mirando en sus casas, es por el hecho de que me importan tanto, que es lo mejor que puedo hacer para no sentirme abrumado”.
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