No es noticia que ante la emergencia sanitaria, el Estado fracasó. Si bien es uno de muchos fracasos, tal vez ha sido el más grave. En su pobre gestión de prevención, manejo de la emergencia, falta de respuesta y paupérrima implementación de la fase de vacunación, la incapacidad del Estado llevó a que miles de compatriotas perdieran familiares, que millones perdieran su fuente de ingresos y que varios millones más votaran con el hígado. Y el resultado es una propuesta política que paradójicamente pide más Estado.
Durante casi tres décadas, el país se rigió bajo un modelo económico que generó actividad económica, empleo, emprendimiento y progreso que lo volvió la envidia del continente y que, bajo la mano de sus capaces autoridades económicas, nos valió la admiración en el extranjero. El modelo político, sin embargo, evidenciaba deficiencias muy claras. No obstante, decíamos que los dos temas iban por rutas distintas: mientras los políticos peleaban e ignoraban el deterioro de las instituciones, las autoridades económicas se cargaban el país al hombro, de tal manera que el sector empresarial pudiese seguir creciendo y generando progreso a pesar del fracaso del Estado.
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La pobreza se redujo fuertemente, y surgió una clase media, precaria, pero que crecía sostenidamente, donde las familias que salían de la pobreza tenían acceso a mejores servicios de educación y salud, y mayores opciones a adquirir bienes, incluidos electrodomésticos, muebles y automóviles. La calidad de varios de esos servicios dejaba mucho que desear, y el torpe Estado limitaba los incentivos para formalizar la economía, pero el hecho es que el modelo económico generó estas oportunidades, para que con años de trabajo y esfuerzo, las familias pudiesen acceder a sus beneficios.
Y en un solo año de pandemia, mucho de este progreso desapareció. Pedir más años de esfuerzo a las familias que retrocedieron en su economía familiar para llegar donde estaban antes de la pandemia sería demasiado sacrificio. Por eso el grito de muchos por alivio inmediato. Modelo, Estado, populismo, se volvieron conceptos abstractos que carecían de significado para el elector promedio.
Se entiende que gran parte del sector corporativo y empresarial rechazan al Estado y la clase política. La corrupción, ineficiencia, actividades turbias y los intereses arraigados reinan en esos dos ámbitos, y ante esos retos, lo prudente es encajonarse en su rubro, tratar de hacer empresa e ignorar esos leviatanes. Si bien es comprensible esa actitud, el vacío que dejan esas instituciones lo llenan nuevos oportunistas, grupos políticos con cuestionables intenciones o grupos, en su extremo, delictivos. Por lo que, poco a poco, se ha ido fraccionando el país en burbujas desconectadas, con intereses encontrados, perdiéndose así el concepto de nación.
Diagnóstico
En lugar de que se expandiera el buen ejemplo de las instituciones económicas del Estado, donde imperan la tecnocracia, el profesionalismo y la eficiencia, la falta de colaboración del sector privado para con estas islas de institucionalidad limitó la expansión de las virtudes allí cultivadas hacia el resto del Estado.
Ante la falta de instituciones, sobre todo en el interior del país, el sector privado se replegó, temeroso de lo que no conocía, limitándose a la autocomplacencia del día a día y los resultados financieros trimestrales. Descuidamos hacer entender a todos los ciudadanos que ellos también son una parte interesada en cuidar el modelo económico y en reformar para bien (y de manera responsable) el modelo político. No es una tarea fácil, requiere compromiso y esfuerzo. E inversión monetaria.
La limitada capacidad de gestión pública de los gobiernos regionales y municipales y la ausencia del Estado llamaban a que el sector corporativo y el sector empresarial, mediante los gremios, canalizaran recursos para proveer servicios básicos (carreteras, electrificación, sanidad, educación) en plan caritativo, pero al mismo tiempo publicitando las bondades del modelo económico. De esa manera, se ha debido empoderar a los ciudadanos en el interior del país a integrarse a la economía moderna y luego contribuir a su desarrollo, se hubiese generado mayor actividad, y en el largo plazo, mayores utilidades para todos. Pero más importantemente, se les hubiese dado a esos compatriotas los incentivos para rechazar las propuestas irresponsables que buscan llegar al poder mediante promesas insensatas que atentan contra el modelo económico, falsamente culpándolo de los verdaderos fracasos del Estado y la clase política, generando mayor descontento.
Por lo que llegamos al punto en que nos encontramos con una improvisada propuesta de reescribir una Constitución que solo requiere ajustes y reformas, ya que el fracaso del modelo político se encuentra en la falta de capacidad de gestión y la falta de capacidad de explicarle a la población, de manera transparente, que todo cambio responsable requiere sacrificios. Queda tratar de limitar el daño que se le pueda hacer al modelo económico mediante propuestas improvisadas de reescribir la Constitución, trabajar por integrar las zonas desconectadas del resto de la economía y llenar los vacíos que ha dejado el sector público.
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