Con muy pocas excepciones en nuestra historia económica, el crecimiento del PBI ha estado ligado al accionar del orientador de política económica, a su destreza, a su intencionalidad, a su labor; los buenos momentos de crecimiento han sido, en cambio, resultado de la riqueza de nuestra naturaleza, de la creatividad y destreza de nuestros empresarios y de nuestra fuerza laboral y, por qué no decirlo, resultado de la espontaneidad y casi del azar mismo.
La actual coyuntura será una copia fiel de lo que nos ha acontecido los últimos 200 años. Nuevamente nuestro crecimiento estará impulsado por el impacto de los buenos vientos que hace 18 meses soplan a favor del Perú en materia de evolución de los precios internacionales de ciertos minerales, por las campañas extraordinarias en la pesca, por la bondad de nuestra agroexportación.
Estructuralmente hablando e independientemente de la tasa a la cual crezcamos, esta será poco sostenible, será inferior a lo que potencialmente podamos crecer, una vez más, denotará pérdida de oportunidades.
Nuevamente creceremos huérfanos de un mínimo de infraestructura, con reformas estructurales pendientes, sin la presencia de políticas de Estado y con la carencia de institucionalidad. Nuevamente sin una real visión de futuro. Nuevamente, la coyuntura nos gana.
Nuevamente, perderemos la oportunidad de cambiar. Sin enfrentar los retos del mediano y largo plazo, sin una visión estratégica, estamos condenados a seguir como hoy, a seguir como siempre.
Hoy, más que nunca, debemos entender que la ausencia de visión de futuro, sobre la que nos hemos desenvuelto por años, está estrechamente ligada a un entorno social, de estructura del poder y de oscurantismo político del que es difícil salir, pero no imposible.
Un primer paso para dejar este lastre, sin duda, requiere de una sustancial recomposición de lo que es nuestra realidad política. ¿Quién dice que es posible un cambio real en lo económico, sin una reorientación integral en lo político? Ambos son caras de una misma moneda.
En lo político, por ejemplo, no disponemos de partidos adecuadamente estructurados. Parte de nuestros partidos políticos se alquilan al mejor postor, carecen de representatividad, se encuentran secuestrados por cúpulas, no disponen de renovación en sus cuadros, sus candidaturas no emergen del voto partidario, están liderados por apellidos, por promesas, por demagogia. La verdad, hoy no tenemos líderes, sino solamente caudillos de turno.
¿La nueva Ley de Partidos Políticos cambiará esto? ¿Si no hay cambios sustanciales a esta realidad, podremos disponer del entorno adecuado para crecer sostenidamente, aplicar medidas contracíclicas, impulsar nuestra productividad, generar mayor inclusión social, vencer la pobreza, recomponer nuestro Estado y compartir valor entre todos los peruanos? Muy difícil.
Tenemos que tomar conciencia de que el éxito definitivo en materia económica y social en el Perú vendrá cuando seamos capaces de dar un giro y cambiar nuestra actual realidad política. Resultaría ingenuo pensar que una reforma del Congreso y una nueva Ley de Partidos Políticos o Electoral sean las apropiadas si las mismas emanan de nuestra actual realidad.
Hoy la población demanda cambios sustanciales. Demanda renovación por tercios del Congreso, eliminación de la extrema inmunidad parlamentaria, rendimiento de cuentas, desaforo inmediato de los congresistas vinculados con la corrupción, la falsificación, la mentira, el narcotráfico; demanda de un mínimo de control y evaluación independiente de la labor parlamentaria.
Cambiar 200 años de historia económica conlleva también, inevitablemente, cambiar los usos y costumbres de nuestra política. Este debe ser el primer gran paso para modificar seriamente la historia de nuestro crecimiento económico.