En las sedes de los principales gremios del país se estaría discutiendo acciones que les permitan alinearse mejor con el sentir de gran parte de la población y, a su vez, evitar el contagio del efecto de la experiencia chilena en materia de descontento popular.
Históricamente nuestras agrupaciones empresariales han concentrado sus esfuerzos en responsabilizar de sus males a los gobiernos de turno, en auspiciar congresos empresariales de “reflexión” poco relevantes, en pensar que su obligación para con la sociedad es solo pagar impuestos.
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Digámoslo con seriedad: parte importante de nuestra clase empresarial no ha dispuesto de una verdadera visión de futuro.
De la reciente experiencia chilena se debe rescatar que no basta con decir que se transita por el camino de las reformas estructurales, estas deben ser bien ejecutadas y sus beneficios deben ser extendidos a todas las clases de la sociedad. Una reforma estructural inadecuadamente aplicada es sinónimo de ausencia de reforma; es sinónimo de corto plazo y de mantención de la desigualdad. Es una ficción. Chile ha demostrado ello.
Nuestro vecino del sur, por ejemplo, nos enseña que una reforma privada de pensiones con insatisfacción de los usuarios no es sostenible; que la educación cara y sometida a sobreendeudamiento frente a la banca no es una solución; que los precios de las medicinas no deben ser el resultado de inadecuadas organizaciones de mercado y de la ausencia del Estado; y que la justicia debe ser igual para todos.
¿Entenderemos el mensaje los peruanos y nuestros empresarios?
A diferencia de Chile, debemos ser conscientes de que somos, aunque usted no lo crea, una economía menos desigual y con señales de liderazgo en la lucha contra la corrupción en la región.
A pesar del reto de la informalidad, esta lucha nos permite evitar un descontento extremo que nos lleve a posiciones no deseadas. Tenemos elementos para evitar lo que ocurre en Chile y la oportunidad de cambiar.
No debemos perder de vista que, a pesar de no disponer de adecuada infraestructura y de carecer de una adecuada institucionalidad y calidad de Estado, seguimos liderando el crecimiento de la región en los últimos 18 años.
Muchas veces, por ejemplo, perdemos de vista que nuestro sector hotelero y nuestros centros comerciales son un ‘boom’ al interior del país y que nuestra agroexportación dota a extranjeros de los mejores márgenes de contribución del mundo.
Muchos dejan de considerar que mientras un proyecto minero es irracionalmente vetado, surgen una docena de adicionales para suplirlo. Debemos cambiar de actitud.
Nuestros empresarios deben entrar en razón que el mejor mercado para hacer negocios es uno sin pobres y que hoy debe comprometerse más en la generación de ecosistemas de valor compartido que les permitan maximizar y sostener en el tiempo el éxito de sus negocios.
El empresario peruano debe contribuir a evitar que las reformas estructurales pendientes de ejecución se continúen postergando, debe tomar consciencia de que la ética sí le resulta rentable y que desarrollarse en un mercado aún desigual podría llevarlo, simplemente, a perder todo.