A propósito de las Fiestas Patrias, el suplemento de negocios Día_1 quiso destacar las biografías de seis peruanos que llevaron las palabras a los hechos y que han dedicado los últimos años a que la innovación, la educación y la inclusión social no solo se queden en los discursos, sino que se trasladen a la realidad.
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Ernesto Cuadros-Vargas, director de la escuela de Ciencia de la Computación en la Universidad Católica San Pablo de Arequipa
El 31 de diciembre de 1995, Ernesto Cuadros-Vargas llegó a la Universidad de Sao Paolo con menos de 400 dólares y cargando una pesada mochila. Esa noche en la que todos celebraban, él tuvo que dormir en la biblioteca, en un colchón que le prestaron.
Pero no estaba incómodo porque había cumplido su primer objetivo: llegar. El segundo era conseguir una beca para poder quedarse. Era la única opción de estudiar lo que en verdad quería, porque en Arequipa las lecciones iban en otra dirección. “Los profesores me decían que aquí era diferente y entendí que eso significaba: ‘Adáptate a nuestro atraso’”. Por eso se fue. Pero estaba seguro de que tenía que volver.
Cuando regresó finalmente en el 2004 – luego de vivir en Brasil, Estados Unidos y Alemania – fue para lanzar y diseñar en la Universidad Católica San Pablo de Arequipa la carrera que había estudiado: Ciencia de la Computación. Esta universidad es hoy uno de las protagonistas de la consolidación de la ciudad sureña como un ‘hub’ tecnológico.
Además mantiene convenios y contactos con los centros más prestigiosos en innovación y el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) la ha elegido como su ‘partner’ para un programa de desarrollo de ideas por ser el único centro educativo peruano que cumple con el estándar de formación internacional que ellos buscan.
Martín Vizcarra, presidente regional de Moquegua
El actual presidente regional de Moquegua en vez de adversarios tiene admiradores. Ha sido tentado en dos oportunidades para formar parte del Consejo de Ministros de Ollanta Humala y en ambas ha declinado. “Mi compromiso con Moquegua es de cuatro años y lo cumpliré hasta el último día”, dice.
El presidente del Instituto de Ingenieros de Minas del Perú (IIMP), Rómulo Mucho, lo grafica de otra manera. “Martín es un hombre muy preparado y justo. Pero sobre todo un gran negociador”, explica.
El recuerdo más inmediato es el impasse que se resolvió allá por el 2012 entre la región sureña y la empresa Anglo American, que buscaba la licencia social para su proyecto minero Quellaveco. Por entonces, la población tenía temores. ¿La nueva mina traerá contaminación? ¿Nos quitará el agua que tenemos? ¿Qué nos dará a cambio de beneficiarse con nuestro territorio?
Los dos inconvenientes técnicos fueron resueltos en la mesa de diálogo con la presentación de los estudios técnicos y la explicación consiguiente a los pobladores. Pero el tercero generó más de un dolor de cabeza. La empresa ofreció S/.400 millones durante toda su estadía: más de 30 años.
Los representantes del lado moqueguano pidieron S/.2.000 millones. Entre idas y venidas, Anglo American subió a S/.680 millones. Los representantes del Gobierno Central estaban contentos, pero Vizcarra como ingeniero graduado de la UNI sabía que los precios de los minerales en alza le permitían mayores exigencias. Dijo no y puso una cifra definitiva: S/.850 millones.
Los ministros de Estado estaban casi al borde de la desesperación. Finalmente, la compañía aceptó y añadió S/.150 millones para la construcción de una presa de agua.
Guillermo Rossinelli, ex director general de Electrificación Rural
La electrificación rural lo salvó a Fernando Rossinelli. No solo porque le dio la posibilidad de desarrollar el proyecto más ambicioso de su vida, sino porque lo libró de la muerte. Lo rescató del terremoto del 31 de mayo de 1970 cuando se dirigía desde Huallanca a Yungay a pasar un domingo familiar. Su ángel fue el alcalde del distrito de Pueblo Libre (Caraz) que tras saludarlo en la pista, lo invitó a visitar el poblado en agradecimiento por las obras de electrificación que había impulsado.
Cuando terminó de almorzar se rompió la felicidad de la tarde y lo demás fueron estruendos, llantos y mucha pena por lo que había pasado. Lo recuerda como si fuera ayer. Cuando esto sucedió Rossinelli trabajaba en la Central Hidroeléctrica del Cañón del Pato que pertenecía a la Corporación Peruana del Santa. La empresa consideró injusto el hecho de que las poblaciones cercanas a la generadora no tuvieran electricidad y le encargó a Rossinelli ‘hacer la luz’ en estos pueblos.
“Electrificamos varios pueblos con la ayuda de los alcaldes y mis trabajadores, muchos eran de la zona. Lo hacíamos los sábados y domingos y usábamos como postes los rieles del ex ferrocarril Chimbote-Huallanca y las luminarias las hacíamos de planchas de calamina con tubos fluorescentes”.
Esta no fue su única experiencia. Este ingeniero electricista fue el primer jefe peruano de la Central Hidroeléctrica del Mantaro, “fue cuando los italianos ya nos la dejaron” y allí, en los 80, repitió la experiencia de Áncash. En esta ocasión lo hizo con una doble intención: proporcionar energía a los poblados cercanos a las instalaciones de la central (ubicada en Huancavelica), y además crear un “cerco vivo” para vigilarla de posibles atentados terroristas. Resultó.
Arturo Cánez, director de Lima Valley
La comunidad Lima Valley es un referente para fomentar una nueva cultura emprendedora. Su idea de que es posible en el país crear empresas tecnológicas de alto impacto ya se ha extendido al interior. Arturo Cánez conoció a ‘Chinchín’ en la UNI.
