“El cholo es especial… hay que arroparlo, hay que tenerlo contento, feliz…”
No hay mejor descripción de Christian Cueva que la que hiciera Jefferson Farfán cuando lo entrevistó en “Enfocados”, su exitoso programa que se emite por You Tube. Su pataza, su amigo, su compañero de tantas jornadas, decía ‘Jeffry’, es un tipo especial y, como tal, solo debía recibir un trato a ese nivel. Abrumarlo con enojosas exigencias o inoportunas responsabilidades era ignorar la dimensión de su status. Los ‘distintos’ como su hermano del alma no podían perder tiempo en asuntos terrenales. Su principal tarea era preocuparse en hacer lo suyo, en ejecutar lo que realmente importaba: dar “show” sobre una cancha de fútbol.
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El frondoso anecdotario que recorre la vida futbolística de Cueva podría convertirse, fácilmente, en el guion de una exitosa ‘sitcom’. Pero entre faltar a un entrenamiento por una mala borrachera, escaparse de una concentración para jugar por una vaca y agarrar a golpes a su esposa hay kilómetros de salvajismo, estupidez y basura. Muchísima basura.
Cueva no es el primero -ni será el último- maltratador del mundo del fútbol. Los casos de Andy Polo, Martín Távara y Ángelo Campos son ampliamente conocidos, así como el trato con guantes de seda que se les dispensó desde sus clubes, la hinchada y el periodismo. Las voces que se alzaron en protesta escasearon. Y las que alcanzaron a escucharse fueron silenciadas por la ruidosa ferocidad de las redes sociales. La mayoría prefirió mirar por encima o voltear el rostro derramando argumentos deleznables como “son temas de pareja”, “es parte de su vida privada” o el muy cobarde (y que más replicamos los periodistas): “nosotros solo hablamos de fútbol, lo que haga en su casa no nos interesa”.
Quizás sea momento de recordar que el nuestro es uno de los países más inseguros para las mujeres. Según el Instituto Nacional de Estadística, el año pasado el 49,3% de ellas, entre los 15 y 49 años, fue víctima de violencia psicológica o verbal de parte de su esposo o compañero; el 27,5% fue agredida físicamente y el 6,5% de manera sexual.
La situación no ha cambiado este año. Solo entre enero y julio, los Centros de Emergencia Mujer atendieron 94,357 casos por violencia. Y el Programa Nacional Aurora, cuya función principal es la prevención y erradicación de la violencia contra las mujeres e integrantes del grupo familiar, registra 104 casos con características de feminicidio y 137 en grado de tentativa. La información está actualizada al 31 de julio.
En los últimos años, el hipermasculinizado mundo del fútbol, a veces de no muy buena gana, le ha abierto sus puertas a la mujer. Hay cada vez más futbolistas, árbitras, dirigentes y periodistas. Es común encontrar programas donde destacan relatoras, comentaristas y reporteras. Pero cuando ocurren casos de violencia familiar como el de Cueva, la mirada suele tener el talante cavernario de siempre. Mientras en los clubes tratan de enfriar las aguas a la espera de que no se “arruine su inversión” y una jugada salvadora le lave la cara al agresor, el hincha cae víctima de súbitos ataques de amnesia selectiva y los periodistas nos contagiamos de este ambiente de cobardía.
El dolor de la víctima preferimos acallarlo con un gol.
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