En 1971, se publicó Teología de la liberación. Perspectivas, un texto escrito por el sacerdote Gustavo Gutiérrez, en el que proponía que la Iglesia asumiera un rol más social y comprometido, más cercano a los grupos menos favorecidos. Y esta sola propuesta supuso un parteaguas dentro del catolicismo, entre quienes acusaban a Gutiérrez de agitador y quienes empezaron a ver sus ideas con atención. Es curioso que la mención de una Iglesia cuya opción preferencial sean los pobres haya levantado tanto polvo en el ámbito católico. ¿Acaso no predicaba eso Jesucristo, tal como dan cuenta los evangelios?
Pero conozcamos a su autor. Gustavo Gutiérrez Merino nació en Lima el 8 de junio de 1928. Estudió Medicina en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, con la intención de especializarse en Psiquiatría, pero no terminó la carrera, pues, a los 24 años, decidió ser sacerdote. Entonces, estudió Filosofía en Lovaina, Bélgica, en la Facultad de Teología de Lyon, Francia, y, finalmente, en Roma. Fue ordenado presbítero en 1959 y obtuvo la licenciatura en Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana en 1960. De regreso al Perú, Gutiérrez enseña en la PUCP y, al mismo tiempo, se encarga de una parroquia en un barrio popular del Rímac, donde realiza una intensa labor pastoral, colaborando con estudiantes comprometidos políticamente. Fue elegido consiliario nacional de la Unión de Estudiantes Católicos (UNEC).
En 1968, como consultor teológico del episcopado latinoamericano, participó activamente en la Asamblea de Medellín. Es en este contexto que escribe Teología de la liberación. Perspectivas ( 1971 ). Vicente Botella, teólogo de la Universidad de Valencia, dice al respecto: “Era el momento de la ascensión de las dictaduras militares por toda América Latina, de las masacres y de los martirios de campesinos. Fue una etapa especialmente dolorosa, pero, para el pueblo empobrecido y marginado de aquellas tierras, fue también una intensa experiencia de fe en el Dios de Jesús capaz de movilizar una firme esperanza de cara al alumbramiento de una sociedad nueva, diferente y transida de justicia”.
Un poco de historia
La teología de la liberación, conceptualmente, bebe de la filosofía y de las ciencias sociales, pero su propuesta nace en el marco de un contexto de reforma dentro de la misma Iglesia católica. Podríamos ubicar sus orígenes en el Concilio Vaticano II, reunión realizada entre 1962 y 1965, que dio como resultado la constitución pastoral Gaudium et Spes, que propone redefinir la relación de la Iglesia con el mundo: reconocía los cambios sociales y apostaba por que la Iglesia no fuera ajena a ellos.
Vicente Botella escribió al respecto, y dijo que Gustavo Gutiérrez siempre ha reconocido como inspiración de su teología la frase del papa Juan XXIII: “Frente a los países subdesarrollados, la Iglesia se presenta como es y quiere ser, como Iglesia de todos, particularmente la Iglesia de los pobres”. Dicha frase fue pronunciada en el radiomensaje que diera Juan XXIII un mes antes del inicio del Concilio.
“Con esta frase, el papa quería indicar uno de los temas de interés del futuro Vaticano II”, añade Botella, y así reafirma que la teología de la liberación nace no solo dentro de un contexto de cambios sociales como los que vivía el mundo en general y Latinoamérica en particular, sino también de cambios dentro de la propia Iglesia católica.
¿Por qué tiene detractores?
“Si uno lee la Teología de la liberación, se puede ver que lo que Gustavo Gutiérrez propone es hablar de la pobreza y de las causas estructurales de esta, y de cómo la Iglesia debería participar más activamente en las luchas de los más pobres y menos favorecidos. Él cuestiona el paternalismo y explica que la solidaridad supone conocernos como iguales en contextos diferentes. Habla de una humanidad común. Como cristianos, nos reconocemos como hijos de Dios en una igualdad sagrada. Como laicos, este es el principio de los derechos humanos”, dice Juan Miguel Espinoza, historiador de la PUCP y especialista en historia del catolicismo.
Dicho de esta forma, resulta difícil entender por qué esta corriente tendría detractores. Pero los tuvo y aún los tiene. Desde la perspectiva de Juan Miguel Espinoza, esta actitud responde a dos motivos. “El primero tiene que ver con que la teología de la liberación propone un discurso que invitaba a los pobres a organizarse y luchar, y esto implicaba cuestionar las causas de la pobreza y reconocer la existencia de un sistema injusto que beneficiaba a unos a costa de perjudicar a otros. Hablamos de los años 60 e inicios de los 70, cuando el desbalance de poderes era evidente, pero quienes tenían el poder no querían perderlo”, explica.
El otro motivo —sostiene Espinoza— se vincula a la existencia de una facción dentro de la Iglesia que pretende creer que lo religioso está por encima de lo humano. “Ese punto es desmitificado totalmente por Gustavo Gutiérrez al decir que no existe una historia sobrenatural y una humana que estén separadas, que este es nuestro único momento, que nos toca mirar el presente y responder al llamado que nos hace Dios en el aquí y ahora”, añade.
Rafael Fernández Hart, sacerdote jesuita y rector de la UARM, desmiente también que, como se ha dicho en diversos espacios, la teología de la liberación haya sido condenada por el Vaticano. “Esa es una mentira que circula mucho. Sin embargo, lo cierto es que nunca se dio condena alguna. Hubo investigaciones alrededor de las doctrinas y el Vaticano pidió entonces algunos ajustes, pero nunca fue condenada como tal. Hay una grave distorsión en la que se ha ido cayendo. Lo cierto es que hasta el papa ha reivindicado la teología de la liberación porque nos lleva a preocuparnos por el otro y por el mundo que nos rodea, hasta por la ecología”, añade. El sacerdote jesuita, que hizo su tesis de maestría en torno a esta teología, reconoce que, si se mantiene una polémica alrededor, es porque a todos nos cuesta, porque sentimos que nos dicen que estamos haciendo algo mal.
Otra de las críticas que recibió la teología de la liberación fue por su construcción teórica. Al respecto, Rafael Fernández Hart refiere: “No es que Gustavo Gutiérrez enarbolara la bandera del comunismo. Lo que hacía, por medio del documento, era invitar a hacer teología a partir de la filosofía y de las ciencias sociales, que son fundamentales porque nos ponen en contacto con el ser humano. Gutiérrez proponía que partamos de los análisis sociales porque en ellos nos encontramos a personas con nombre, rostro y sufrimiento propios”.
La madre de otras teologías
La Teología de la liberación no es la única corriente que haya nacido en América Latina. Su propuesta animó al nacimiento de otras propuestas, incluso desde la perspectiva crítica. Por ejemplo, teóloga feminista Ivone Gebara señala que la teología de la liberación ha tenido el valor de introducir el método sociológico y el análisis económico en la teología. “Ha explicado quiénes son los pobres, que salen de una abstracción y generalidad de “pobres de espíritu” para convertirse en pobres concretamente hablando, y esa es una contribución valiosa. Sin embargo, desde el feminismo, hace una crítica a la teología patriarcal, que nunca ha considerado la intervención del género”, señala.
Ante los vacíos detectados por teólogos y teólogas nacen respuestas como la Teología feminista latinoamericana de la liberación, con el propósito de contribuir a la liberación integral y a la construcción de nuevas formas de relación igualitaria entre los seres humanos y con los demás seres con los que convivimos. No solo es un movimiento libertario de las mujeres, sino de todos los seres humanos que por razón de raza, sexo, estatus o credo son excluidos. Como para seguir debatiendo.