La más reciente adaptación al cine de la novela de F. Scott Fitzgerald ocurrió en el 2013 y fue protagonizada nada menos que por Leonardo Di Caprio. Tanto en la película como en el libro –originalmente publicado en 1925, antes de la Gran Depresión de 1929–, el personaje principal es un hombre de orígenes humildes que vive una vida de excesos producto de una movilidad social solo posible en el imaginario de los Estados Unidos.
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La curva Gran Gatsby fue el nombre con el que se bautizó la relación entre alta movilidad social y baja desigualdad económica, propuesta por el recientemente fallecido economista Alan B. Krueger. Esta se refiere a que cuanto menos dependen tus ingresos del nivel de ingresos alcanzado por tus padres, menor es el nivel de desigualdad económica en un país.
Son varios los estudios que confirman o desacreditan esta asociación. Para el Perú, un país altamente desigual en términos económicos, los datos confirman una muy reducida movilidad social: nacer en entornos rurales, de madre con lengua diferente al castellano y originaria, casi te asegura permanecer en los quintiles menores de la distribución del ingreso. En otras palabras, la pobreza se transmite de una generación a otra.
Pero a Krueger no solamente se le conoce por contribuciones sobre la desigualdad. En realidad, es más conocido como economista laboral.
Uno de sus mayores aportes en la economía aplicada fue a partir de un estudio hecho con David Card, en el cual aprovechan un experimento natural para romper el mito de que elevar el salario mínimo traería desempleo. Más recientemente, con otros colegas, contribuyó con el estudio del bienestar subjetivo, proponiendo el uso del tiempo y las sensaciones asociadas como medida de bienestar. Otra película viene a mente: “El precio del mañana”, cuyo protagonista fue Justin Timberlake.
Pero Krueger también pasó el Rubicón; es decir, sirvió en la administración de gobiernos demócratas en los Estados Unidos. En eso, está en una categoría similar a Ben Bernanke, Janet Yellen, Joseph Stiglitz y otros que han tratado de pasar de la academia a la administración, recorriendo también el camino de regreso. Un ejemplo para varios de nosotros que intentamos hacer lo mismo.
¿A qué viene todo esto? Hace menos de una semana, Krueger decidió acabar con su vida.
Más allá de la profunda pena, muy egoísta en el sentido de que no lo tendremos como economista, aprovecho la oportunidad para llamar la atención sobre los denominados “deprimidos funcionales”. Para sus colegas, en palabras de Paul Krugman, no hubiera sido posible detectar problema alguno con Krueger que requiriera atención.
En junio de este año, saldrá publicado su más reciente estudio de economía aplicada: la economía del rock –sí, el género musical, ese que ahora resulta que está pasado de moda–.
Seguiremos aprendiendo de ti, Alan.