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LUCY KELLAWAYColumnista de management del Financial Times
En una columna reciente sobre Sheryl Sandberg, escribí su nombre con una C. No tengo ni idea por qué lo hice, pero, cualquiera sea la razón, habiendo escrito “Cheryl Sandberg”, no me di cuenta. Revisé el artículo unas cuantas veces antes de entregarlo, como lo hago siempre, no vi nada fuera de lugar, y presioné “Enviar”. Afortunadamente, un editor lo notó, lo cambió y me dio una leve reprimenda.
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Además de vergüenza, sentí desconcierto. He pasado 30 años en el periodismo y aquí estaba yo escribiendo mal un nombre que antes había escrito correctamente docenas de veces. Si el error no hubiera sido notado, el periódico hubiera parecido ridículo y yo hubiera parecido descuidada, tonta y escandalosamente poco profesional. Cualquier valor que tuviera la columna se habría borrado, y más allá.
Aunque este fue particularmente engorroso, siempre he tenido un gran talento para los errores. No mejora con la experiencia, ni con un programa de corrección ortográfica. Mi habilidad para insertar errores se ha mantenido por delante de los esfuerzos de Microsoft y Apple por eliminarlos. Ya no entrego artículos salpicados con la palabra “e-l-a-l” en vez de “ella” (mi computadora es tan insistente en que yo no debo usar las letras en ese orden que tengo que engañarla añadiendo guiones); pero, en vez de eso, inserto la palabra equivocada, omito palabras o escribo “haya” en vez de “halla”.
Porque sé que tengo un problema, trato de ayudarme a mí misma. Imprimo mis artículos y los leo en el papel. Para la última lectura cambio el tipo de letra al atroz Comic Sans ya que la desgarbada forma de las letras a veces revela un error que estaba escondido. Pero aun así, se me escapan muchos errores, la mayoría de los cuales son hallados a última hora por redactores vigilantes.
Dado mi triste historial, me alegró leer un artículo en Wired esta semana diciendo que cometemos errores no porque somos tontos, sino porque somos inteligentes. Escribir es un trabajo sofisticado y nuestro cerebro se enfoca en la estructura, las oraciones y las frases, dejando el trabajo de cerca en piloto automático. Después estamos programados a leer solo lo que pensamos que hemos escrito, no lo que escribimos en realidad. Los errores no significan necesariamente que somos descuidados, más bien que estamos congénitamente mal equipados para hacer nuestras propias correcciones.
Si este es el caso, es curioso que nos escandalicemos de manera tan fenomenal por los errores. A principios del verano el New York Times publicó un artículo de primera plana sobre un discurso de política exterior de EE.UU. que había dado Barack Obama con un titular refiriéndose a su “Cautelosa Repuesta a la Crisis Mundial”.
El artículo provocó muchas reacciones, no porque la gente pensaba que Obama tenía una posición ambigua frente al terrorismo, sino por la “s” que le faltaba a “respuesta”. “El New York Times publica un flagrante error en la primera plana”, cacareó el Huffington Post.
El NYT, como la mayoría de los periódicos, se monta bajo presión, lo cual significa que un error de vez en cuando es inevitable. Inferir que esto es señal de que nada es de confianza en el artículo carece de lógica, el error simplemente significa que los cerebros de los escritores y editores estaban tan concentrados en lo que querían decir que perdieron una “s” en el proceso.
No solo hay errores en el NYT, los hay hasta en la Biblia. El año pasado una bloguera cristiana en Canadá desenterró la falta de un apóstrofe en Corintios 2 5:13. Mi noción de Dios es que Él tomaría la falta de un apóstrofe con calma y solo se agitaría si un error cambiara el sentido de Su palabra, digamos, omitir el “no” de “no cometerás adulterio”. Por lo demás, seguramente, Él se encogería de hombros.
Aunque la indignación de los mortales ante los errores es exagerada, casi siempre es inofensiva. Nos da una sacudida de indignación matizada de superioridad cada vez que encontramos uno, y sentirse superior es bueno para la moral. Pero a veces conduce a tomar malas decisiones. En LinkedIn una reciente entrada de blog de unos de sus “Influyentes” lista cinco tipos de personas que uno nunca debe contratar. Número dos es “Los que tienen errores de ortografía”. El autor, fundador y CEO de HotelTonight, dice que cuando recibe una solicitud de alguien que quiere trabajar para “HotelTonihgt”, lo echa inmediatamente en la basura.
Yo también lo desecharía pero solo si lo que quiero es contratar a un corrector de pruebas. Excluir a alguien simplemente porque ha transcrito dos letras tiene menos sentido ahora que nunca. Si los seres humanos le llevan una ventaja competitiva a las máquinas que hoy nos ganan en prácticamente todo, no es nuestra habilidad de escribir cada palabra perfectamente. Es nuestra habilidad de escribir algo que provoque una “repuesta” y no solo porque contiene una barbaridad o un error ortográfico.