Ellos y otros muchachos huancaínos formaban un equipo de fulbito difícil de vencer, porque del triunfo dependía ganar una apuesta y pagar siempre con esas monedas el almuerzo del día. Estudiaban ingeniería de sistemas y ‘Chinchín’ era un capo en programación. Tenía futuro. Cuando egresaron se perdieron de vista.
Solo hace pocos meses, luego de varios años sin saber de aquel amigo, Arturo Cánez se enteró de que estaba colocando antenas para una empresa en provincias. Cánez, que ahora es uno de los principales promotores de las startups en el país, supo entonces que había llegado el momento de darle una oportunidad a aquel amigo y sumarlo a un proyecto.
Esa oportunidad que tienen hoy los jóvenes integrantes de la comunidad Lima Valley para atreverse a volver realidad su idea innovadora, la misma oportunidad que los jóvenes de la generación de Arturo no tuvieron.
En el 2010, Cánez se sumó a Lima Valley, una organización que había comenzado un año antes para que profesionales con interés en la tecnología puedan tener un espacio para aprender y compartir experiencias. Y con su ingreso cambió también la visión del grupo. Desde entonces las conferencias y otras actividades fueron abiertas, no solo para ingenieros, sino para todo aquel que tenga interés en desarrollar un emprendimiento con base tecnológica.
Eso cambió el perfil de Lima Valley y lo convirtió en un espacio para contagiar las ganas de crear. A estas sesiones podía asistir alguien que apenas tuviera idea de programación o de planes de negocio, pero seguramente al salir se iría con la motivación de lanzar el próximo Facebook.
José Luis López Follegatti, coordinador del Grupo de Diálogo Minería y Desarrollo sostenible
Era un militante izquierdista de ideas cerradas. Un estudiante setentero que atizaba revoluciones imposibles. Nació en Huánuco, estudió educación y psicología en la Católica, pero sus ideas y la orden de su partido de apoyar al sindicato de obreros mineros de Southern Perú Copper Corporation, lo llevaron a Ilo. Allí se apasionó y se enamoró, se casó con la lucha ambiental de esa ciudad.
La minera emanaba humos que contenían ácido sulfúrico, vertía aguas sin tratar y botaba escorias en la playa. La disputa duró cerca de quince años. Entre tanta pugna y confrontación contra la minera surgió un espacio de concertación donde intervinieron desde autoridades hasta líderes sociales, que llevó a Ilo a lo que hoy es, una ciudad modelo y planificada.
La experiencia de Ilo fue fundamental para que José Luis López se diera cuenta de algo: que cuando una sociedad pelea hay un desgaste de energías innecesario: “la población se cansa, pierde esperanza, se desgasta y se divide”; cuando esto sucede, retomar el diálogo es mucho más difícil y hasta imposible.
Su lucha en Ilo, a través de la ONG Labor, de la cual es hoy director, lo había llevado a ser etiquetado como un antiminero, un radical, la Sociedad Nacional de Minería, Petróleo y Energía (SNMPE) no lo podía ver (hasta ahora no contesta sus invitaciones).
Valorando ya la participación y el diálogo en 1999, junto a otras tres ONG llamó al diálogo al gremio minero. “Recuerdo que un empresario se preguntó: ‘¿el diablo llama al diálogo?, qué raro’”. El gremio no fue, pero sí lo hizo un empresario minero de Antamina (que en ese momento estaba en construcción), era nuevo en el barrio. Eran cuatro ONG y una empresa. “Como yo no los conozco y todos mis amigos me han dicho que ustedes son de lo peor voy a escucharlos”, dijo el empresario. Fue la primera experiencia y resultó. Se escucharon.
Ese día fue el punto de partida del Grupo de Diálogo Minero. Un espacio al cual López le ha puesto todos sus esfuerzos apuntando a un solo objetivo: a que la gente se escuche y dialogue.
Franco Rosso, director ejecutivo de Enseña Perú
La idea era revolucionaria: abandonar el discurso y pasar a la acción. En el Perú, un país ubicado en el sótano de los ránkings de educación en el mundo, existían múltiples voces que decían qué hacer y qué cambiar. El problema era que solo pocos tenían las agallas de ensuciarse los zapatos para tener a niños con una educación de calidad. Sin embargo, un grupo de jóvenes economistas locales -inspirados en Teach For América- apostaron por formar una cadena de profesionales destacados capaces de ir a los colegios más necesitados a compartir sus conocimientos durante dos años.
Se buscaban matemáticos, economistas, administradores, psicólogos, comunicadores, educadores. Así nació Enseña Perú en el 2009. Franco Mosso, director ejecutivo de la organización, lo recuerda. “Tenía 22 años y Álvaro Henzler, quien sería el primer CEO de Enseña Perú, me animó a participar”.
Mosso, por entonces un economista recién egresado de la UP, tenía todo listo para ir a estudiar una maestría en Canadá, pero la idea de trabajar por la educación le caló hondo y desechó la primera opción.
El trabajo previo a la acción no fue sencillo. Había que preparar cartas, entrevistarse con ejecutivos de grandes empresas, contarles la idea. Convencerlos de apostar por este sueño. “Recuerdo que fui el que consiguió el primer apoyo económico. Fueron US$1.000 que nos dio el empresario Alfredo Graf. Ese día todos saltamos de alegría”, dice.
Asimismo, creyeron conveniente el involucrar en la campaña a figuras destacadas como Gastón Acurio, Vania Masías, Felipe Ortiz de Zevallos, Fernando Zavala, entre otros profesionales. “Ellos formaron nuestro consejo directivo y su compromiso nos abrió muchísimas puertas”, añade.