Se celebran hoy en el Reino Unido unas elecciones generales que muchos han calificado como históricas. Se dice que el resultado determinará el tono y contenido de las negociaciones de salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE). En términos amplios, se supone que un gobierno conservador con mayoría parlamentaria sería un negociador más duro con el resto de socio europeos, llegando incluso a estar dispuesto a abandonar la negociación si el acuerdo no es netamente favorable al Reino Unido. La realidad es que poco importa el resultado ya que el Reino Unido lleva ya más de un año embarcado en un proceso, a estas alturas prácticamente irreversible, de destrucción de prosperidad.
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Lo que convierte el proceso del Brexit en tan pernicioso es la estructura misma de la negociación. Es esa estructura la que va a abocar a las partes a adoptar posiciones duras, casi extractivas. Esto se verá desde el inicio, de hecho se observa ya, y se irá intensificando según progrese la negociación. A esta dinámica responde la pretensión de España de condicionar el acuerdo a lo pactado en relación a Gibraltar o la lucha que ya vemos nacer en relación al futuro de los servicios financieros que se prestan desde la City de Londres. Hay aquí dos cuestiones importantes a recordar. La primera es que las instituciones europeas tienen un interés evidente en que el Brexit tenga un coste económico para el Reino Unido. Con independencia del discurso diplomático imperante la realidad es que al proyecto europeo no le conviene que la salida del Reino Unido de la Unión se termine viendo como algo positivo para ese país. Esta dinámica la podría compensar la actitud de los Estados miembros que bien podrían moderar la de la Comisión o el Parlamento Europeo. Sin embargo lo que probablemente veremos en los próximos meses será justo lo contrario. Esta es la segunda cuestión a recordar: todos y cada uno de los Estados miembros de la Unión tienen capacidad de veto sobre el acuerdo final. Esto significa que las condiciones exigidas por la Unión para alcanzar un acuerdo serán siempre las que impliquen el menor daño al Estado miembro más afectado por cada una de las clausulas de dicho acuerdo. Si un país tiene, por ejemplo, un sector de fabricación de coches que quiere proteger será ese país el que determine las condiciones ofrecidas al Reino Unido en relación al comercio de coches. Si otro país quiere una cierta regulación de servicios financieros ya que es la que menos perjudica a sus bancos será ese el suelo de la negociación. La suma de todas estas dinámicas dibuja una negociación extremadamente dura. Al final del proceso tanto el Reino Unido como el resto de estados que permanezcan en la UE estarán peor que al inicio. No habrá aquí ganadores en términos netos. Pero lo cierto es que el Reino Unido se enfrenta a retos mucho mayores que el resto. Se estima, por ejemplo, que hay más de 55000 europeos trabajando en la Seguridad Social británica. Si perdieran su permiso de trabajo sería extremadamente complejo encontrar reemplazos. Unas 5500 empresas financieras británicas operan en mercados de otros países de la UE gracias a los “pasaportes europeos”; un beneficio que podrían perder después del Brexit. Más de 500 empresas multinacionales tiene sus sede en Londres, una realidad que se debe en gran medida al hecho de que desde ahí pueden acceder al mercado europeo. Y lo que es tal vez más grave, al abandonar la UE el Reino Unido abandona también más de 750 tratados comerciales con 168 países. Todos estos tratados deberán ser renegociados y en todos esos casos se abrirá la puerta a que otros busquen beneficiarse de la debilidad del Reino Unido. Las elecciones de hoy no van a cambiar, por desgracia, las dificultades que el Brexit plantea. La cita electoral realmente importante fue la de mayo del 2015 que produjo la victoria de David Cameron. Fue ahí donde los británicos votaron por un Primer Ministro que había prometido un referéndum sobre le membresía del Reino Unido en la Unión Europea. De nuevo trascendental fue el referéndum del 23 de junio del 2016 donde una mayoría muy ajustada de los votantes decidió que el Reino Unido abandonara la Unión. Desde entonces lo que hemos vivido, a cámara lenta, han sido las consecuencias de esta tragedia política y económica.(El Autor, Manuel Muñiz es decano de IE School of International Relations)