LUCY KELLAWAYColumnista de management del Financial Times
El otro día di una charla para 80 expertos en impuestos, de mediana edad y mayormente hombres. Les pedí que levantaran la mano si se consideraban apasionados por su trabajo. Alrededor de la mitad levantaron la mano inmediatamente y los demás, viendo como iba la cosa, se apresuraron a levantarla también.
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No se veía nada evidentemente apasionado en estos hombres; lucían pálidos y derrotados después de una mañana viendo a alguien mostrar doscientas diapositivas sobre las sutilezas de los precios de transferencia. Pero su respuesta no me sorprendió en lo más mínimo. La moda por la pasión, sobre la cual yo escribí hace casi 20 años, ha llegado ahora a tal punto que admitir en público que uno no se apasiona por su trabajo es tan escandaloso como admitir que uno manipula sus gastos. Si uno escribe “pasión” en la página web de empleos Glassdoor, la búsqueda devuelve 105.000 empleos que lo requieren. Pero si uno escribe “concienzudo” – seguramente un atributo mucho más valioso para cualquier empleo – solo hay 2.823.
Les anuncié a mis fanáticos de los impuestos que yo no siento pasión alguna por mi trabajo. Expliqué que me gusta mi empleo. Me siento afortunada de tenerlo. Es apto para mí. Me importa. Apunté que la palabra “pasión” correctamente se refiere o a una fuerte atracción sexual o al sufrimiento de Jesucristo en la hora de la crucifixión, ninguno de los cuales es muy apropiado en una oficina. Entonces les pedí de nuevo que levantaran la mano. Esta vez casi todos decidieron que no les apasionaban tanto los asuntos de impuestos después de todo.
En aquel momento, tomé esto como evidencia de lo que yo siempre he asumido como cierto, que la moda por la pasión era otro aburrido ejemplo de la inflación del lenguaje. Igual que las compañías se refieren a todos sus empleados como “talento”, aun cuando son perezosos y mediocres, y de la misma manera en la que hablan insensatamente de clientes “excepcionales” y “encantadores”, también insisten en que la pasión es un boleto de entrada para cualquier empleo. Es estúpido y falso, pero estas son solo palabras.
El día siguiente, estaba leyendo en la oficina una lista de monografías por publicarse de la Escuela de Comercio de Harvard y me topé con algo que me hace pensar que estoy equivocada. La insistencia en tener pasión por el trabajo tiene que ver con algo más que las palabras. Y esto es mucho más preocupante. Un estudio llamado “¡Solo soy apasionado!” trata de cambiar nuestra actitud hacia los arrebatos emocionales en la oficina.
Mayormente, vemos esto como algo bastante malo: la persona que siempre rompe a llorar en la oficina no solo es un peso terrible, también muestra falta de profesionalismo. Sin embargo, en tres experimentos diferentes, los académicos encontraron que si se ofrece la pasión como la razón por tal efusión emocional, los colegas lo veían de forma diferente. Así que cuando una empleada comenzó a llorar pero subsecuentemente explicó que se debía a su pasión por el trabajo, fue vista por sus colegas como una gran y dedicada triunfadora. Pero cuando explicó que su llanto era por razones personales, fue vista como una tonta.
Aun más alarmante, el estudio muestra que durante las entrevistas de empleo, los candidatos pueden aumentar su probabilidad de conseguir un contrato describiendo un arrebato emocional, y citándolo como evidencia de su gran pasión por su trabajo.
Esto es verdaderamente inquietante. Si yo llego a ver a alguien llorando en el trabajo porque, por ejemplo, su matrimonio se está desintegrando, veo esto como algo completamente comprensible. Pero si alguien comienza a llorar porque no les fue bien en su presentación y esto les apasiona, entonces quiero decirles que se controlen.
La respuesta puede que se halle en una distinción hecha por Robert Vallerand, un profesor canadiense de psicología. Según él, la pasión viene en dos variedades: obsesiva y armoniosa. La primera es algo muy malo, y no se debe recomendar. Es cuando las personas trabajan en una forma descontrolada y compulsiva, donde todo lo demás en sus vidas se vuelve aburrido y sin importancia. Estos son los empleados que presumiblemente lloran cuando su presentación falla, y son el tipo de personas que los jefes debían evitar. Son tan compulsivos como los jugadores y es casi seguro que se van a quemar.
En contraste, los que sienten una “pasión armoniosa” hacia su trabajo disfrutan sus empleos y experimentan ese hermoso sentido de “fluidez” cuando hay una crisis. Controlan cuánto trabajan y no dejan que esto aniquile el resto de sus vidas. Todos los empleados debían aspirar a sentirse así sobre sus trabajos, y todos los jefes debían aspirar a contratar tales personas. Pero esto no es pasión. Se llama gusto –y esmero– por desempeñar el trabajo. Es maravilloso cuando se consigue. Pero no debía hacer que uno llore.