Si tuviese que describir la política peruana actual a un extranjero, creo que le diría que se asemeja a uno de esos largometrajes trepidantes, que no le dan respiro al espectador y que presentan constantes giros inesperados. Posiblemente no podríamos definir con precisión el género del filme, pero con seguridad acordaríamos que el guionista tiene predilección por la exageración.
Los resultados de las elecciones parlamentarias extraordinarias del último domingo nos muestran nuevamente la enorme fragilidad partidaria y la desafección de la población, lo que supone una complicada combinación para poder desarrollar proyecciones electorales para el 2021. Sin embargo, pasados los comicios, creo que es momento de dejar por ahora el análisis de los resultados y enfocarnos más bien en lo que se viene.
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La fragmentación del Congreso, la proximidad de las elecciones presidenciales y el corto período del que disponen en sus funciones son los factores que marcarán lo que se pueda y lo que no se pueda hacer. En particular, dado el poco tiempo para lograr consensos, es poco probable grandes cambios en temas controversiales o complejos. Una notable excepción puede ser la lucha contra la corrupción, tema frente al que buscarán alinearse los partidos para congraciarse con sus electores.
Sin embargo, es posible que tengamos que acostumbrarnos a declaraciones altisonantes durante este período –sobre todo de los partidos más radicales, que deberán confirmar su postura a sus electores–, pero sin consecuencias reales. La proximidad de las elecciones puede generar incentivos que devengan en oportunidades. Los partidos, al menos aquellos con pretensiones presidenciales, deben buscar mostrarse efectivos, capaces de solucionar las necesidades de la población; de modo que puedan diferenciarse del desempeño que tuvo el anterior Congreso. Si bien esto puede representar un riesgo por la aparición de propuestas populistas o simplonas, también puede ser una oportunidad.
De manera específica, esta puede ser la ocasión adecuada para que tanto la sociedad civil como el mundo académico y los ‘think tanks’ se arremanguen las camisas y se acerquen al Poder Legislativo con propuestas concretas en favor del país, abiertas para cualquier partido y que formen parte de una agenda que trascienda este corto período parlamentario. En pocas palabras, dejar de ser espectadores de esta zigzagueante película para formar parte del elenco.
Más allá de cuán beneficioso puede ser esto en el corto plazo –en especial por la poca experiencia de los actuales congresistas–, esta debería ser una práctica habitual, particularmente beneficiosa debido a la fragilidad de nuestros partidos. En otros países es común ver a los ‘think tanks’ participar activamente en la proposición de ideas. Es posible incluso encontrar diversos centros, cada uno con diferentes orientaciones y cercanos a ciertos partidos. Lograr esta mayor participación debe mejorar la calidad legislativa actual, un factor esencial de estabilidad. La reciente declaración de los exmiembros de la Comisión de Alto Nivel para la Reforma Política (cuyos miembros son académicos, al fin y al cabo), que busca ayudar a desarrollar dicha propuesta de reforma, va en esa línea. Cambiemos el final de la película.