Mohamed A. El-ErianJefe de asesores económicos en Allianz
La reciente caída del renminbí, que provocó turbulencias en las bolsas chinas y llevó al gobierno del país asiático a suspender las transacciones dos veces la semana pasada, pone de relieve un importante desafío al que se enfrenta el país: cómo equilibrar sus obligaciones económicas internas y externas. La solución que encuentren las autoridades incidirá profundamente en la economía internacional.Follow @PortafolioECpe !function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+'://platform.twitter.com/widgets.js';fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, 'script', 'twitter-wjs');
La crisis financiera global de 2008, sumada a la decepcionante recuperación posterior de las economías avanzadas, imprimió más urgencia al intento chino de pasar de un modelo de crecimiento basado en las inversiones y la demanda externa a otro sostenido por el consumo interno.
Sigue a Portafolio también en Facebook
Pilotear semejante transición estructural sin causar una caída abrupta del crecimiento económico sería difícil para cualquier país. El desafío es incluso mayor para un país tan grande y complejo como China, especialmente en un contexto internacional de crecimiento lento como el actual.
Durante años, el gobierno chino trató de extender la participación en el mercado accionario, lo que daría a los ciudadanos chinos un interés directo en el éxito de la transición a la economía de mercado.
Pero como el intento de Estados Unidos de fomentar la compra de la casa propia en los años que precedieron a la crisis de 2008, las políticas chinas fueron demasiado lejos y crearon una situación financiera insostenible que implicaba la posibilidad de grandes reducciones y distorsiones de precios.
El resultado es que el ajuste se ha vuelto mucho más difícil. Con las empresas chinas imposibilitadas de seguir vendiendo al extranjero un volumen de producción que crece aceleradamente y mantener el aumento de la capacidad productiva, la economía perdió algunos importantes motores de crecimiento, empleo y pago de salarios.
La desaceleración económica resultante debilitó la capacidad del gobierno para mantener inflados los precios de los activos y evitar la aparición de bolsones de tensión crediticia.
En un intento de limitar el efecto perjudicial de todo esto sobre el bienestar de sus ciudadanos, los funcionarios chinos han apelado últimamente a la depreciación de su moneda.
A una devaluación sorpresiva el pasado agosto le siguió una serie de correcciones diarias menores en el tipo de cambio del mercado onshore, todas ellas con el objetivo de aumentar el atractivo de los bienes chinos en el extranjero y al mismo tiempo acelerar la sustitución de importaciones en China. La depreciación del renminbí fue incluso mayor en el mercado offshore.
Las devaluaciones de la moneda china se inscriben dentro de una tendencia más amplia de la que han participado las economías emergentes y avanzadas los últimos años.
Poco después de la crisis financiera global, Estados Unidos apeló a una política de fuerte expansión monetaria, caracterizada por tipos de interés cercanos a cero y compra de activos a gran escala, lo que debilitó el dólar y dio un impulso a las exportaciones.
Más cerca en el tiempo, el Banco Central Europeo adoptó una estrategia similar de impulsar una baja del euro, en un intento de estimular la actividad interna.Pero al tratar de lograr sus objetivos internos, China corre el riesgo de amplificar sin darse cuenta la inestabilidad financiera global.
En concreto, los mercados temen que la devaluación del renminbí pueda “robar” crecimiento a otros países, incluidos los que tienen deudas externas mucho mayores y defensas financieras mucho menos sólidas que China, poseedora de amplias reservas de divisas internacionales.
Esta preocupación se relaciona con el aún más difícil acto de equilibrio que China debe ejecutar mientras intenta asumir el papel que le corresponde en el sistema económico internacional por el tamaño de su economía. No olvidemos que China ya es la segunda economía del mundo (o la primera, según algunas mediciones informales).
Y de hecho, China viene mostrando más interés en internacionalizar gradualmente su sistema financiero. En particular, hace poco logró convencer al Fondo Monetario Internacional para que agregara el renminbí a la canasta de monedas que determina el valor de los Derechos Especiales de Giro, la unidad que usa el FMI para las operaciones con los 188 países que lo integran.
Ese paso, que coloca al renminbí a la par de las principales monedas de intercambio mundial (el dólar estadounidense, el euro, la libra esterlina y el yen) mejorará su aceptación por los sectores público y privado en el sistema monetario internacional. Al mismo tiempo, crea la expectativa (pero no la obligación) de que China se abstenga de agravar la inestabilidad financiera global.
Llegará el día en que las responsabilidades internas y externas de China vuelvan a estar en relativa armonía. Pero no es hoy; y dada la compleja transición estructural que está llevando a cabo el país, tampoco es probable que ese día llegue pronto.
Entretanto, es de suponer que China seguirá sintiéndose obligada a priorizar sus obligaciones internas, aunque tomando ciertos recaudos para no provocar grandes inflexiones que alteren la economía internacional. Que eso baste para evitar turbulencias todavía está por verse.